panorama
economico
Doble guerra sucia
Por Julio Nudler
Dos fuerzas temibles,
escurridizas e ingobernables están agitando el mundo. Una es la especulación financiera
a gran escala, que derriba a las Bolsas. La otra, el terrorismo islámico, que vuela
embajadas. Aunque de diferente manera, las dos fuerzas descalabrantes confluyen en Estados
Unidos, que reivindica para sí la hegemonía económica y militar. Los capitales en fuga
se refugian en los títulos del Tesoro norteamericano, convertidos en la suprema reserva
de valor. Su suba, contrastada con la caída de los bonos emergentes, determina el brusco
aumento del riesgo-país en Europa oriental y en América latina. Mientras tanto, las
bombas de los fundamentalistas estallan ante sedes de Washington en terceros países,
obteniendo como respuesta por parte de Estados Unidos la clásica del terrorismo de
Estado: arrojar misiles sobre presuntos blancos enemigos en países a los que ni siquiera
se les declaró la guerra, y donde necesariamente habrá víctimas inocentes. En ninguno
de los dos frentes, el de los movimientos de capital y el de la guerra sucia, hay reglas
de juego ni buenas maneras.
En la prensa norteamericana abundan este tiempo las invocaciones a los intereses
nacionales, en términos de los cuales interpretan la globalización, mezcladas con
llamamientos a defender la seguridad nacional estadounidense, expuesta como un
bien a sostener por cualquier medio y que ni siquiera requiere una definición precisa.
Consignas como atacar al enemigo esté donde esté, atrapar al
banquero-extremista Osama Ibn Ladin vivo o muerto, y otras por el estilo, proliferan
en los medios más influyentes. Reclaman incluso de Clinton que revoque la prohibición
oficial de asesinar extranjeros, señalando como una contradicción que a los
norteamericanos les esté permitido, por un lado, bombardear una fábrica en medio de una
ciudad o un campamento terrorista habitado por desconocidos, y en cambio se les vede matar
a alguien que haya atentado contra ciudadanos estadounidenses. En síntesis, una espiral
de violencia sin ley.
Otros articulistas atacan a quienes critican la arrogancia norteamericana y propugnan un
mundo multipolar que le establezca límites al dominio de Estados Unidos. Los hegemonistas
afirman que eso equivaldría a volver al escenario previo a la Segunda Guerra Mundial. De
modo que la dominación del mundo por parte de Washington es, según esa visión, la
única manera de garantizar la seguridad y la prosperidad, aunque por ahora no haya la
menor evidencia de esto. En los hechos, la indefinida prolongación de la crisis
financiera internacional, que lleva ya un largo año de avance, implica para los países
periféricos vivir bajo permanente extorsión. La Argentina, por caso, no puede encarar
obras públicas ni aumentarles a los docentes porque, según los oficiantes de este
extraño rito, ello podría desatar un ataque especulativo contra el país. Durante todo
este tiempo, la gran preocupación de los analistas norteamericanos fue determinar si la
crisis afectaría finalmente a Estados Unidos.
Respecto de ésta, el mundo musulmán pertenece claramente al bando perdedor por la caída
del petróleo y de las restantes materias primas. Esto vuelve menos controlable aún su
ecuación política. De todas formas, el Islam no es normalmente visto como un
conglomerado económico, un arco que cubre desde Marruecos hasta Paquistán.
Tradicionalmente, las potencias occidentales centraron su estrategia de captación
con suerte dispar en los países petroleros, desatendiendo al resto, a menos
que fueran vecinos de la Unión Soviética. Ahora, de no ser por los golpes terroristas,
nadie estaría reparando en el mundo islámico porque la atención está enfocada en
Japón, en los tigres asiáticos y en Rusia.
Las bajas en Wall Street y la manifiesta desaceleración de la actividad económica en
Estados Unidos (en el segundo trimestre la economía sólo creció 1,4 por ciento) dicen
que, efectivamente, la crisis está llegando a la Unión. Esta, por más hegemónica que
se proclame, no cuenta con ningúnmedio efectivo para dominar la convulsión mundial de
los mercados. Un año atrás, la crisis significaba para los intereses norteamericanos la
ocasión de extender su frontera de negocios, ingresando a las plazas asiáticas. Ahora
toma otro color: las corporaciones ven caer su rentabilidad, y millones de estadounidenses
pierden el sueño al contemplar el diario derrumbe de los fondos de inversión y de
pensión.
En estas tristes circunstancias, la descarga de misiles sobre países como Sudán, asolado
por la hambruna, ayuda a reparar la autoestima de la superpotencia. Sin embargo, ganarle
una guerra al fundamentalismo le resultará tan imposible como encauzar a los
especuladores. De algún modo, los dos frentes se mezclan y confunden. Para los
principales países de la OTAN, y particularmente para Alemania, Rusia está resultando
más peligrosa hoy, en algún sentido, que cuando conducía el Pacto de Varsovia. Y eso
gracias a haber intentado una transición desde el ineficiente colectivismo a la economía
de mercado que le recomendó Occidente.
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