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panorama economico
Doble guerra sucia
Por Julio Nudler

t.gif (862 bytes) Dos fuerzas temibles, escurridizas e ingobernables están agitando el mundo. Una es la especulación financiera a gran escala, que derriba a las Bolsas. La otra, el terrorismo islámico, que vuela embajadas. Aunque de diferente manera, las dos fuerzas descalabrantes confluyen en Estados Unidos, que reivindica para sí la hegemonía económica y militar. Los capitales en fuga se refugian en los títulos del Tesoro norteamericano, convertidos en la suprema reserva de valor. Su suba, contrastada con la caída de los bonos emergentes, determina el brusco aumento del riesgo-país en Europa oriental y en América latina. Mientras tanto, las bombas de los fundamentalistas estallan ante sedes de Washington en terceros países, obteniendo como respuesta por parte de Estados Unidos la clásica del terrorismo de Estado: arrojar misiles sobre presuntos blancos enemigos en países a los que ni siquiera se les declaró la guerra, y donde necesariamente habrá víctimas inocentes. En ninguno de los dos frentes, el de los movimientos de capital y el de la guerra sucia, hay reglas de juego ni buenas maneras.
En la prensa norteamericana abundan este tiempo las invocaciones a los “intereses nacionales”, en términos de los cuales interpretan la globalización, mezcladas con llamamientos a defender la “seguridad nacional” estadounidense, expuesta como un bien a sostener por cualquier medio y que ni siquiera requiere una definición precisa. Consignas como “atacar al enemigo esté donde esté”, “atrapar al banquero-extremista Osama Ibn Ladin vivo o muerto”, y otras por el estilo, proliferan en los medios más influyentes. Reclaman incluso de Clinton que revoque la prohibición oficial de asesinar extranjeros, señalando como una contradicción que a los norteamericanos les esté permitido, por un lado, bombardear una fábrica en medio de una ciudad o un campamento terrorista habitado por desconocidos, y en cambio se les vede matar a alguien que haya atentado contra ciudadanos estadounidenses. En síntesis, una espiral de violencia sin ley.
Otros articulistas atacan a quienes critican la arrogancia norteamericana y propugnan un mundo multipolar que le establezca límites al dominio de Estados Unidos. Los hegemonistas afirman que eso equivaldría a volver al escenario previo a la Segunda Guerra Mundial. De modo que la dominación del mundo por parte de Washington es, según esa visión, la única manera de garantizar la seguridad y la prosperidad, aunque por ahora no haya la menor evidencia de esto. En los hechos, la indefinida prolongación de la crisis financiera internacional, que lleva ya un largo año de avance, implica para los países periféricos vivir bajo permanente extorsión. La Argentina, por caso, no puede encarar obras públicas ni aumentarles a los docentes porque, según los oficiantes de este extraño rito, ello podría desatar un ataque especulativo contra el país. Durante todo este tiempo, la gran preocupación de los analistas norteamericanos fue determinar si la crisis afectaría finalmente a Estados Unidos.
Respecto de ésta, el mundo musulmán pertenece claramente al bando perdedor por la caída del petróleo y de las restantes materias primas. Esto vuelve menos controlable aún su ecuación política. De todas formas, el Islam no es normalmente visto como un conglomerado económico, un arco que cubre desde Marruecos hasta Paquistán. Tradicionalmente, las potencias occidentales centraron su estrategia de captación –con suerte dispar– en los países petroleros, desatendiendo al resto, a menos que fueran vecinos de la Unión Soviética. Ahora, de no ser por los golpes terroristas, nadie estaría reparando en el mundo islámico porque la atención está enfocada en Japón, en los tigres asiáticos y en Rusia.
Las bajas en Wall Street y la manifiesta desaceleración de la actividad económica en Estados Unidos (en el segundo trimestre la economía sólo creció 1,4 por ciento) dicen que, efectivamente, la crisis está llegando a la Unión. Esta, por más hegemónica que se proclame, no cuenta con ningúnmedio efectivo para dominar la convulsión mundial de los mercados. Un año atrás, la crisis significaba para los intereses norteamericanos la ocasión de extender su frontera de negocios, ingresando a las plazas asiáticas. Ahora toma otro color: las corporaciones ven caer su rentabilidad, y millones de estadounidenses pierden el sueño al contemplar el diario derrumbe de los fondos de inversión y de pensión.
En estas tristes circunstancias, la descarga de misiles sobre países como Sudán, asolado por la hambruna, ayuda a reparar la autoestima de la superpotencia. Sin embargo, ganarle una guerra al fundamentalismo le resultará tan imposible como encauzar a los especuladores. De algún modo, los dos frentes se mezclan y confunden. Para los principales países de la OTAN, y particularmente para Alemania, Rusia está resultando más peligrosa hoy, en algún sentido, que cuando conducía el Pacto de Varsovia. Y eso gracias a haber intentado una transición desde el ineficiente colectivismo a la economía de mercado que le recomendó Occidente.

 

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