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Por Fernando DAddario El tango se planta frente a la realidad como una elaboración de pérdidas, pero le confiere a Juan Cedrón una pequeña revancha cotidiana: la paulatina reconstrucción, vía París, de una identidad afectiva que amenazaba con licuarse en postales de nostalgia porteña. Hace 25 años dejó el barrio de la Boca y los recuerdos de Núñez y Pompeya para instalarse en Francia, y unos cuantos discos después de aquella experiencia de Gotán (el primer café concert tanguero de Buenos Aires), el Tata se despegó la etiqueta de vanguardista como quien se saca de encima un traje viejo. Hoy, mientras charla telefónicamente con Página/12 desde la noche de un suburbio parisino, franceses y argentinos lo consideran un clásico. Otra etiqueta, si se quiere. En el medio quedaron los sueños generacionales, un estilo musical cercano a la suite arrabalera y la certeza de haber liberado en canciones la poética que permanecía prisionera en los libros de Juan Gelman, Raúl González Tuñón y Bertolt Brecht. Desde el próximo 7 de setiembre, y durante casi un mes, el Cuarteto Cedrón volverá como todos los años a encontrarse con su gente de siempre (ver recuadro). Las veredas de Buenos Aires ya no son como las inmortalizó Cortázar y la realidad de fin de siglo no permite verificar el romanticismo de la Milonga de la ganzúa que patentó González Tuñón (Ahora hay otro tipo de ladrones, apunta el Tata, y se ríe), pero ciertas cosas se mantienen inalterables. En todos lados. El cuarteto viene de tocar en Mónaco. Ni en las películas vi tanta plata en un solo lugar. Tocamos en un lugar hermoso, un anfiteatro frente al mar cuenta Cedrón, y ante una pregunta obvia (¿Esa gente entenderá una propuesta como la de ustedes?) surge repentinamente el cinismo porteño: Mejor que nosotros. Ellos sí que entienden todo. Por algo tienen tanta guita.... En estos días reeditan Madrugada, el disco en el que musicalizó poemas de Gelman. Treinta y cuatro años después de la grabación original, ¿cambia la visión de ese trabajo? No, creo que esas cosas no envejecieron. Hoy justo me puse a pensar en el vals Pasaba algo, que hicimos con Juan en la casa de Paco Urondo, en la calle Venezuela al 700. Y cuando pienso en esos temas me viene a la mente todo un cuadro de época, los 60, y aparezco yo, claro, pero mucho más flaco, y con el pelo negro... no soy de los que reniegan del pasado, y tampoco tengo problemas en reconocer que sigo sintiendo una nostalgia sana por aquel Buenos Aires. Será por eso que siempre vuelvo. La gente tiene muy vinculada su producción discográfica con la militancia política, pero la mayoría de los poemas de Gelman o González Tuñón que usted musicalizó no abordan esa temática. Tienen que ver más con el amor, o con historias urbanas... Sí, es verdad. Pero es curiosa la reacción de la gente. Muchas veces cantamos una canción de amor y la gente se queda en silencio. Después lo presentamos como un poema de Gelman y se viene la ovación, y te dicen qué gran tema. Yo preferiría que apreciaran la obra por su valor poético y no solamente por la importancia de quien la escribió. En Buenos Aires se mitifican mucho las cosas. Pero la etiqueta ya está puesta. Y la gente busca eso. Claro, pero yo siempre hice convivir en mi repertorio todo tipo de temáticas, más allá de que mis convicciones políticas siguen siendo las mismas. Es más: sigo pensando igual que en la década del 70. Y pasó mucho tiempo, ¿eh?. Cambió la manera de cantar, e incluso la manera de hablar. Pero musicalmente trato de abrirme, de buscar variantes armónicas y poéticas, respetando nuestra identidad. No podemos tocar siempre canciones revolucionarias, porque entonces, el día después de que ganemos, ¿qué vamos a cantar? ¡Nos quedamos sin letra! ¿El público fue creciendo con ustedes? Ahora es más amplio. Antes, para el ambiente del tango directamente no existíamos, quizás porque no teníamos los tics de los tangueros de esa época y no tocábamos en los lugares donde iban las orquestas típicas.Teníamos una militancia política muy fuerte. Yo no era estudiante, pero me la pasaba en la facultad. Estábamos con el peronismo de izquierda, la única opción que veíamos posible. Tocábamos en todos los actos políticos que se hacían, por Vietnam, en contra del plan Conintes, nos prendíamos en todas. Y teníamos un público básicamente estudiantil. Ojo que nuestro tango siempre respetó mucho la esencia, lo barrial, pero también disfrutamos mucho enriqueciéndolo con una poética distinta. Quizás el secreto del Cuarteto Cedrón radique entonces en el refinamiento de lo arrabalero, sin que ninguno de los dos aspectos anule al otro... Lo arrabalero está, hay un swing canyengue que lo tomamos como identidad. Es nuestro. Y después, bueno, a eso se le agrega una música elaborada. Es probable que esa mezcla de cosa primitiva y al mismo tiempo delicada haya sido bien recibida. ¿Cómo maneja el conflicto, si lo hay, entre el porteñismo que lleva dentro y la universalidad que implica estar en París? El conflicto no es traumático, porque nosotros siempre fuimos universales desde la Argentina. Ustedes musicalizaron hace unos años la adaptación de Bertolt Brecht de Antígona. Ahí se daba una situación curiosa: un tema griego adaptado por un alemán cantado en francés por un porteño. Y lo más paradójico es que el trasfondo de la historia podría ser perfectamente argentina... Es que Antígona era Evita... además fue la primera mujer que le dijo no al poder. Es increíble cómo una historia como la suya viaja a través de los siglos y de los países y de algún modo se repite, porque es verdad, su lucha para buscar el cuerpo de su hermano tiene relación con las Madres de Plaza de Mayo: la tragedia de la injusticia y la búsqueda de la verdad son no solamente universales, sino atemporales.
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