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A Björk le gusta describir su pequeño país Islandia, 250.000 habitantes como un isla volcánica en formación. Tiene, dice, el tamaño de Inglaterra, queda muy cerca del Polo Norte y está habitada por descendientes de vikingos paganos. Está calificada por las Naciones Unidas como la quinta nación más moderna del mundo en este momentos, cuenta. Islandia es una tierra de leyendas antiquísimas y teléfonos celulares. Tenemos lo mejor de los dos extremos opuestos: naturaleza y tecnología. Nada en el medio. Naturaleza y tecnología me gustan por igual, a veces pienso que son la misma palabra. Pasado y futuro, enumeró aquí antes de sus dos presentaciones porteñas que reunieron, en total, 6.800 personas. Una ¿inesperada? pero impactante convocatoria popular. En todo caso, se trata de la confirmación de su relevancia como artista practicante de una música total, clásica y moderna, que escapa graciosamente de cualquier definición encasillante y que así se permite, lujo para estos tiempos, abarcar varios de esos compartimentos estilísticos que mucho más tienen que ver, en verdad, con decisiones de marketing aprobadas (consentidas en silencio, si no) por la mayoría de las estrellas. ¿Qué hace Björk? ¿Tecno, clásica, baladas ambient? Nadie podría acertar en una definición única. Björk también es una estrella pero, por el contrario, desde esa posición a la que accedió desde un lugar totalmente al Primer Mundo (y a la vez no, como puede entenderse de la definición inicial) juega su propio juego, diluye el clasicismo de una interpretación acústica con una batería de efectos sonoros especiales y sobre esa combinación eleva su voz hacia el espacio y desde ahí cuenta sus historias que también tienen, y no es casualidad, una ambivalencia naturaleza-tecnología que las hacen únicas. El espectáculo que presenció un atildado pero fervoroso todo a medida y armoniosamente público porteño es, en una buena medida, bien parecido al lejano territorio natal de esta pequeña pero firme mujer: hay naturaleza (un octeto de cuerdas) y tecnología (un productor-programador), soporte instrumental para su delicado registro vocal que, a veces, puede llegar a empalagar pero nunca a un extremo insalubre. Todo lo contrario, lo suyo es una fuerte presencia escénica desde su aire descuidado de libélula que se pasea, descalza, sobre un tablado. De punta en blanco (hasta la frente), apareció mientras sus compatriotas de apellidos impronunciables, organizados según el esquema tres violines-dos cellos-dos violas, operan de introducción climática a la primera canción. Sin embargo, y dado su aire de fragilidad casi infantil, no conquista nunca la escena pero sin embargo gobierna, a veces al trotecito, a veces en puntas de pie, el espacio. Así fueron pasando las canciones de sus tres discos, con preponderancia de las más nuevas de Homogenic (algunas de ellas, notables en interpretación de los diez músicos en escena, como en los casos de la inicial Hunter, Immature y el clima melodramático de Bachelorette) más las delicadas versiones de algunos de sus seudo hits no tienen estribillos coreables ni mucho menos, pero algo en el ritmo o en sus inflexiones vocales los hace pegadizos, amén de cierta generosa difusión radial-televisiva del tipo Possibly maybe, Human behavior yespecialmente Isobel. Esta última, posiblemente uno de los puntos altos de su carrera (originalmente editada en Post, magníficamente arreglada y dirigida en un liviano tono soul por su maestro Eumir Deodato en el disco de remixes Telegram), es una perfecta radiografía del especial formato Björk de canción: programaciones de ritmo que gobiernan el tono de la melodía desde una suave marcha percusiva, más el triunfal ingreso de las cuerdas como pie para su voz. Lo mismo puede decirse de Hyperballad, otra pequeña perla de su repertorio (también de Post) que inauguró el baile las dos noches justo en la recta final del show, desatando una suerte de electro-pogo entre los más fervorosos y con una briosa performance física suya. Hyperballad, además, con el agregado de su atractivo título, puede representar un principio de definición. Lo que hace Björk, al fin y al cabo, son hiperbaladas, canciones de cuna para tararear orbitando en el espacio exterior de un futuro cercano.
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