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Por Eduardo Febbro Desde París
Por la manera en que caminan parecen peregrinos que acuden a un santuario. Pero en vez de ante una iglesia se detienen en el Place de L'Alma, en el centro de París, frente a la réplica de la llama de la Estatua de la Libertad. Los más osados bajan hacia el túnel que cruza la plaza y cuentan los pilares como si buscaran un tesoro. Tienen rosas en las manos, cámaras de fotos, cintas de colores y aerosoles con pintura. Se detienen en el pilar número 13 del túnel y entonces empieza un momento de éxtasis peligroso. Los coches pasan a toda velocidad, pero los devotos no se inmutan. Acaban de llegar al punto culminante de la peregrinación, el centro a donde convergen las lágrimas universales: allí, hace un año, el 31 de agosto de 1997, la princesa Diana encontraba la muerte en un accidente junto a su amante de entonces, Dody Al-Fayed. El Mercedes Benz alquilado por el hotel Ritz se estrelló en el pilar número 13. Para los devotos de Diana, "la princesa del pueblo", el túnel y la plaza son lugares sagrados. La réplica de la llama de la Estatua de la Libertad está cubierta de inscripciones y pegatinas. De día y en las cálidas noches de agosto o en las heladas de diciembre, siempre hay una estrecha multitud junto a la llama. Algunos vienen de rodillas, con lágrimas en los ojos. Otros depositan ramos de flores, fotos de sus hijos, velas encendidas o papeles doblados pidiendo milagros. Los que bajan al túnel arriesgando sus vidas lo hacen para dejar un testimonio. Hace dos días, un grupo de seis turistas de varias nacionalidades fue hasta el pilar 13 con un enorme ramo de rosas y lo ató con cinta adhesiva. El historiador francés Jacques Juillard habla de "comunión planetaria" para explicar el alcance del fenómeno. Un año después de su muerte, Diana es objeto de un culto cuya intensidad está reflejada en la cantidad de turistas que acuden al Pont de L'Alma y en las escenas que se ven. "Diana es la Ceferino Namuncurá" del universo, dice un sociólogo francés y buen conocedor de la Argentina. El delirio es tal que hasta los mismos protagonistas lejanos de su desaparición se prestan al sucio juego de conmemorar su muerte. Emile Cariati, director del hotel Odeon, ideó y puso a la venta un peregrinaje exclusivo de los últimos pasos de la Lady y su compañero. Los peregrinos salen como la pareja del hotel Ritz, en la Place Vendôme, hacen un alto en el subterráneo de L'Alma, el lugar del accidente, y siguen hasta el hospital de la Pitié Salpetrière. Todo por la suma de 35 dólares. Para la noche del 31 de agosto, están previstas cenas "especiales Lady Di" en muchos restaurantes de París y existe una infinidad de manifestaciones que mezclan devoción y comercio. Se pueden comprar lápices y cartas postales con la imagen de la Princesa de Gales impresa sobre un bosquejo del túnel de L'Alma. Entre los pintores que venden cuadros de París, las "creaciones con el rostro de Diana" son las más vendidas. "Mirá, gano un 30 por ciento más gracias a eso", reconoce un pintor argentino que trabaja en el Boulevard Saint Germain. La última novedad es el lanzamiento de la Iglesia de Diana en un servidor de Internet. El historiador inglés David Starkey denuncia la falsificación generalizada que impera en este lagrimario mundial. Starkey dice que "fuera de las cámaras, Diana no existía". El filósofo francés Pierre-Yves Bourdil afirma que el "carácter reemplazable de Diana hace que podamos proyectarnos fácilmente en esa imagen vacía". A los franceses les molesta que el aristocrático Puente de L'Alma se haya convertido, como escribieron los peregrinos en un costado del túnel, en "el monumento de la princesa del pueblo". Ese espectáculo de la conmemoración no sólo está en el puente sino también en las páginas de las revistas y los diarios. Las payasadas que se leen no son menos entrañables que las escenas de adoración. El prestigioso psicoanalista Daniel Sibony llegó a escribir que la muerte de Diana era "un sacrificio humano". La socióloga Françoise Gaillard piensa que "la desaparición de Lady Di es la ocasión para derramar lágrimas demasiado contenidas". La santificación espontánea de Diana y el culto que la acompaña empieza a molestar a la iglesia. Hace unas semanas el arzobispo de Lourdes, viendo que sus fieles dejaban en la gruta de Lourdes fotos de la princesa, salió a decir: "Hay que terminar de una vez con el culto de Diana". El viernes por la noche, una señora que pasaba ante el túnel de L'Alma, conmovida e indignada por la numerosa asistencia, expresó, tal vez, la frase más real: "Ya no sabemos a dónde dejar nuestra pena".
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