![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
|
Esta última interpretación reproduce la que parece haber hecho el presidente ruso Boris Yeltsin cuando tomó el poder, y la que está en el origen de los problemas actuales de su país. Yeltsin, que tanto combatió al célebre Mijail Gorbachov para acelerar las reformas hacia una economía de libre mercado, se ocupó de construir su propia imagen de político "decidido" --gritón, gesticulador, capaz de tomar cualquier decisión-- pero sin ninguna idea clara de lo que sería una Rusia capitalista. En lugar de transformar ese "capitalismo de Estado" deficiente que caracterizó a la supuestamente "socialista" Unión Soviética, Yeltsin mantuvo las estructuras económicas clave tal como estaban --como las empresas energéticas-- y, mientras tanto, dejó que entraran las inversiones extranjeras más volátiles: la de los mercados financieros y de bienes de consumo. En el engendro resultante, los dólares iban y venían mientras Gazprom y Rosneft, empresas gigantescas de gas y petróleo, seguían actuando más que deficitariamente por años de inversión nula. Estas empresas se transformaron en gigantes políticos detrás del presidente narcisista. Gazprom, por ejemplo, tiene gente en los ministerios de Interior, Defensa, Economía, dentro de la burocracia estatal y, fundamentalmente, tuvo durante mucho tiempo a quien fuera su propio presidente, Viktor Chernomyrdin, como premier. Los gigantes estatales soviéticos se convirtieron de esta manera en una mafia, un Estado dentro del Estado cuyo único interés es la preservación. Pero el que no pudo perpetuar su imagen fue Yeltsin. Trató de
recuperarse con uno de sus golpes, la destitución de todo un gabinete, pero la caída de
la economía era inevitable. Y cuando huyeron las inversiones extranjeras, el rublo se
hundió y la hiperinflación parece a las puertas, mientras debajo de la evanescente
imagen del Narciso postsoviético aparece la verdadera alma de este Estado: Chernomyrdin. |