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Por Juan Sasturain Fue un partido raro, algo que de tanto decirlo de tantos partidos deja de tener sentido: porque últimamente proliferan los partidos raros. En este caso, la rareza consistió básicamente en dos cosas: una, la diferencia entre lo mal que se jugó en muchos aspectos y durante muchos minutos, y lo entretenido que resultó el trámite sobre todo en el tramo final; otro, la diferencia entre el maltrato generalizado de la pelota y la notable factura de algunos de los goles. Es decir que lo habitual fueron contraposiciones, incongruencias, desorden conceptual dentro y fuera de la cancha. Hasta desorden en los sentimientos. Los desconcertados hinchas de River que silbaron a coro a su equipo por el horrible espectáculo el primer tiempo cuando perdía 2-0 terminaron aplaudiendo al entrega final y el 3-4 con que arrimaron al final. En las actuaciones individuales también fueron varias las paradojas, las rarezas. Sobre todo en San Lorenzo. Uno es el caso del resistido Passet, que sacó pelotas imposibles y mantuvo la serenidad y el control de la situación en su valla y alrededores cuando arreció el ataque de River, pero que fue por lo menos culpable de dos goles: el de Angel, que le embocó desde ángulo agudo al rincón que era suyo; y el de Castillo, desde demasiado lejos y anunciado para él. Otro es el caso de Acosta, ya no resistido sino vituperado por la hinchada de San Lorenzo, que había jugado tan mal como los últimos partidos durante el primer tiempo hasta que resolvió con toda la velocidad y la precisión que llevaba acumuladas y sin usar durante un mes largo en la primera contra que metió San Lorenzo y puso el 2-0. Y eso fue sólo el principio, pues en el segundo redondeó una actuación notable fue la figura al resolver con sutileza por encima de Bonano después de recibir de Basavilbaso y convertir el tercer gol y al habilitar con tiempo y precisión de lanzador a Gorosito en el cuarto. En este partido lleno de rarezas, San Lorenzo ganó con justicia y por la diferencia si puede decirse adecuada. El gol final dejó las cosas más cerca de los merecimientos de cada uno que ese 4-1 que llegó a estirar el equipo de Basile en el momento de mayor desconcierto de River. Pero para que San Lorenzo sacara dos goles de ventaja, llegar a tres y terminara ganando por uno, debieron jugarse noventa minutos que parecieron el doble. El primer tiempo fue interminable por lo malo; el segundo fue largo por todo lo que pasó. Desde el principio, en el planteo de los dos se notó la vocación de pelear/poblar la zona media con más pretensión de recuperar la pelota que de ocuparse de qué hacer con ella. El resultado fue la mayor imprecisión: en el primer tiempo parecía que jugaban con un globo. Puro choque y pum para arriba. Porque para eso parecían programados. Basile, después de las últimas evidencia de inoperancia de sus delanteros, optó por armarse para contraatacar. Cuatro en el fondo con Paredes de lateral y Tuzzio adentro; sacó a Galetto y puso al colorado Lussenhoff para tener más lucha y combatividad en el medio, lo rodeó de un inexpresivo Coudet y del empuje sin claridad de Basavilbaso, es decir, sumó más fuerza aún en la zona. Encima, repuso de salida a Biaggio junto a Acosta en lugar del hábil Estévez y le dejó a Gorosito el trabajo de conectar el nutrido bloque defensivo con los dos de arriba. Y Gorosito no anduvo bien. Peleó, chocó, luchó, pero estuvo impreciso y se equivocó más de lo habitual en él. Ramón Díaz venía mal y armó un equipo conservador y con poco fútbol: los cuatro del fondo (sobre todo los centrales, sin Ayala ahora) no ofrecieron garantías en la marca y menos una salida limpia, excepto en el caso de Sorín. Escudero, Gómez y Netto forcejearon infructuosamente en el medio juego sin resultado mientras Solari no se bastaba para alimentar a los dos de arriba, de los que uno estaba Angel y el otro no: Pizzi no jugó. Así, proliferaron los pelotazos de cuarenta metros que volaban sobre las cabezas de unos para caer sobre las inciertas de otros. Y cuando el resultado se puso adverso, peor. La diferencia fue que en el segundo tiempo tiraron los mismos pelotazos pero con más convicción. Queda por explicar el resultado. San Lorenzo llegó la primera vez, sin hacer nada y embocó el primero de rebote. Y ahí se acomodó como le convenía. Del otro lado, Pizzi se perdió el empate pegándole mordido y, cuando podría haber empatado sin hacer demasiado, llegó el segundo de San Lorenzo en el primer gran contraataque de la tarde que nació de un córner de River... El 2-0 determinó el trámite del segundo. Que fue naturalmente mucho más entretenido porque River puso toda su determinación y antes de los diez había hecho un gol y llegado cuatro veces. A partir de ahí, fue el ir y más ir de River sobre todo por arriba y las contras temibles de los de Basile. Con ese esquema de juego se llegó a 4-1, con ese esquema se llegó a 4-3. Un resultado de metegol en un partido de metegol Eso es: en eso consistió la rareza. Fue bueno y tan malo como puede serlo un partido de metegol. Jugaron a siete pelotitas, con desprolijidades y goles espectaculares, errores defensivos, gritos, saltos, choques de fierrazos con la pelota sufriendo en el medio. Hubo algunos que, incluso, hicieron molinete.
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