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La sociedad del odio
Por José Pablo Feinmann

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t.gif (862 bytes) El odio –en la sociedad de exclusión– es más cruel que en la sociedad de clases. Más cruel y más irracional. No tiene ideología. No se canaliza organizadamente: huelgas, movilizaciones, trabajo a tristeza, volanteadas, pegatinas. Si bien el odio es una categoría del enfrentamiento de clases, su virulencia, su espesor estuvo siempre pulido por la ratio ideológica. No se odiaba todo, no se proponía destruir todo ni la violencia se postulaba como absoluta –contra todos– y con el plus estremecedor de la crueldad.
Una volanteada, una pegatina –esas cosas de los viejos tiempos– implicaban que se tenía algo que decir. Se denunciaba una injusticia y se proponían los caminos –que podía o no incluir la violencia– para salir de ella. Hoy, el excluido sabe que no saldrá de esto. Que esto es así. Que no se modifica. Peor, que se acentúa. Que este modelo consiste precisamente en eso: en acentuar las condiciones que hicieron del excluido un excluido. Así las cosas, sólo queda el odio.
El excluido que se compra un revólver y asalta un restaurante está constituido por un par de certezas esenciales: en el restaurante se come. El excluido no tiene cómo ganar su pan. O, al menos, ha sido expulsado del lugar en que el pan se gana: el trabajo –también– tiene una relación de abierto conflicto con el incluido. Todo incluido ocupa el lugar que un excluido no tiene. Todo incluido es culpable. La relación ya no es entre clases. Es más personal, más individual, más íntima. Es de uno a uno. En una sociedad de incluidos y excluidos todos y cada uno de los incluidos son culpables por la exclusión de alguien. Todo incluido tiene su simétrico excluido. Ocupa un lugar del que otro ha sido privado. Un lugar que –si no lo ocupara– pertenecería a otro, que no lo tiene porque el incluido lo posee. Ergo, no hay incluido inocente.
De aquí, el odio. El Superintendente de Seguridad dice: “El número de delitos no aumento, lo que creció es la violencia”. El jefe de policía dice: “Hoy tenemos una delincuencia totalmente despiadada e irracional”. Si lo que creció es la violencia es porque lo que creció es el odio. Antes, el huelguista, el militante, el guerrillero veían en el Otro una representación cuasi abstracta: la patronal, el imperialismo, el sistema. Hoy el excluido ve, descarnadamente, a un ser individual, singular y culpable, o a un cómplice, o a un indiferente. También a alguien que se permite gozar de la vida en un tiempo de desdichas masivas. Entonces, rabiosamente, lo golpea sin piedad. O lo mata.

 

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