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Por Carlos Polimeni desde Mendoza El año 1963 sería para la música popular del mundo una bisagra, pero aún nadie lo sabía. Cuatro chicos de Liverpool amantes de los olvidados músicos negros estadounidenses comenzaban el proceso por el cual transformarían al rock en cultura. Un joven bahiano radicado en Río empezaba a meter jazz en el samba y con ello a liderar una revolución de cantar bajito. Un bandoneonista y arreglador con mucha música en la cabeza se demostraba a sí primero que a nadie que el tango no podía ser solamente la historia de la percanta que te amuró en lo mejor de tu vida. Un chico judío de un estado extraño de un país enorme que amaba un poeta galés borrachín hablaba de la Guerra Fría en canciones de formato country. Los Beatles, Joao Gilberto, Astor Piazzolla y Bob Dylan no eran navegantes solitarios, sino más bien emergentes de un estado de cosas en la cultura del mundo, que centenares de miles de jóvenes quería cambiar, hacer radicalmente diferente del que había heredado. Ese estado de situación explica en buena medida el surgimiento del primer movimiento con conciencia de tal en la historia del folklore argentino. Sus jóvenes propulsores músicos, poetas e intérpretes lo llamaron Nuevo Cancionero y se lanzaron al terreno con un gesto ampuloso: un manifiesto estético que, como suele ocurrir, les granjeó más enemigos de los que merecían. Aquellos jóvenes fogoneros de los cambios que vendrían se llamaban Mercedes Sosa, Armando Tejada Gómez, Oscar Mathus, Tito Francia, Juan Carlos Sedero, Horacio Tusoli y Víctor Nieto, y se habían nucleado fatigando el escaso espacio artístico de la capital de Mendoza mientras se preparaban para intervenir en un gran debate nacional. Este fin de semana, con La Voz como invitada central, Mendoza celebró los 35 años de aquel gesto, con un festival de cuatro horas de duración, por el que desfilaron, entre muchos otros, Víctor Heredia, León Gieco, Nilda Fernández, Pocho Sosa y los chilenos Inti Illimani y Cecilia Echenique. Mercedes, que trabajaba de portera en el verano de 1963 en Buenos Aires, escribió de puño y letra unos conceptos que su marido Mathus le iba dictando al aire libre, en la plaza que estaba donde hoy se yergue la Biblioteca Nacional y con esas ideas Tejada Gómez redactó el manifiesto que leería en el Círculo de Periodistas de Mendoza. Es curioso, pero entonces, como ahora, había un boom del folklore paisajista y pum para arriba, resultado a su vez de un proceso social, por el cual miles de provincianos que habían ido migrando hacia Buenos Aires consumían una música distinta del tango que caracterizaba a la gran metrópoli, cuando el rock era sólo un ritmo de moda e importado desde Estados Unidos e Inglaterra. El manifiesto fue por un lado un llamado a la unión entre tangueros y folkloristas, enfrentados entonces por un mercado, y por otro una invitación a renovar en el folklore los contenidos poéticos, armónicos y melódicos. Es decir, por abrir la música del interior del país a las músicas del resto del mundo y, ante todo, por cambiar el paisaje omnipresente en las letras, por el hombre. Si, simplificando, la bossa nova fue una operatoria estética que consistió en inyectar en el samba el jazz, si Los Beatles introdujeron el pop en la música negra, si Piazzolla hizo codear al tango con la música culta, si Dylan poetizó la aburrida música campesina estadounidense, el Nuevo Cancionero metió al hombre común en las letras del folklore, con todo la carga política que eso significaba. Se proponía, escribió Tejada Gómez, que admiraba Atahualpa Yupanqui y Félix Dardo Palorma, depurar (al género) de convencionalismos y tabúes tradicionalistas; lo que significaba no seguir cantando sólo a los interminables atardeceres criollos sino también, y privilegiadamente, cantar las penas y las alegrías de los paisanos, y encontrarles explicaciones a unas y a otras.Los cuyanos, duchos en cuecas, tonadas y zambas, le pusieron palabras a una tarea que en Salta también hacía la impresionante dupla compositiva de Manuel J. Castilla y Gustavo El Cuchi Leguizamón, y en rigor ofrecieron un marco teórico, y un espíritu generacional, a una serie de impulsos de creadores de todo el país. Aquel impulso estético que planta un mojón entre el folklore tipo Paisaje de Catamarca y el folklore tipo Maturana superó incluso las barreras de la canción hispana, y rebotó en España, en Chile sobre todo en los años previos al gobierno de Salvador Allende y Cuba; entre otros países. Silvio Rodríguez reconoció en Mendoza hace algunos años que los fundadores de la Nueva Trova Cubana partieron del ejemplo gestual del Nuevo Cancionero cuando, a fines de los 60, quisieron separar del pasado una etapa de renovación de su música nacional. El homenaje a aquel momento de inflexión producido por el Instituto Provincial de la Cultura de Mendoza, a través del teatro Independencia, fue aquí el sábado un modo de pasarle el plumero a una gesta que casi ya nadie recuerda entre otras cosas porque fue poblándose de internas, de rencores asordinados, de conflictos difíciles de resumir, pero que ofreció un marco de referencia a docenas de canciones que no mueren, entre ellas muchas que Mercedes ha convertido en patrimonio de millones, varias firmadas por Armando Tejada Gómez, que murió en 1992. Curiosamente el homenaje ocurrió mucho más durante las dos primeras horas, un desfile de músicos diciendo presente a la propuesta de un ejercicio de memoria cultural, que en las dos finales. En éstas, Mercedes, cuya convocatoria llenó de gente el teatro Gran Rex, concretó un recital normal, aunque lleno de gestos de cariño por esta provincia, en que pasó los duros años previos a su consagración nacional, y adonde ha jurado volver a vivir cuando se retire, si es que alguna vez se retira. La actitud de Mercedes fue artísticamente inobjetable aferrarse a las cosas detenidas/es ausentarse un poco de la vida, escribió Pablo Milanés- pero dejó a algunos de los anfitriones con gusto a pólvora. Les hubiese gustado que además de Zamba azul, forzada por las vivas del público a Francia, que alguna vez fue su guitarrista, interpretase algunas de las canciones que son parte del legado del Nuevo Cancionero, y que pasaron por su repertorio, desde la hoy obvia Canción con todos hasta las imperecederas Volveré siempre a San Juan, Regreso a la tonada, Zamba para no morir o Canción de las simples cosas. Sin embargo, Mercedes es Mercedes, y si Mercedes es Mercedes en buena parte lo es porque en la práctica artística, más allá de las declamaciones e internas, transformó en realidades tangibles aquellas ideas, ciertamente combativas, y por ello combatidas, que el manifiesto esbozaba hace ahora 35 años. Sin haber compuesto nunca una canción, Mercedes concretó una obra que es el sueño cumplido del manifiesto, aquel gesto de jóvenes polemistas que sabían que los tiempos estaban cambiando, que una fuerte lluvia iba a caer y que las respuestas estaban flotando en el viento.
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