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The Guardian de Gran Bretaña Por Michael Winner desde Londres Un cigarro es la clave en el último episodio de telenovela de la producción multimillonaria de Kenneth Starr, con la actuación protagónica del presidente Clinton. Aparentemente, la femme no tan fatal, Monica Lewinsky, ejecutó un extraño acto sexual con el cigarro, o se provocó placer o hizo algo totalmente indescriptible, mientras el pobre Yasser Arafat que debe haber pensado que ya tenía suficientes problemas con Benjamin Netanyahu esperaba desconsolado afuera para reunirse con el presidente. Para alguien que solía fumar 15 grandes cigarros Havana por día, comenzando a las nueve de la mañana, todo esto aclara una serie de cuestiones importantes. Si debemos creer que Lewinsky entretuvo al presidente metiéndose el cigarro usted-ya-sabe-dónde y presumiblemente acompañando el acto con dramáticos efectos vocales, es para pensar: El cigarro debe haber estado envuelto. O bien estaba envuelto en celofán o dentro de un tubo. Ambas posibilidades denotan una pobre apreciación de los cigarros por parte del presidente Clinton. Los verdaderos aficionados saben que los cigarros mantenidos con protecciones externas son inferiores en calidad a aquellos que vienen en una caja de madera, conservados a la temperatura y humedad correctas. ¿Estaba Mr. C. usando el regalo de alguien que le deseaba bien para otros propósitos que los que estaba destinado? O si era uno de sus cigarros, ¿lo consiguió como todos los fumadores serios de cigarros de un mayorista? ¿Era uno de esos espantosos cigarros caribeños, o peor aún, sudamericano? ¿O era uno ilegalmente importado de Cuba? A menudo el cigarro es considerado un símbolo de la potencia masculina, una señal de poder, un afrodisíaco para la doncella ocasional. Para algunas personas, el cigarro indica que el propietario es rico y glamoroso; para otros representa la vulgaridad sin límites. Para aquellos que vivimos la Segunda Guerra Mundial, el cigarro de Winston Churchill era un símbolo de supremacía y de consuelo en tiempos de tensión. Una bandera inglesa con humo. Mientras tanto, en las películas, Edward G. Robinson blandía su cigarro, estilo staccato, frente a gangsters menores. ¡A la menor pavada, los ametrallaba! Me pregunto qué rol jugaba el cigarro en mi persona. ¿Se dirían las chicas: Ahí viene Winner chupando esa cosa fálica enorme, marrón oscuro, ¿no es atractivo?. O pensaban: Mi ropa y mi pelo van a estar ahumados con olor a cigarro, tendré un olor absurdo. Seguro que tiene mal aliento, mejor escapo. El dicho más citado sobre cigarros es de Rudyard Kipling. Yo lo tengo grabado en un sinnúmero de objetos, desde cajas de fósforos de bronce hasta cortadores de cigarros, que me fueron regalados. Dice: Una mujer es sólo una mujer, pero un buen cigarro es una bocanada de humo. El presidente Clinton aparentemente consiguió ambas. ¿Usaba él me pregunto esta especie de juego erótico previo antes de este incidente cataclísmico? Esa es parte de la gracia de fumar cigarros. Está el pedido de una caja de fósforos. Alguien tiene que pasártela o llevártela. Queda así establecido el poder de mando. Después de su superlativa actuación, ¿le prendió Monica el cigarro al presidente Clinton, demorando así todavía más un acuerdo de paz de Medio Oriente? ¿Miró hacia arriba con admiración mientras él prendía y volvía a prender su cigarro, haciendo que la llama se elevara como un pequeño fuego de artificio? Yo era especialmente bueno en esto y lo utilizaba frecuentemente en reuniones de negocios como para decirle a la oposición: Ustedes tendrán que esperar mientras yo creo este asombroso efecto teatral. En un excelente recurso para interrumpir a alguien que está en medio de lanzar un torrente de argumentos contra uno. Los ojos del adversario son atraídos a la llama, su concentración flaquea. Finalmente uno disminuye la conflagración y larga una enorme bocanada de humo comodiciendo: ¿Decía usted?. ¿Podría ser que el mero hecho de que Bill sea el jefe de la nación más poderosa del mundo se le haya convertido en un lugar común? Viendo cómo su vida sexual languidecía, el presidente se volcó a un afrodisíaco. ¿Se veía a sí mismo como un apostador del Mississippi, sentado inmaculado en las mesas de juego, rodeado por las beldades sureñas que aspiraban el néctar de su Monte Cristo Nº 2? Monica, ¿se habrá comprado ropa para estar a tono con esta imagen? ¿Qué tenía puesto esa tarde en especial? ¡Si sólo yo fuera lo bastante inteligente como para meterme en Internet a fin de localizar al tal Drudge que está diseminando estas gemas, en lugar de tener que leerlas en el diario un día más tarde! Tengo grandes dudas de que la historia revele la significancia de este cigarro. Un buen Havana se vende a 15 libras o más. Si éstos fueron donados al presidente, ¿fueron declarados debidamente en un registro apropiado? Si el cigarro no fue fumado, ¿Monica se lo guardó y figurará en el catálogo del remate de sus recuerdos? Si es así, seguramente logrará el precio más alto jamás pagado por un cigarro. A veces ansío una pitada de un cigarro. Hace cuatro años que una operación a corazón abierto y las recomendaciones de mi médico me hicieron dejarlo. Hace poco tiempo, estaba sentado detrás del chofer y le dije a Vanessa: Sabés, en otros tiempos este auto hubiera estado lleno de olor a cigarro. El humo dulce hubiera flotado frente a nosotros. Que repugnante, dijo Vanessa. Me alegro de no haberte conocido entonces. Qué buena chica. Nunca va a recibir una invitación a la Casa Blanca. Traducción: Celita Doyhambéhère.
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