"Lo
único que necesito en este momento es un habano", dijo Violeta Pochat a la cuñada
que la invitaba a tomar un café. Un día antes de la sentencia Violeta había participado
en los alegatos durante el juicio oral a Armando Andreo por el asesinato de su marido, el
ex auditor de la ANSeS Alfredo Pochat. Durante la sesión, la mujer había sobrecogido a
la audiencia y a los magistrados acercando su silla ante el escritorio de Andreo y
hablándole cara a cara con medidas pero firmes palabras. En ese contexto el habano,
regalo que suele hacerse a los padres flamantes, parecía significar que la escena había
sido literalmente "un parto". Pero el habano no es sólo el símbolo del fin de
una tensión dramática que da nacimiento a un nuevo ser. Cuando Violeta Pochat reclamó
uno, luego de su confrontación con Armando Andreo, estaba apelando a un objeto de gran
fuerza simbólica en el campo político. El habano no es la pipa de la paz y ya no es
exclusividad de los "chanchos burgueses" de historieta que lo utilizan para
largar aros de humo contra el techo del despacho adonde suelen humillar a sus
subordinados. En la película Cigarros representa la sociabilidad solidaria masculina. En
los labios de Winston Churchill simbolizó el triunfo de los aliados y sus cenizas, un
correlato de las cenizas de Hitler. En los de Fidel Castro y el Che, el del ritmo
ritualizable del poder logrado con el establecimiento de la revolución. No se sabe si el
habano que pidió Violeta Carballo fue simplemente una metáfora del reposo del guerrero
luego que éste se quita un peso del corazón o si, a solas con su conciencia aliviada,
pudo al fin fumarse un puro. Pero, imaginado o no, ese habano reclamado sobre el hombro de
su cuñada, ese 2 de septiembre de 1998, simbolizó el poder de la víctima de hacer que
su palabra no se disuelva del todo entre aquellas con las que la sociedad toda impone
justicia, su derecho a sacarse ese peso del corazón en un cara a cara sin mediaciones y,
por un instante, a mirar al victimario con los mismos ojos que la víctima ("A esta
distancia usted mató a mi marido, sin dejarle posibilidad de escapar", dijo). Ese
ritual de duelo, el de imaginarse en el lugar del ser querido asesinado para mirar con los
mismos ojos el último paisaje también fue expresado por Rodolfo Walsh en la carta
abierta a su hija, luego que ésta fuera asesinada por un comando militar en 1976:
"He visto la escena con sus ojos: la terraza sobre las casas bajas, el cielo
amanecido y el cerco. El cerco de 150 hombres, los FAP emplazados, el tanque..." Como
si el deudo de un asesinado necesitara ese ritual como algo que lo funda por última vez
con el ser perdido y, al mismo tiempo, a la manera de un juicio a solas cuyas leyes no son
las mismas que las públicas, imaginarse frente a frente a los asesinos. Que en el paisaje
de la sala del juicio y mediante su puesta en escena los ojos de Violeta Pochat hayan
buscado inútilmente encontrarse con los de Armando Andreo --más allá del odio, la
impotencia o el deseo de justicia-- ha constituido una prueba definitiva para una condena
íntima que ella deseó se tradujera en la sentencia del tribunal al reclamarle cadena
perpetua. En ese espacio el habano no significa conciliación sino apaciguamiento y premio
a la resistencia. Por eso vayan estas líneas como señales de humo. En palabras: un
habano para Violeta. |