CREPUSCULO |
(Twilight) Estados Unidos, 1998.
Dirección: Robert Benton.
Guión: Robert Benton y Richard Russo.
Fotografía: Piotr Sobocinski.
Música: Elmer Bernstein.
Intérpretes: Paul Newman, Susan Sarandon, Gene Hackman, Stockard
Channing, James Garner, M. Emmet Walsh.
Estreno de ayer en los cines Metro, Monumental, Santa Fe, Multiplex Belgrano, Rivera
Indarte, Tren de la Costa (San Isidro) |
Por Luciano Monteagudo
Alguna vez, hace siglos,
Harry Ross (Paul Newman) fue policía. También fue esposo y padre, pero después de la
muerte de su hija empezó a tomar todo el alcohol del mundo y su vida se convirtió en un
rincón oscuro, solitario. Se hizo detective privado, claro. Qué otra cosa puede hacer un
policía retirado en Los Angeles. Fue entonces cuando a causa de una bala disparada
por el azar entró en la familia Ames (Susan Sarandon, Gene Hackman), un matrimonio
de actores que supo tener su momento de gloria en Holly-wood. Allí, en ese incierto
terreno donde un hombre intenta vivir un presente diferente al que fue su pasado, empieza
Crepúsculo, un film noir otoñal, bañado por la luz tenue de la nostalgia, signado por
recuerdos dolorosos y secretos compartidos que se empeñan en salir a la luz.
La sola mención de su elenco al que hay que sumar a la maravillosa Stockard
Channing (la ex mujer de Harvey Keitel en Cigarros, que parecía un pirata con el ojo
emparchado) bastaría para acercarse a Crepúsculo sabiendo que es imposible salir
defraudado, pero a esa suma de talentos hay que agregarle el guión y la dirección de
Robert Benton, un cineasta injustamente olvidado, a pesar de que se inició como
libretista de Bonnie & Clyde, nada menos, y pasó luego en los años 70 a la
dirección con títulos tan atendibles como Malas compañías y La última investigación,
una película policial muy singular que hacía una relectura de los maestros de la novela
negra particularmente Chandler con una saludable dosis de humor. Aquí en
Crepúsculo, el modelo elegido por el guión de Benton y su socio Richard Russo parecería
el de Ross MacDonald, no solamente porque toma el nombre del escritor como apellido del
protagonista, o porque el mismo Newman fue también alguna vez el detective Lew Archer
imaginado por MacDonald (en La piscina de los ahogados), sino más bien por la manera en
que el film cita como en escorzo una de las novelas más reconocidas de su autor, El
hombre enterrado.
En Crepúsculo también se presume que puede haber un hombre bajo tierra, al que algunos
intentan exhumar, mientas otros se empeñan en volver a sepultarlo si es necesario. Pero
lo más interesante no está estrictamente en la trama del relato, que a determinada
altura se queda corta, sino en sus intersticios, en el doloroso pasado que se adivina en
cada uno de los personajes, en las miradas cansadas y en las palabras nunca dichas con que
se va jalonando la relación de Harry Ross con el matrimonio Ames, con la teniente Verna
(¡grande Channing!) y con el otro veterano ex policía (el resucitado James Garner), que
tiene una casa demasiado lujosa para lo que supone es el modesto retiro de un fiel
servidor de la ley.
Cuando un cliente dice que no hay que llevar un arma, hay que llevar dos,
confirma el bueno de Harry cuando otro ex policía, esta vez moribundo (casi un cameo de
M. Emmet Walsh), está a punto de acabar a balazos con sus días. Esa simple verdad que
todo detective privado que se precie de tal lleva impresa en su conciencia integra una
sobria narración en off en primera persona y unos diálogos precisos, a veces brillantes,
como cuando Newman en uno de sus mejores trabajos en los últimos años, lo que no
es poco decir le recuerda a un matón a quien sorprende comiendo fried chicken que
la gorda Mama Cass se murió atragantada con unhuesito de pollo. La fotografía del polaco
Piotr Sobocinski (uno de los iluminadores del Decálogo de Kieslowski) es otro hallazgo,
porque se revela particularmente expresiva sin necesidad de humedecer las calles o de
vender sus imágenes como si estuviera filmando un clip musical o un corto
publicitario. Todo en Crepúsculo es de un sutil, deliberado, bienvenido anacronismo, como
si Benton lo hubiera filmado cuando Hollywood todavía no pretendía ser un planeta
dedicado a la venta de fast food.
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