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Por Claudio Zeiger La leyenda dice que José Saramago es un escritor tardío que empezó a publicar casi frisando los 60 años. La leyenda funciona porque para "presentarlo" fuera de Portugal --especialmente en América latina, donde efectivamente se lo difunde desde hace pocos años-- se tomó como fecha oficial de partida 1980, cuando se publicó su novela Alzado del suelo. Nacido en 1922, en los albores de la década pasada Saramago era por cierto un hombre ya maduro para iniciar una carrera literaria. Ni qué hablar de los libros más recientes, que lo han colocado en un sitial de privilegio entre los novelistas contemporáneos: Memorial del convento de 1982, Historia del cerco de Lisboa de 1989, El Evangelio según Jesucristo de 1991 y las últimas, Ensayo sobre la ceguera (1996) y Todos los nombres, del año pasado. En su visita a Buenos Aires, relacionada con la promoción de este último libro pero también con una charla sobre derechos humanos que dará hoy en el Museo de Arte Hispanoamericano Fernández Blanco, Saramago desmiente eso de ser tardío: muy por el contrario, revela que publicó su primera novela en 1947, cuando tenía 24 años. Era todo un crío, dice, que por la ansiedad de publicar se dejó cambiar el título del libro: le había puesto La viuda, pero el editor estimó que era muy poco comercial y lo reemplazó por Tierra del pecado. Curiosamente, ese libro primerizo acaba de reeditarse en Portugal, pero Saramago no quiere saber nada con su traducción a otros idiomas. "¿Para qué?" se pregunta. "Es sólo una curiosidad". Saramago agrega que en un prólogo a esta reciente edición, que se publicó efectivamente como Tierra del pecado, explica la historia del cambio. "Yo era muy joven y lo único que quería era que se publicara. Andando el tiempo me di cuenta de que es lo mismo. Si a los 24 años yo no sabía nada de viudas, tampoco sabía nada de pecados". En estos momentos Saramago está embarcado en una gira que después de Buenos Aires (cuyo gobierno lo nombró Visitante Ilustre) lo llevará a Montevideo, a Lima, a Bogotá. También tiene viajes planeados por Italia, Francia, Holanda, y al final de todo Portugal, su tierra natal, aunque ahora se encuentra firmemente afincado en la volcánica isla de Lanzarote, único lugar donde puede sentarse a escribir tranquilo. Lo cierto es que además de firmar ejemplares de Todos los nombres, aceptó esta visita por la invitación de la Comisión de Derechos Humanos del gobierno de la ciudad, en coincidencia con los 50 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. "Sobre las estructuras de poder y los derechos humanos" se titula su conferencia de hoy, desde las 19. En su visión es una buena oportunidad para bajar "eso tan universal, tan con mayúsculas, a tierra". "No nos podemos quedar en la estratosfera y disertar sobre los derechos humanos en general. Por eso lo mejor me parece que es bajar a la realidad y preguntarnos cuáles son los derechos humanos. Hay muchos millones de personas reducidas a la pobreza extrema, condenados a morirse de hambre, a no tener rigurosamente nada, y frente a este paisaje terrible hay que preguntarse para quién están funcionando. Si hablamos de derechos humanos hay que empezar por la gente que no tiene lo mínimo básico en sanidad, en vivienda y en alimentación. Luego iremos hacia esos derechos universales que no son más que eso: una orientación general de solidaridad, de respeto", dice y remata: "Creo que más que de derechos humanos debería empezar a hablarse de deberes humanos". El año pasado Saramago estuvo en México y armó un considerable revuelo por sus declaraciones a la prensa en entrevistas radiales, gráficas y televisivas. Envió un mensaje a los indígenas que también fue publicado en la primera plana del diario La Jornada y polemizó con el presidente Ernesto Zedillo. Se fue de la tierra azteca dejando un tendal de adhesiones y también de ofendidos políticos. Lo cierto es que este año siguieron los coletazos. Cuando se le otorgó el premio Juan Rulfo a Olga Orozco, algunas noticias provenientes de México señalaban que Saramago, que también era uno de los candidatos, había quedado en el camino por obra y gracia de sus declaraciones. El punto, seguramente, nunca se aclarará del todo, y tampoco le resta méritos literarios a Orozco. Cuando se le pregunta sobre el tema Saramago dice no tener información sobre dichas especulaciones. "Pero la verdad es que después de lo que ha pasado con mi visita, ni yo mismo esperaría un premio de México. En ese momento, recuerdo, me llamaron desde Buenos Aires de un diario que después me enteré que cerró, para peguntarme si sabía que era uno de los candidatos. Yo dije que me sorprendía muchísimo, por todo lo que había pasado, inclusive por cuestiones que no han trascendido públicamente pero de las que yo me enteré. --Pero sí fue candidato... --Sí, pero candidatos es lo que sobran. Candidatos a los premios, candidatos al poder, a miss no sé qué. El mundo está lleno de candidatos. Algunos están allí, unos suben, otros se caen. Es como la vida. Con sus últimos libros, con el durísimo Ensayo sobre la ceguera y la formidable Todos los nombres Saramago intentó quitarse el sayo de novelista histórico que le pesaba bastante por las obras anteriores. Es evidente cómo se irrita cuando se pronuncian en su presencia esas dos palabras poco mágicas: novelista histórico. Niega y dice "el tema me deja frío". Después se corrige: "en realidad me cabrea". Luego agrega argumentos más contundentes: "Eso es algo que a mí mucho no me interesa ¿Las Memorias de Adriano son una novela histórica? ¿Importa si Marguerite Yourcenar quiso hacer o no una novela histórica? Si uno empieza a pegar etiquetas está perdido. En otra época se hablaba de novela de actualidad, y eso era realmente curioso, porque enseguida una novela podría perder actualidad y empezar a convertirse en novela histórica". --Pero entonces ¿cuándo considera usted que una novela efectivamente es histórica? --Como al contrario de lo que se dice yo no hago novela histórica, ese problema no se me plantea, porque entonces me tendría que haber preguntado al hacer El año de la muerte de Ricardo Reis si era histórica porque transcurre en 1937. ¿Sesenta años hacia atrás es novela histórica? Entonces yo, que tengo 75 años, soy histórico. Esta discusión es una pérdida de tiempo. Saramago, decididamente, es terco en este punto. Lo cierto es que en Todos los nombres se alejó definitivamente de cualquier sospecha de género histórico. Su antihéroe, además de llevar el nombre de pila del autor, es el colmo de lo no histórico: un empleado ejemplar --gris, correcto ensimismado-- de la Conservaduría General del Registro Civil, que comete una pequeña infracción contra la disciplina, pero con el correr de la novela se irá convirtiendo en una bola imparable de transgresiones contra el orden establecido de los archivos. Don José es alguien que en un momento de su vida piensa que algo que está a punto de hacer "es absurdo, pero ya era hora de hacer algo absurdo en la vida". --¿Usted cree que don José se volvió loco? --No, para nada. Es la primera vez que escucho una interpretación como ésta. Es un personaje un poco gogoliano. Bueno...sí, quizá sí porque como todos nosotros tenemos un lado de locura, don José puede tener esa locura que es común a todas las personas, y la locura puede llevarlo a hacer con su vida más de lo que él mismo pensaba de sí mismo. Don José, el personaje, tiene 50 años cuando se topa con la ficha de una mujer de 36 a la que decide buscar ciegamente para cambiar su vida. A los 50 y pico, Saramago cambió su vida, para convertirse en lo que es hoy: el escritor (supuestamente) tardío que empezó a escribir pasados los 50. Era subdirector adjunto de un diario que en 1974 estaba a favor de la Revolución de los Claveles, pero un año después, en el momento de la transición democrática, el diario suspendió a toda la dirección. "En los 70 yo había publicado esa novela de juventud, dos libros de poesía y una recopilación de crónicas literarias que publicaba en los periódicos. Convengamos que si hubiera quedado allí, no iba a entrar en la historia de la literatura, más allá de los merecimientos de mi obra posterior. Cuando me quedé sin trabajo tomé la decisión más importante de mi vida, que fue no buscar otro trabajo y preguntarme ¿y ahora qué? Tenía 53 años. Iba a tener que entrar nuevamente en la rutina de los días, trabajar por la mañana y la tarde, empezar a escribir mis libros a las diez de la noche. Tuve que vivir de traducciones, pero afortunadamente con la publicación de Alzado del suelo y luego el Memorial del Convento, la rueda de la fortuna empezó a girar a favor mío. Después de todo esto que te he contado, no se puede decir que empecé a escribir tardíamente".
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