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Un lugar donde aún se respeta a los periodistas
Por Gustavo Gorriti *

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t.gif (862 bytes) Vistos desde lejos, los recientes papelones periodísticos en los Estados Unidos autorizan a pensar que algo más desalentador está naciendo. Algo más desalentador que una epidemia de directores durmiéndose al volante.

La serie de deplorables disculpas de The New Republic, Time, CNN, The Cincinnati Enquirer y el Boston Globe (propiedad de The New York Times Company) se suma a la muy mala opinión que tiene el público norteamericano sobre los periodistas. En una encuesta reciente figuraban incluso debajo de los abogados y sólo superaban a los sindicalistas.

Esta antipatía por los periodistas contrasta llamativamente con la buena reputación de los periodistas en Latinoamérica, donde en los sondeos los periodistas se ubican casi tan arriba como la Iglesia Católica. Y en la Argentina y Perú, países donde los periodistas mantienen una relación conflictiva con los gobiernos, la prensa está antes que cualquier otra institución en la consideración general.

El fenómeno es aún más notable porque la mayoría de los países de América latina carece en buena medida de medios de prensa que compartan criterios como recabar noticias, chequear los hechos, escribir y editar de con independencia, criterios que sustenta gran parte de la prensa norteamericana. Es difícil hablar del Cuarto Poder en Latinoamérica. Demasiados periodistas ganan sueldos miserables, las coimas son muy frecuentes y los propietarios de los diarios, más que los directores, son quienes con frecuencia deciden el contenido de los artículos.

Pero aunque muchos periodistas latinoamericanos no alcanzan un nivel profesional corriente, otros superan heroicamente ese nivel y muchas veces se convierten en el único freno a los abusos de poder que comete el gobierno.

América latina ya pasó de los regímenes militares a los gobiernos libremente electos. Pero muchos países viven en democracias cosméticas, que no desarrollan, o directamente transforman en inexistentes, los aspectos esenciales de un verdadero gobierno democrático.

La noción de que un gobernante debe rendir cuentas, por ejemplo, no inquieta demasiado a la mayoría de los dirigentes latinoamericanos, algunos de los cuales sirvieron en el pasado a las dictaduras. Es posible que quien ayer defendía las nacionalizaciones, hoy sea el apóstol de la privatización. Pero también es probable que conserve una línea de coherencia: aplicará políticas de las que se beneficiará económicamente.

Como las otras instituciones --el Poder Judicial y el Legislativo-- se inclinan reverentes ante el Ejecutivo, a la prensa le corresponde dar la información exacta de lo que pasa realmente en los altos estratos del poder.

Muchos periodistas de investigación han trabajado sobre la corrupción en las altas esferas. Su información desencadenó el juicio político de dos presidentes, Fernando Collor de Mello de Brasil y Carlos Andrés Pérez de Venezuela. También ofrecieron inquietantes revelaciones sobre otros presidentes, de ahora y de antes, como Alberto Fujimori de Perú, Carlos Saúl Menem de la Argentina, Ernesto Samper de Colombia y Carlos Salinas de Gortari de México.

La mayoría de los latinoamericanos, que sienten una mezcla de repugnancia e impotencia frente a la corrupción, recibió al periodismo noble como una suerte de reparación parcial. Aunque un número relativamente pequeño de periodistas realiza las investigaciones, la gratitud del público se ha extendido a toda la profesión.

Sin embargo, este tipo de periodismo puede costar caro. Según el informe anual del Comité para la Protección de Periodistas (CPJ), "Ataques a la Prensa", 10 de los 26 periodistas muertos en el mundo en 1997 fueron asesinados en América latina.

"Latinoamérica todavía es el lugar más peligroso en el mundo para un periodista", señala Joel Simon, el coordinador del programa del CPJ para el continente.

Hay otras formas de represalia. Por ejemplo, los procesamientos seudolegales. En la Argentina, el presidente Menem no sólo demandó a Horacio Verbitsky, un respetado periodista, sino que lo llamó terrorista. Imperturbable, Verbitsky sigue documentando una por una las fechorías en las altas esferas.

La confrontación entre la prensa independiente y el gobierno de Fujimori en Perú fue más dramática. Cuando el propietario de un canal de televisión Barnch Ivcher, nacido en Israel, comenzó a emitir informes sobre robos en la cúspide del poder y casos de tortura y asesinato, rápidamente perdió primero su canal y después la ciudadanía peruana.

El régimen de Fujimori también trató de asustar, desacreditar y atacar a varios de los mejores periodistas independientes. Lo hizo en las páginas de los diarios subsidiados por su gobierno. Los periodistas son acusados, sobre todo, de traidores a la patria y complacientes con la guerrilla de Sendero Luminoso. En Perú, una sola de esas acusaciones puede hacer que alguien corra peligro. Juntas pueden ser mortales.

Pero ninguno de los periodistas amenazados se acobardó. Redactores y directores como Fernando Rospigliosi y Angel Páez continuaron con su trabajo gracias al decisivo apoyo de organizaciones internacionales como el CPJ.

No es difícil de entender, entonces, por qué los periodistas latinoamericanos, a diferencia de sus colegas de los Estados Unidos, son tan reconocidos por sus compatriotas.

Los periodistas latinoamericanos de mi generación, los que empezamos a escribir artículos de investigación a fines de la década de 1970 y a comienzos de los 80, admirábamos a la prensa norteamericana. Teníamos, por cierto, nuestra propia tradición periodística, moldeada en el ethos europeo de Zola, J'Accuse. Pero la incidencia del periodismo norteamericano fue determinante. Sus principios influyeron profundamente sobre nosotros. Respetábamos el rigor, el chequeo de los datos, la edición cuidadosa de las notas, la separación verdadera entre propietarios y periodistas.

Por eso es tan difícil concebir el naufragio de la prensa en los Estados Unidos. ¿Cómo fue que en tantas redacciones se perdió la capacidad profesional y la integridad moral?

No fue bueno que los holdings devorasen diarios y revistas. La promiscuidad empresarial o gerencial puede llevar a la promiscuidad de conceptos. En las películas aparecen periodistas de la CNN, y las noticias de la CNN parecen películas: sacrifican la exactitud al brillo cinematográfico. La urgencia por difundir "noticias de impacto" distorsiona las prioridades periodísticas. Lo ilustra muy bien la locura de Starr-Tripp-Lewinsky. La búsqueda insaciable de premios también comprometió seriamente el rigor de la edición y el chequeo de los datos. Los periodistas de América latina aprendieron muchísimo del periodismo norteamericano de la Era Watergate. Hoy pueden aprender errores.

* Periodista peruano. Director adjunto del diario panameño La Prensa. Este artículo fue publicado el 21 de julio en The New York Times, que concedió una autorización especial para su edición en Página/12.

 

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