Panorama
político
Copa sin fondo
Por J. M. Pasquini Durán
A los trabajadores les interesan los empleos estables, los salarios
dignos y oportunidades para el progreso. En cuanto a los empresarios, la mayoría de ellos
quiere que sólo el mercado regule el contrato laboral, porque no hay mejor disciplinador
social que un ejército de desocupados. Para los dirigentes de la CGT no hay nada superior
a conservar sus atributos de mando, y para el sindicalismo opositor lo que importa es
terminar con el modelo de exclusión social.
Al Gobierno le interesaba hacer una demostración de autoridad, para
que nadie vaya a creer que Carlos Menem ya fue. Por eso, el jueves celebró la modesta
victoria como si se tratara de la liberación de París. Una sobreactuación, sin duda,
porque su palabra sigue siendo impopular y porque su autoridad política tiene una lanza
clavada al costado por el tráfico de armas, que amenaza llevarse a Erman González, autor
de la reforma aprobada, por presuntos ilícitos cometidos cuando este polifuncional
riojano ocupaba la cartera de Defensa. Para peor, los profetas del "modelo"
vaticinan toda clase de pesares para el próximo año: igual o mayor desempleo, caídas de
los consumos masivos y del ritmo de crecimiento, mayores tasas de interés. En el
oficialismo hay tan poco para festejar que tuvieron que brindar por el pase de Domingo
Cavallo, consagrado como intelectual orgánico del FMI, al equipo de Yeltsin en Moscú.
Todo seguirá empeorando, si nadie vuelca la copa.
No se sabe bien, en cambio, qué movía a la Alianza opositora: si
desgastar a Menem, afianzar la imagen de moderación ante los
ojos del establishment o defender a los más débiles. Lo más probable es que fueran las
tres cosas, pero en franjas separadas en su interior y no como una estrategia multilateral
concertada. En el contrapunto, Fernando de la Rúa y Raúl Alfonsín incitaban a entrar a
la sesión, aunque sabían que el oficialismo ganaría la votación, mientras Mary
Sánchez y Alicia Castro querían salir a la calle con los gremialistas combativos. En el
medio, el resto de la coalición que iba y venía. Aunque los protagonistas cambian según
los temas, la ambigüedad sigue siendo el tono predominante en las definiciones de esta
convergencia.
Eduardo Duhalde volvió a subordinarse al requerimiento presidencial,
aunque la retórica electoral pretenda separar su imagen de la de Menem. Tendrá que
elegir otro tema para diferenciarse, aunque sin hechos que acompañen a sus palabras el
nuevo discurso no parece suficiente para superar el descontento popular por el estado de
las cosas. Por fin, casi una anécdota del grotesco criollo, el diputado Claudio
Sebastiani, regente de la Unión Industrial, estaba en contra como gremialista del
patronato y, a la vez, como duhaldista no quería quedar pegado a la Alianza, así que por
la mañana en la tribuna de la UIA criticó al gobierno y a la reforma, y por la tarde
hizo quórum para el oficialismo.
Así salió la ley de reforma laboral, cuyo valor sociopolítico es
ínfimo. Las primeras repercusiones fueron suspensiones en las automotrices y despidos en
los ferrocarriles. No corrige, por supuesto, la profunda desigualdad, que es lo que hoy
haría la diferencia, ni tampoco consolida al "modelo", sacudido como está por
los huracanes financieros que empiezan en tierras lejanas pero devastan a la América
latina, la región menos igualitaria del mundo en materia de distribución de la riqueza.
Desde el jueves, en Washington, los ministros de Economía de América
latina están reunidos en el FMI con Camdessus, aunque no se sabe quién apoya a quién,
porque la institución y su director están acosados por críticas del Congreso
norteamericano, en las que convergen republicanos y demócratas, debido a la falta de
previsión y de resultados eficaces en las misiones cumplidas, la última en Rusia. Pensar
que el FMI y Camdessus son reprendidos por el Capitolio como empleados inútiles, mientras
que por aquí sus opiniones son la última palabra para cualquier cosa. Hasta la reforma
laboral pidió la venia en ese ámbito antes que en el Congreso nacional.
Después de trece meses de sacudones financieros, a partir de la
devaluación de la moneda tailandesa el 2 de julio de 1997, incluso los dogmas económicos
de los conservadores están en duda. Los hechiceros de la tribu neoliberal habían
prometido el ingreso del planeta en una larga etapa de crecimiento sostenido y mucha gente
creyó en lo que Jean Paul Fitoussi denominó "la ideología del mundo":
estabilidad de precios, equilibrio presupuestario, libertad absoluta de los capitales,
privatizaciones, desregulación y cancelación de los derechos laborales. Otros llaman a
estas premisas "el pensamiento único", pero en definitiva se trata de una
analogía económica con las tesis de fin de la historia que pregonó Francis Fukuyama
para las democracias liberales capitalistas.
Ahora resulta que no. A pesar de los 130 programas de ajuste aplicados
en distintas zonas del mundo, la última profecía indica que se viene una recesión
mundial. Hay una economía globalizada, un pensamiento único transnacional, pero las
organizaciones reguladoras han fracasado en el vaticinio y en el control de los huracanes.
Para colmo, las cuatro naciones decisivas, las dos más afectadas (Rusia y Japón) y las
dos más fuertes de Occidente (Estados Unidos, por la lengua larga de Lewinsky, y
Alemania, por renovación electoral) tienen liderazgos en decadencia.
El economista español Joaquín Estefanía, ex director de El País,
identificó ausencias netas en el discurso metódico de la globalización: Primero,
"el extraordinario incremento de las desigualdades y el hecho de que 4000 millones de
personas vivan con una renta per cápita inferior a los mil quinientos dólares por año,
lo que plantea el reparto de beneficios a escala planetaria". Luego, la incapacidad
para evitar que cada crisis regional "no devenga de forma irremediable en una
catástrofe mundial". En el mismo análisis (Miedo al pánico) propone una
conclusión: "Urge hacer de nuevo una labor de interpretación de las gigantescas
transformaciones en el seno del capitalismo para saber cómo actuar sobre las mismas.
Volver a pensar sobre lo que nos acontece y revisar lo que nos han dictado como
seguro".
No es un ejercicio abstracto la preocupación en España, porque las
inversiones en el exterior de las empresas de esa bandera están "bajo
vigilancia" a causa de los bajones en las bolsas latinoamericanas. Sólo en el primer
semestre de este año, las inversiones españolas en la región totalizaron casi 3300
millones de dólares, sin contar la parte del león en la privatización de Telebras que
se llevó Telefónica, que ya gestiona más líneas en esta zona que en España. El sector
financiero, encabezado por los bancos Santander y Bilbao Vizcaya, responde por un tercio
de las inversiones realizadas desde 1994, pero esta semana informaron en su país a la
Comisión Nacional del Mercado de Valores que los dos han amortizado casi en su totalidad
los fondos de comercio (poco más de 1700 millones de dólares en el caso del Santander) y
sus directivos confían que en pocos años obtendrán aquí el 50 por ciento del total de
sus beneficios, si nadie vuelca la copa. En su informe descartan por improbables las
"devaluaciones incontroladas".
En esta punta del globo, el precandidato Duhalde está dedicado a
revisar su propia práctica y ya anticipó una opinión terminante: "El modelo está
muerto desde 1994", entre otras cosas -reconoció-- porque la urgente necesidad
de equilibrio social lo volvió inútil, ya que nunca fue pensado para eso. La confesión
no es ninguna novedad para los críticos del llamado "modelo", pero siempre
impresiona escucharla de boca de uno de los ejecutores, del mismo modo que sacudió
Scilingo cuando hizo el relato de los vuelos genocidas, aunque ya se conocían desde las
investigaciones de la Conadep. El problema, por supuesto, no es el finado sino la herencia
y quiénes serán sus administradores.
De un lado están los que se beneficiaron y quieren más de lo mismo.
Esos son los que intentan disciplinar a los trabajadores y también a los futuros
gobernantes para que sigan pensando que la historia no tiene otro futuro que este presente
perpetuo, en el que dos tercios de la humanidad están esperando que la copa rebase para
que la prosperidad los salpique. En el otro extremo, hay una multitud de referencias sobre
los perjuicios ocasionados. La Federación Nacional de Salud ha enumerado algunos: en el
conurbano bonaerense la mitad de la población vive en condiciones precarias y en el país
mueren cada año diez mil lactantes por desnutrición y entre nueve y diez mil menores de
cinco años de edad. Las personas chagásicas son tres millones, y aumentaron los enfermos
por parotiditis, rubeola, lepra, tuberculosis y diarreas, además de brotes epidémicos
como el del sarampión. Hay cuatro muertos por día en accidentes de trabajo (alrededor de
mil por año) y sólo el 3,7 por ciento de las empresas cumplen las disposiciones legales
sobre seguridad laboral.
Cada 53 minutos muere un niño en Argentina por causas que podrían ser evitadas, si no
fuera porque hay que llenar la copa sin fondo. Mientras la lógica política de los
movimientos partidarios no asuma esta realidad y la remueva, volcando la copa, lo demás
suena a hueco, sin sentido, hasta obsceno. |