Por Cristian Alarcón
No hay espiral que
tranquilice a los habitantes de Buenos Aires. Y a la par, los hábitos cambian por una
creciente sensación de inseguridad, por temor al hampa que, en el inconsciente colectivo,
acecha a la vuelta de la esquina. Después de lanzada la Espiral Urbana, el operativo de
seguridad de la Policía Federal para frenar la publicitada ola de asaltos, una encuesta a
la que tuvo acceso exclusivo Página/12 develó que siete de cada diez personas no se
sienten más seguros por el nuevo operativo, ni por la presencia de 400 policías
adicionales en las calles. Un 72,9 por ciento de los consultados por el Centro de Estudios
Sociales admitió que en el último año cambió de costumbres o tomó medidas por temor a
los delitos. Solamente 2,7 personas de cada diez han mantenido sus vidas sin darle espacio
al miedo.
La inclusión de 400 policías más en la cuadrilla que habitualmente recorre la ciudad
para prevenir o evitar que se viole la ley, no trajo paz. La encuesta realizada por el CES
tomó las respuestas de 352 personas de nivel socioeconómico ABC1/C2/C3, o sea quienes se
encuentran en los niveles medio y alto de la Capital. Según el muestreo, a cargo del
director del CES, Alejandro Baravalle, las expectativas de la población después del
anuncio del día lunes a cargo del jefe de la fuerza Pablo Baltazar García, son pocas. De
cada cien personas, casi sesenta están convencidas de que la situación, a pesar de los
refuerzos, continuará como hasta ahora. El 6,4 por ciento ve negro el futuro y cree que
todo empeorará. Los optimistas alcanzaron el 33,8 del total encuestado. Esto debe
cruzarse con la sensación de inseguridad que aprieta contra los espíritus urbanos: el
86,1 por ciento sostiene que es altamente probable que sea víctima de algún delito de
continuar la situación como hasta el momento.
Del 72 por ciento que ha tomado recaudos frente a la situación, la clase media y las
mujeres son los más preocupados. La clase media supera en un cinco por ciento a los ricos
en nivel de precaución. Ellas se ocuparon de prevenir cualquier riesgo en el 77,4 por
ciento de los casos, ellos en el 68 por ciento. De quienes actúan para evitar la
violencia, el 32,8 por ciento prefiere esquivar las zonas a las que considera peligrosas.
La Capital comienza a llenarse de regiones oscuras, vacías, tierras que empiezan a dejar
de ser transitadas. La segunda estrategia es más sencilla: el 27,7 por ciento elige dejar
las joyas y el dinero en casa. Se impone la tarjeta electrónica, el cambio, y la
bijouterie. La medida más drástica es abandonar la noche para alejarse del acecho de los
ladrones. El 13 por ciento disminuyó sus salidas nocturnas. Luego, las formas de
exorcizar el mal inminente van a prácticas más específicas. Ocho de cada cien mira
hacia todos los costados antes de abrir la puerta de su casa. El 4,3 por ciento contrató
vigilancia privada. Sólo el 1,9 consideró útil una alarma contra robos. Y el 0,8 le dio
entidad al perro guardián.
En el cambio de costumbres la paranoia por lo que pueda ocurrir en bares, cafés y
restaurantes parece fuerte. El 24,4 por ciento de los encuestados dejó de ir a ese tipo
de lugares por motivos de seguridad. Según el sondeo, el porteño de clase media, y alta,
es salidor. El 25 de cada cien sale todos los días. Y el 44 por ciento lo hace una vez
por semana. Claro, que atemorizado por la ola de violencia, el 25,6 por ciento disminuyó
sus salidas.
Entre quienes comienzan a quedarse en casa a raíz del temor por lo que puede pasar
afuera, donde el robo parece más espectacular que adentro, los mayores de 65 años son
los más temerosos. El 50 por ciento dejó de salir.
Lo mismo ocurre con el 29 por ciento de las mujeres censadas. Otra tendencia fuerte a
partir de la sensación de inseguridad es la del 27,7 por ciento de la población, que
opta por lugares cerrados como los shoppings a la hora de comer o tomar un café, y decide
obviar los lugares que dan a la calle, con tal de sentirse más seguros. Al descreimiento
en los esfuerzos gubernamentales por frenar la delincuencia se le monta eserecogimiento
temeroso que comienza a despreciar el espacio público, a preferir los castillos modernos,
los laberintos, para resguardarse de lo que parece un peligro imposible de eliminar.
Claves * Casi el
70 por ciento de los porteños cambió costumbres o tomó medidas por temor a los delitos.
* Pero siete de cada diez porteños no se sienten más seguros con el operativo montado
por la Policía Federal la semana pasada.
* La Cámara de Restaurantes, el sector más
castigado por la inseguridad, opina que la Espiral Urbana sirve solamente para salir del
paso, para conformar al electorado.
* Para el comisario
general responsable
de todas las comisarías porteñas, Luis
Fernández, es poco lo que se puede hacer
si no se cambia el
Código de Convivencia o el Penal, para poder prevenir mejor.
* El criminalista Eugenio Zaffaroni, en cambio,
advierte que los cambios que se pretenden
introducir en el Código Penal van a traer mayor violencia pero no
disminuirán el delito. |
Estrategias para zafar
cuando las cosas se ponen difíciles
Las horas extra son uno de los recursos, tanto para
los agentes como para los restaurantes.
Ser asaltado en una salida es un trauma especial. Ya no se sale, ni se disfruta con
tranquilidad. |
|
Por C.A.
Estaban acelerados,
tenían algo encima. Eran tres hombres jóvenes que vestían como chicos de barrio para
una salida de viernes. Era viernes y el local de calle Charcas estaba lleno de
matrimonios. ¡Quietos! ¡Las manos sobre la mesa! Si no se mueven no les pasa
nada. Las cuarenta personas que cenaban en el lugar pensaron en la ridícula idea de
morir. Cerraron la boca. De pronto en el restaurante ya no había más ruido que el de los
movimientos rudos de los visitantes. Los próximos tres minutos el corto tiempo que
pasó hasta que los encerraron a todos en el baño serían una ráfaga definidora de
lo que vendría. Después de ese breve lapso entrarían, sin preámbulo, en lo más
extremo de esa gran ola de desconfianza y paranoia que sigue a la violencia. Modificarían
sus vidas un poco, en los horarios, en la restricción de las salidas, de las caminatas
nocturnas, en el quiebre de esa tranquilidad que ya no existe aunque se pague 40 pesos el
cubierto.
La preocupación sobrevuela el universo del comensal, del transeúnte, del habitante
preocupado por su pellejo antes que por sus bienes. Está inoculada en los pequeños
empresarios gastronómicos, que detrás de la violencia ven la fuga del cliente. La
preocupación hierve con una intensidad parecida a la del desasosiego ante los planes
oficiales. Este plan ataca el presidente de la Cámara de Restaurantes
porteños, Avelino Fernández no es otra cosa que lo mismo que hicieron en enero con
la otra ola de robos, trayendo policía del interior a la Capital. Esto es sólo para
salir del paso, porque les preocupa la seguridad, que es un tema muy importante para el
electorado. Ante el vacío que sienten los propietarios de bares y restaurantes,
cada zona gastronómica de la Capital se organiza independientemente de los operativos
oficiales. En principio se imponen las horas extra entre la tropa de azul. Es la pomada
antichorros que los propietarios untan sobre sus alcancías en peligro.
¡La plata y el oro en la mesa! gritó con un extraña voz de niño el que
parecía mandar. No tenía más de 25.
Laura R, médica, 41, les daba la espalda en un lugar que había reservado hacía días en
un rincón íntimo. Pudo ver la impresión que causaba el grito en la mirada de su marido.
El acababa de regalarle un anillo elegante y caro. Festejaban dieciséis años de casados.
Ella apretó el obsequio contra el anular bajo la mesa, con la mano repentinamente
transpirada. El anillo no pensó. El anillo no. Y se acordó de
todos los relatos de otros asaltos, de las anécdotas violentas del resto del mundo. Dice
que se sintió parte de la estadística. Aunque no rezó. En ese segundo
estaba lejos de toda religión. Igual, como a un talismán se aferró al anillo.
El candor argentino con el que desde siempre, como buen habitante del norte porteño,
Laura salía de paseo, le duró hasta aquel 17 de julio. No salgo con dinero. No nos
dan ganas de ir a comer afuera, nos da miedo. En el último mes y medio fueron dos
veces a cenar. El simple chirrido de cubiertos, la caminata brusca de un hombre, detalles
sin importancia, les trajeron el asalto a la memoria. Regresaron a casa antes que de
costumbre. En uno de esos gráficos donde se acumulan los atracados, figura Look, el
restaurante de Roberto Vitaliti, en la Costanera Norte. Look fue parte de la saga de enero
y febrero, la segunda ola de robos a lugares de moda. Fue a pocos días del atraco a Los
Años Locos, en la misma zona, como parte de la misma violencia. Ahora, en la playa de
estacionamiento de Look, dos hombres altos resultan un dibujo en la noche, y actúan como
preventores. Guardan los autos de los clientes. Intentan que les entreguen las llaves. Si
les queda alguna duda sobre el talante de los sujetos, entonces arriman, como sin querer,
un ladrillo a la rueda trasera, una valla pequeña para evitar cualquier escape veloz.
Todo sirve, hay que ponerle trabas. Hay algunas que no las cuento porque perderían
el efecto. Vitaliti describe con humor la noche del atraco: Lo maravilloso es
cómo la gente se iba haciendo la estúpida. Se refiere a las estrategias para zafar
de la guadaña ladrona. Dos comensales, una pareja de bien vestidosjóvenes, se
convirtieron en violentos exponentes de los tiempos. ¡Todo arriba!,
escucharon mientras se cernían sobre ellos los gatillos de tres pistolas nerviosas.
Algunos no lo pensaron. Al pararse dejaron caer una pulsera por aquí, un reloj por
allá, cuenta superado.
Eran las once y media de la noche cuando se oyeron los gritos en el restaurante de
Charcas. Cuando Laura R. empezó a desear que alguien detenga a las hordas, que acechan. A
mirar de reojo la sombra de la que sospechamos. Laura apretaba el anillo, de espaldas a
los ladrones. Esperaba una seña de equivocación de su marido que los tenía de frente.
Tuvo la ridícula idea de la muerte y se le fue en nada. Pensó en los relatos de los
otros asaltados, que de ajenos eran divertidos. Alguien le habló de una forma de burlar.
Sin pensar, se sacó el anillo y se lo metió en la boca. No volvió a abrirla. Después
la encerraron con el resto en el baño. Miraba a las otras víctimas, triunfal en medio de
la miseria, sonriéndole a su suerte cruel. Se sentía como un perro ladrándole a las
nubes, en el campo desierto.
Rebelión de empresarios Hay
clima de rebelión entre los empresarios gastronómicos. Y lo más delicados son, cuanto
menos, escépticos sobre el futuro de sus seguridades. Nosotros ya no esperamos
nada, ya no lo podemos creer se endurece Avelino Fernández, el titular de la
Cámara de Restaurantes de Buenos Aires. Por ejemplo, cuando escuché al jefe de
Policía decir que no era seguro ir a comer, por lo tanto que la gente se quede en su
casa. Tuve reuniones con todos. Con la policía estuve 20 veces. Con los de Gobierno otras
20. Los funcionarios de la Nación culpan a los de la Ciudad, los de la Ciudad me dicen
ya lo arreglamos y me traen al jefe y todo vuelve a empezar.
Entre tanta desesperanza, el presidente de los dueños de bares, Carlos Gutiérrez
García, cuenta un entretelón de sus reuniones de cámara: en la última, los socios
pidieron que ya no cobren impuestos y que nosotros nos hagamos cargo de la
seguridad, porque hoy pagamos por nada. Desde la cocina a fuego lento, Fernández
cuenta la intimidad de la Cámara de Restaurantes: esta semana, los asociados sugirieron
que la Prefectura Naval se responsabilice de controlar la seguridad mucho más allá de
Puerto Madero, donde tiene jurisdicción por ahora, y donde según los empresarios no ha
habido violencia. La intención de los gastronómicos es que los navales lleguen hasta la
avenida Pueyrredón. Trabajan mejor, son más amables, causan otra impresión,
tienen un método diferente, sostiene Gutiérrez García. El discurso opositor
resuena en boca de los empresarios. Supongamos propone Fernández que
por una vez meten a todos los ladrones presos. ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que
volviésemos a estar igual, o peor? Si no resuelven la situación social de los pobres,
delinquir es la única expectativa que les queda.
Pobreza
Yo me pregunto qué pasa con la violencia y la inseguridad que significa tanta
gente pobre comiendo en los tachos de basura, pidiendo por la 9 de Julio, tirada en la
calle. El cuestionamiento que excede los tiros y las escenas ya famosas de los
asaltos con prensa es de Avelino Fernández, el titular de la Cámara de Restaurantes. Una
pregunta al respecto se hizo también en la encuesta sobre las percepciones públicas y
los cambios de hábitos entre los porteños. El 62 por ciento de los encuestados
respondió que evita concurrir a lugares donde cree que se encontrará con situaciones de
indigencia o mendicidad. Quienes más aversión sienten al contacto con la pobreza dentro
de la ciudad son las personas de 50 a 65 años, y los más tolerantes son los jubilados,
aquellos que tienen más de 65. |
LA POLICIA FEDERAL VUELVE A ATACAR EL CODIGO
DE CONVIVENCIA
Vamos a importar delincuentes
El comisario Luis Fernández es el
jefe de Seguridad Metropolitana. Con este Código habrá que acostumbrarse a
convivir con delincuentes, dice, apocalíptico. Su propuesta: detener a la gente
que uno ya sabe que va a robar. Aunque no haya hecho nada.
Extranjeros: Que los
legisladores me den una legislación con la que yo los pueda meter presos.
O los pueda sacar de mi ciudad. Que se vayan a su país. |
El comisario Luis Fernández
protagonizó una negociación por un caso de rehenes en directo por tevé.
Dice que los ladrones no buscaron garantizar su vida al llamar a un canal, sino anular
pruebas.
|
Por Andrés Osojnik
En el escritorio hay un
mono de peluche engarzado en una caja. Antes de empezar la entrevista, el comisario Luis
Fernández apoya una carpeta cerca de él. El ruido activa al mono, que se empieza a mover
y a cantar Macarena. Me lo regaló mi hijo, aclara y cuenta que,
obviamente, el muñeco se llama el Mono Macarena. Durante dos minutos habrá que esperar a
que se calle. Recién después empieza el diálogo con el policía más mediático del
momento. Tanto, que el miércoles pasado protagonizó una negociación por la toma de once
rehenes en la agencia de Cubana de Aviación con una presentación poco habitual.
Hola arrancó, soy el comisario que sale por televisión. La
negociación estaba saliendo al aire en directo para todo el país. El comisario
Fernández, superintendente de Seguridad Metropolitana es decir, el responsable de
todas las comisarías porteñas, reflexiona: Este caso fue especial para los
periodistas, porque llamaron a un canal.
Para la Policía también le vino como anillo al dedo para mostrarse.
El comisario Fernández tiene buen manejo de prensa. Amaga con enojarse, pero su costado
diplomático es más fuerte. Primero, pide permiso para quedarse sin el saco porque
hace calor. Y luego responde, en igual tono.
No, el mejor anillo al dedo es que haya cada vez menos delitos. Eso no es
demostración de buena seguridad sino de buena represión.
¿Hay más hechos de violencia o sólo se habla más del tema?
Las dos cosas. Hace diez años, el ladrón común no llevaba armas como ahora. Y la
mayoría los usa. Pero además hay muchos que para darse valor ahora se drogan. Pero no
fue el caso de los tipo de la agencia.
Su presentación ante los delincuentes fue muy original.
Me tomó desprevenido. Yo estoy acostumbrado a hacer la negociación con los
rehenes, hice un curso para eso. Me tocó varias veces hacerlo. Pero nunca me pasó esto.
Yo estaba haciendo zapping y veo por TN al periodista que dice estoy hablando con el
delincuente. Entonces me quedé y en el mismo momento el relator dice vamos a
llamar al comisario Fernández. Y suena mi teléfono y estábamos en el aire.
Entonces se me ocurrió que si yo le digo soy el comisario general Luis Santiago
Fernández, superintendente de Seguridad Metropolitana, el tipo me cuelga.
Usted le garantizó que no le iba a pasar nada por toda la publicidad que estaba
haciendo.
Normalmente cuando uno trabaja con un hecho de rehenes le dice Soy policía,
me llamo Luis, ¿cómo te llamás?. Trata de ir negociando, le saca el nombre, si
tiene novia, si tiene pibes, mirá gordo, vos tenés pibes, pensá en tus hijos, la guita
va y viene, de la cana salís, no seas gil, disfrutá de la vida. Ese es el trabajo, pero
no me pareció que sea la forma de arrancar en este caso y me salió decir soy el
comisario que sale en televisión. Y el tipo siguió hablando.
Sí, pero como garantía había llamado primero a un canal.
No, lo hizo porque se le ocurrió en el momento.
...
Trataba de asegurarse.
Justamente, trataba de asegurarse...
Lo que intentaba es voltear la prueba, para que al salir en televisión se anulara
el reconocimiento.
La fotógrafa comienza recién en ese momento su tarea. Dispara dos veces y el comisario
general advierte que no está alineado.
¿No me dejás que me ponga el saco? pide. Es que para salir en una
revista como Noticias...
Comisario...
Además ya salió este despacho en Noticias.
Comisario, esto es un reportaje para Página/12.
Ah, me confundí. Pero en Página/12 también salió esta oficina.
La oficina está abarrotada de colecciones. El comisario Fernández es fanático de los
cuchillos, de los relojes, de las espadas. Y de los búhos.Trescientos búhos de cerámica
están apiñados en varios de los estantes. Entre los relojes, hay uno de madera recortada
de Aeroflot.
Ese me lo regaló el gerente de la empresa confiesa Fernández y acata como
buen soldado los pedidos de la fotógrafa para lograr las poses más convenientes. Pero no
pierde tiempo para bajar línea: Si a los mismos tipo que tomaron los rehenes yo los
veo caminando por la calle antes del hecho, no los puedo detener. Nuestras leyes son muy
permisivas. Tampoco que una persona por hurto esté 20 años, eso no tiene sentido.
¿Por qué la Policía dice que no puede hacer prevención a partir del Código de
Convivencia?
Cuesta mucho. Si yo veo a alguien merodeando no lo puedo llevar.
En el Código Penal está la figura de averiguación de antecedentes. Pero además,
si no está cometiendo ningún delito, ¿por qué lo va a llevar?
La averiguación de antecedentes no es para la prevención. Sirve en parte, porque
se puede llevar a alguien y si tiene orden de captura se lo deja detenido. En este
momento, a un punguista se lo puede detener cuando se lo encuentra robando una cartera.
Pero si lo veo merodeando, lo llevo por averiguación de antecedentes, sale y cuando
vuelve al lugar no lo puedo llevar de nuevo. Yo sé quién es, la gente también lo
conoce, sé que es un arrebatador. Pero no lo puedo llevar porque el juez me va a decir
por qué me lo trae si ya me lo trajo ayer.
Si no estaba haciendo nada, suena lógico. Para usted, ¿cómo debería ser? ¿Qué
propone?
Yo no propongo nada. Se ha sancionado un Código de Convivencia Urbana que no prevé
esa circunstancia. Entonces o la gente se acostumbra a vivir con esos delincuentes o los
legisladores me dan una legislación con la que yo los pueda meter presos. O los pueda
sacar de mi ciudad.
¿Adónde los quiere llevar?
Que se vayan a su país.
Cuando acaba de pronunciar la frase, el comisario mediático se da cuenta de su gaffe. Y
se corrige al instante.
El que no sea argentino. O que queden detenidos.
Pero usted mismo dijo antes que las detenciones tienen que guardar relación con el
delito. Por algo hay delitos excarcelables y otro no.
No le van a dar diez años, pero que le den tres días, cinco días.
¿Y cuál es la diferencia con que estén sólo unas horas, si según su criterio
igual van a volver a delinquir?
No, si uno los saca tres días de la calle se van, no vuelven.
¿Cómo es eso?
Se van a otra ciudad. Y si la otra ciudad se defiende buscarán otra. Y algún día
se dejarán de robar. El reeducar no es función de la Policía.
Cuando se aprobó el Código usted dijo que había herramientas suficientes para
prevenir y que la polémica era más humo que fuego.
Estaba en trámite una supuesta modificación del Código. Pero los cambios fueron
exiguos y sigue siendo poco operativo.
¿Con el operativo Espiral Urbana no hicieron prevención, acaso?
Faltan herramientas. Llevar gente para establecer identidad implica ver sólo si
tiene antecedentes u orden de captura. Y eso pasa sólo en Buenos Aires, con lo que
estamos importando de países vecinos profesionales del delito que vienen acá.
¿No hay una actitud de brazos caídos de la Policía respecto de las previsiones
del Código, por estar en contra?
No estamos en contra del Código. Yo señalo lo que le falta. La operatoria es
lenta, no tiene detención preventiva.
Pero ¿tiene o no una postura inerme hacia las indicaciones del Código?
¿A usted le parece eso?
Eso le parece al fiscal Juan Carlos López, que de eso se ocupa.
El fiscal es un mentiroso y además dice cosas en la prensa que después cuando uno
se reúne y pide indicaciones no es el mismo discurso. En la prensa hace un discurso
político, porque el fiscal tiene bandería políticay hace política. Y no debería
hacerlo porque es un funcionario judicial de la ciudad de Buenos Aires.
Usted también tiene postura sobre el tema y la dice.
Yo no hago política. Yo si me preguntan qué le falta a esto lo digo. Si él no lo
quiere reconocer, que no lo reconozca, pero que no utilice como chivo expiatorio que la
Policía no trabaja, porque trabaja y mucho.
También dijo el fiscal que este operativo es pura imagen.
El fiscal no tiene la idea de lo que es un operativo policial. En su curriculum hay
muy poca experiencia en lo que a seguridad se refiere.
¿Están buscando imagen o no?
Nosotros no hacemos nada para imagen. Si fuera para imagen estaríamos llevando tres
mil detenidos. Si a usted le parece que llevar a detenido a alguien que está robando a
los tiros es imagen...
No, me refiero al operativo de Espiral Urbana, que se montó ahora, cuando el tema
de la seguridad es tapa de los diarios.
Eso lo hacemos permanentemente.
Pero no lo anuncian con conferencias de prensa.
Yo voy todos los días a reuniones vecinales, escucho a los vecinos. Tratamos de
sacar de donde no tenemos para darle un servicio a la gente. Y si lo hubiésemos hecho
para figurar somos inteligentísimos porque esto funciona bien. Esto dio resultado.
Y si esto dio resultado, ¿para qué quiere cambiar el Código?
Para hacer prevención. No se puede pedir un máximo de seguridad si uno no tiene
una tolerancia relacionada con eso. En Nueva York, el lema era tolerancia cero. Y acá
vino el jefe de Policía y explicó que para solucionar el problema se empezó con las
contravenciones. Acá estamos haciendo al revés. Justo cuando viene este hombre y todo el
mundo lo aplaudía, sacan el Código de Convivencia.
Justamente, en Nueva York, bajo ese jefe de Policía, crecieron vertiginosamente las
denuncias por brutalidad policial.
No, no. Pero nadie está pidiendo eso. Yo no entiendo cuál es el fondo... ni
siquiera de esta nota. Así como estamos, mañana va a ser lo mismo poner en la esquina a
un policía que a un cartero, porque no tiene ley para manejarse.
¿Aumentó el delito desde el cambio de los edictos por el nuevo Código?
Hubo una leve suba pero después bajó.
¿Entonces para qué tanta crítica?
Lo que aumentó fue la peligrosidad. El Código de Convivencia no es que provoca
delitos, sino que dejó de ser un Código de Contravenciones. Entonces que le digan a la
gente, por ejemplo, que hay que convivir con el arrebatador porque es un ciudadano
honrado.
Matilde Menéndez se unió a los vecinos
que piden mano dura
El Código de Convivencia
movilizó a los vecinos, generalmente en contra. Juntan firmas, se reúnen y debaten. Un
grupo solitario lo respalda.
Vecinos en Colegiales, con la
médica de barrio Matilde Menéndez, ex titular de PAMI.
Los mutualistas pidieron acción activa y presencia policial en cada
esquina. |
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En una
asamblea organizada por vecinos del barrio de Colegiales para tratar el tema de la
seguridad abundaron las críticas al gobierno nacional y al de la ciudad de Buenos Aires
por recurrir ambos a estériles debates que sólo encubren incapacidad para dar
soluciones concretas en la materia. Además, como parte de la movilización que se
advierte en torno del incremento de los niveles de violencia en la ciudad, el movimiento
vecinalista que se opone a la presencia de travestis en Palermo comenzó una campaña de
firmas para promover el tratamiento de un nuevo Código de Convivencia Urbano y remover el
dictado por los legisladores porteños que lo votaron. Como contraparte, otro grupo
autodenominado Reunión de Organizaciones por la Convivencia (ROC) salió a respaldar el
Código.
En la Asociación Mutual de los Colegiales, en Freire 329 de ese barrio porteño, los
vecinos aprobaron un petitorio a las autoridades para que la Policía Federal tenga
presencia y acción activa en la calle realizando tareas preventivas
tales como identificación de personas y de vehículos o recorriendo los locales
comerciales. La asamblea, con la participación de más de cien vecinos, fue
presidida por Laura Ogas, titular de la Mutual, el ex diputado Miguel García Moreno y el
ex concejal Juan Ballestretti.
Todos participaron como vecinos del barrio, incluso la ex titular del PAMI,
Matilde Menéndez, quien habló como médica y propuso que también se hagan
reclamos para evitar la gran cantidad de accidentes de tránsito que ocurren
en la zona. Aunque no dijo su nombre, algunos vecinos movieron la cabeza en señal de
negativa luego de escucharla. A la reunión habían sido invitados los jefes de las
comisarías 29ª, 31ª, 33ª y 37ª, y las autoridades nacionales y porteñas, pero nadie
respondió al llamado.
García Moreno recalcó que la presencia de un policía parado en la esquina ya no
sirve para dar seguridad y reclamó una actitud activa y permanente de
los uniformados. También se pidió a los dos gobiernos que den atención permanente
a los sectores carenciados al extremo de ocupar los espacios públicos como vivienda
porque a veces por necesidad cometen delitos que aumentan la sensación de
inseguridad colectiva. Los vecinos subrayaron que en la ciudad nadie puede
sentirse tentado a delinquir para satisfacer necesidades básicas de supervivencia.
En la reunión, varios vecinos se manifestaron en contra del Código de Convivencia. Oscar
Silva sostuvo que los males comenzaron cuando bajaron las penas para delitos
menores y con el vacío legal que, en su opinión, dejó abierto el
Código. Sobre esa base, los vecinos que los viernes por la noche marchan contra la
presencia de travestis colectaron ya 13.000 firmas a favor de la derogación del Código.
La campaña, según explicó Oscar Panero, apunta a reunir 500.000 firmas, que
equivalen al diez por ciento del padrón electoral porteño, para poder aplicar el
artículo 67 del estatuto de la ciudad, que autoriza a revocar el mandato de los
legisladores. Del mismo modo demandan que se debata un nuevo Código de Convivencia,
obviamente menos permisivo que el actual. Por el contrario, otro grupo salió
al ruedo para respaldar la vigencia plena del Código. Ese grupo es encabezado por la
Secretaría de Derechos Humanos de la FUBA, el Centro de Estudios Legales y Sociales
(CELS), el Centro de Investigaciones Sociales y Asesorías Legales, juventudes de
distintos partidos políticos y organizaciones no gubernamentales.
En su declaración de principios consideraron ineficaces los viejos edictos
policiales en cuanto a la prevención del delito y resaltaron que la seguridad ciudadana
entró en crisis mucho antes de que se aprobara el nuevo Código de
Convivencia. Recordaron, en ese sentido, que entre 1992 y 1996, a pesar de que el
número de detenciones por contravenciones se triplicó, la sensación de
inseguridad y desprotección de los ciudadanos fue en aumento.
No hay que jugar con la
vida humana
Por Eugenio Zaffaroni * |
Las peores aberraciones totalitarias se instalaron siempre sobre el
desencanto y la consiguiente pérdida de representatividad de los partidos que, a su vez,
es general producto de la desconfianza. Esa desconfianza no siempre la genera la mentira
ni la mala fe: a veces resulta del propio afán por recuperar el espacio perdido. No es lo
más indicado manotear en la ciénaga.
Todos sabemos que hay cosas de la política que son inevitables, pero también hay
límites cuya violación tiene un alto costo pagadero en confiabilidad. Uno de esos
límites quizá el más importante está dado por el respeto a la vida humana.
Con eso no se debe jugar. Todos coincidirían en abstracto, pero en concreto muchas veces
el ansia por ganar terreno al desencanto lleva a jugar con la vida ajena, ni siquiera
siempre de modo consciente.
Por eso, sería muy recomendable que toda persona que opine o decida en materia de
seguridad parta de la premisa de que todo lo que opine o decida incide sobre la vida y la
muerte de otros. Es lo que no suele hacerse cuando el político que manotea en la ciénaga
parte de que algo hay que hacer y, por ende, hace cualquier cosa.
El algo hay que hacer justifica sólo hacer lo correcto, pero no hacer cualquier cosa. El
hacer cualquier cosa sólo se explica a partir del afán por no perder o por ganar
espacio, aprovechando la coyuntura. Esto está llevando a la sanción de una legislación
penal totalmente anárquica, desordenada, técnicamente espantosa, excesiva y muy
peligrosa, porque fuera de los delitos llamados naturales, sin un estudio previo que el
habitante común no está en condiciones de hacer, es imposible saber qué está penado en
el país.
Mientras faltan leyes penales que tienen todos los países civilizados, como las que
protegen la intimidad o los datos personales, el ambiente y la fauna, nuestro Código
Penal ha sido destruido por incontables enmiendas inconsultas y continuas. Sus penas no
guardan hoy ninguna lógica entre sí, se acumulan leyes penales especiales y, además, se
incluyen disposiciones penales en leyes no penales, en cantidad tal que no hay juez ni
catedrático que las conozca todas, y ni siquiera editor que esté seguro de poder
publicarlas en totalidad.
Es verdad que esta tendencia es mundial, pero eso no es consuelo, sino signo de alarma:
está indicando que, como los políticos no tienen espacio para hacer lo correcto, hacen
leyes penales.
Pero la luz de alarma que debe advertir sobre el actual estado calamitoso de nuestra
maltratada legislación penal debe convertirse en grito cuando se proyecta toquetear
disposiciones básicas del código, que por fortuna se han conservado u obtenido a través
de muchas vicisitudes. Esto está sucediendo con el proyecto Pierri, que pretende
modificar la edad de responsabilidad penal de los adolescentes y de reincidencia y
excarcelación.
Como algo hay que hacer para dar la sensación de que se hace lo correcto, una vez más se
quiere hacer cualquier cosa. En materia de adolescentes se pretende volver a la ley de
facto de Videla de 1976, que consiguió procesar y condenar a miles de adolescentes por
delitos ínfimos. En poco tiempo, la misma dictadura debió retroceder y volver al sistema
anterior. Nadie se opondría a que se estableciesen medidas para delitos excepcionales y
muy graves cometidos por adolescentes psicópatas, pero lo que se proyecta es la
criminalización indiscriminada de la adolescencia por delitos de menor cuantía. Está
claro que a los adolescentes no se les brindan posibilidades de inserción laboral y
estudiantil, pero con este proyecto se le abren las de inserción carcelaria.
La reincidencia es un instituto desprestigiado en todo el mundo. Sólo sirve para llenar
las cárceles de rateros. Se prefiere otorgar mayor discrecionalidad a los jueces, sin
importar si un condenado es o no reincidente, porque un primer y único delito, de hecho,
puede ser mucho más grave que una serie de pequeños hurtos. En 1984 el gobierno
radicalredujo su efecto, siguiendo la corriente mundial. Hoy se proyecta alegremente
volver a un texto que ni siquiera la dictadura sancionó.
La prisión preventiva es una pena anticipada y, por ende, el esfuerzo mundial va en el
sentido de limitarla al mínimo indispensable y de compensarla con un acortamiento de los
procesos. En nuestro Congreso se aprestan a hacer todo lo contrario.
De aprobarse las reformas proyectadas, el resultado a corto plazo es, al menos en la
Provincia de Buenos Aires y sin la menor duda, el siguiente: habrá más presos en las
comisarías (y menos personal para cuidar las calles), se amotinará una cárcel, luego
otra y, finalmente todas: habrá muchos presos y guardias muertos. Ese será el precio del
efímero espacio mediático de algunos legisladores.
Por supuesto que los asaltos con armas automáticas y de guerra continuarán, sin que
nadie se ocupe de cerrar nuestras fronteras a su contrabando ni de perseguir su tráfico
ilícito, de dotar a la policía de más personal, de mejor entrenamiento, de mejores
salarios, de trato más humano, ni de nombrar los jueces, fiscales y defensores
necesarios, y, por ende, en pocos meses estaremos peor: con varios muertos que lamentar,
con las cárceles destruidas, con más inseguridad frente a la criminalidad violenta, con
más armas de guerra amenazándonos y con peor legislación penal. Esto será el resultado
de hacer cualquier cosa sólo porque algo hay que hacer.
* Director del Departamento de Derecho Penal y Criminología de la Facultad de Derecho
(UBA). Vicepresidente de la Asociación Internacional de Derecho Penal. |
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