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Página/12 en Uruguay Por Raúl Zibechi desde Montevideo Los desencuentros y rencores acumulados y ocultados durante cinco años estallaron esta semana en la cara de las dirigencias de todos los sectores del Frente Amplio durante la reunión de su máximo organismo de conducción, la Mesa Política, que fue escenario del más duro enfrentamiento entre dirigentes que se recuerda en muchos años. Acusaciones de estalinismo, de hacerle el juego a la derecha y hacerle enorme daño a la izquierda cruzadas entre los partidarios del senador Danilo Astori y el candidato presidencial natural Tabaré Vázquez, salpicadas con puñetazos sobre la mesa y gritos desbocados, fueron la tónica que puso a la izquierda uruguaya ante una de sus peores crisis. La polémica interna estalló hace 10 días cuando Vázquez entregó un documento destinado a dotar al Encuentro Progresista (alianza electoral en la que el frentismo cuenta con más del 90 por ciento de los votos) de una estructura más sólida y permanente de cara a enfrentar a la derecha en las elecciones nacionales de octubre del próximo año. Los partidarios de Astori, agrupados en Asamblea Uruguay que obtuvo casi la mitad de los sufragios del Frente en 1994, reaccionaron acusando a Vázquez de posfrentismo, un epíteto que alude a una supuesta intención de trasladar el centro gravitacional de la izquierda al Encuentro Progresista, atentando contra la identidad y la autonomía del Frente Amplio. En una de sus más duras intervenciones Astori acusó a Vázquez de haber sido un ejemplo de conducta individual, comportamiento inorgánico y a veces variaciones imprevisibles. El lunes pasado, la Mesa Política de la coalición apoyó las tesis de Vázquez en una votación que arrojó 21 votos a su favor, dos en contra (de los partidarios de Astori) y tres abstenciones de los grupos radicales, agrupados en torno de los tupamaros. La composición de los organismos de dirección de la izquierda surge de sus elecciones internas en las que los seguidores de Astori fueron castigados por su cercanía a los postulados del gobierno. Ante los medios, Vázquez declaró que la acusación de posfrentismo es como cuando alguien adoptaba determinada actitud y se decía que era agente de la CIA. Durante toda la semana, unos y otros echaron día tras día más leña al fuego de la interna, creando por momentos una situación propicia para la ruptura. Los fuegos de artificio de la interna frentista encubren dos estrategias diferentes que se vienen incubando desde la última campaña electoral, cuando el Frente perdió la elección nacional por apenas 20.000 votos pero se colocó en inmejorables condiciones para ganar la contienda del año próximo, pese a la nueva legislación electoral que impone por primera vez una segunda vuelta. La propuesta de Astori es más proclive a establecer alianzas con sectores de los partidos tradicionales para enfrentar el ballottage y defiende una línea económica continuista con matices respecto de la que viene desarrollando el gobierno de Julio María Sanguinetti, al que Astori se niega a calificar como neoliberal. Por el contrario, Vázquez y la mayoría de la izquierda proponen un giro más de fondo con la política económica y desestiman las alianzas formales con los partidos tradicionales a quienes han enfrentado frontalmente desde las pasadas elecciones. Para encarar una campaña electoral que se adivina virulenta, Vázquez defiende la idea de fortalecer la estructura y la disciplina del Encuentro Progresista, preocupado ante las fugas que en diversas votaciones parlamentarias protagonizaron los seguidores de Astori, a quienes acusan de haber roto la unidad cuando se aprobó la reforma previsional y durante la campaña por la reforma constitucional queinstauró el ballottage. Ese intento de blindar a la izquierda, asegurando la disciplina y estrechando la polémica interna, es lo que los seguidores de Astori califican como estalinismo. En ambas ocasiones, el grupo de Astori tuvo más coincidencias con el gobierno que con las propuestas de su propia coalición, diferencias que facilitaron la aprobación del ballottage en referéndum por escasísimo margen y crearon un clima de fuerte malestar que recién ahora estalla con toda su carga destructiva. Sin embargo, las diferencias programáticas y en torno de las alianzas apenas explican una parte de los enfrentamientos. En el fondo, se trata de dos personalidades fuertes que no ocultan sus ambiciones presidenciales, como señaló Líber Seregni, fundador y conductor de la coalición hasta su renuncia hace dos años, cuando se vio desbordado y desautorizado por una interna compleja y trabada. Ambos ostentan estilos bien diferentes: Astori, economista reconocido, cultiva la imagen del estadista preocupado por las políticas de Estado, se muestra partidario de mantener los equilibrios macroeconómicos y tiene buenas relaciones con el mundo empresarial y profesional. Su fuerte son las cifras y el lado flaco las relaciones con la multitud, aunque tiene dotes de buen orador. El caso de Vázquez es la contracara: nació en un barrio obrero de Montevideo y ahora es un oncólogo con fama internacional, tiene un gran impacto en los medios y es un buen comunicador aunque presenta un estilo populista que lo aleja de las clases medias. Saltó a la fama al realizar una prolija gestión al frente del ayuntamiento de la capital y su fuerte es el contacto cara a cara con la gente, pero ha realizado giros sorprendentes y alianzas de conveniencia que van desde los tupamaros hasta colaboradores estrechos de la dictadura militar. Uno de los reproches que se le hicieron esta semana a Vázquez fue haberle ofrecido un cargo ministerial a Oscar Magurno, dirigente del sector más conservador del Partido Colorado, pasando por encima de la orgánica frentista, algo sagrado en el imaginario colectivo de la izquierda uruguaya. Buena parte de las diferencias entre ambos dirigentes se trasladan a la polémica sobre la candidatura presidencial. La mayoría de los dirigentes, entre ellos el diputado Enrique Rubio, considera que para afrontar el período pre y poselectoral necesitamos un conductor muy potente. Durante la conducción de Seregni el Frente demostró que no tenía condiciones para dirigir un gobierno ya que una interna fatigosa le impedía tomar resoluciones a tiempo. Para la mayoría de los sectores frentistas, Vázquez reúne esa condición aunque el mismo Rubio estima que uno de los peligros es que un gobierno de izquierda termine siendo ajeno al partido. Una preocupación que, desde otro ángulo, comparte el senador radical Helios Sarthou, para quien Tabaré Vázquez necesita moverse en un espacio en el que tenga más poder y menos controles de los militantes de base y de los partidos que integran el Frente. Astori se muestra partidario de que el candidato común de la izquierda surja de las elecciones internas abiertas a celebrarse en abril, quizá porque desconfía de los apoyos que puede cosechar entre la militancia, mientras Vázquez pretende que lo designe el Congreso del Frente Amplio. Lo cierto es que tanto en la interna de la izquierda como en la intención de voto que reflejan las encuestas, Vázquez cuenta con apoyos muy mayoritarios que de hecho lo convierten en el candidato natural del Frente. Mucho más allá de los epítetos y las acusaciones mutuas de las últimas semanas se adivina un creciente cansancio entre las bases de la coalición y sobre todo un deterioro de la cultura política de la izquierda que le permitió mantenerse pese a la persecución, los cambios en el mundo y las derrotas electorales, y absorber incluso las disidencias y escisiones sin dejar de crecer, durante casi treinta años. Ahora que se encuentra en las puertas del gobierno nacional (según todas las encuestas ganaríaholgadamente la primera vuelta) las apetencias personales están generando un clima propicio tanto para la derrota como para la desintegración.
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