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ENTREVISTA EXCLUSIVA A JOAN MANUEL SERRAT, DE PASO POR BS. AS.
“Tuve suerte al elegir mi oficio”

A bordo del avión que lo trajo desde Santiago, donde cantó en  el homenaje a Salvador Allende, el Nano dialogó con Página/12 sobre su nuevo disco, el amor y el arte de escribir canciones.

Serrat vino a Buenos Aires por unas horas, para presentar su disco de nuevas canciones.
Vendrá a cantarlas en diciembre, y en junio del ‘99 hará una extensa gira nacional.

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Por Martín Pérez

t.gif (67 bytes) La voz del capitán del avión de Lan Chile se escucha demasiado claramente en primera clase, tanto como para que Joan Manuel Serrat se interrumpa y diga: “Vamos a tener que esperar que el hombre termine de decir lo suyo, y luego seguimos con lo nuestro”. Es sábado por la tarde, y el catalán luce la misma ropa del viernes al mediodía, cuando probó sonido para el Festival “Con Allende, Siempre”: jeans, buzo verde y zapatillas blancas. Aunque en el avión que lo depositará por unas horas en Buenos Aires lo que se destaca de su atuendo son sus medias blancas, que exhibe inadvertidamente al apoyar, relajado, sus pies contra las paredes de la cabina. En medio de la vorágine que significa la edición de su primer disco con canciones propias y en castellano en cuatro años, Sombras de la China, Serrat ha dejado España por un fin de semana para estar presente junto a Ana Belén y Víctor Manuel en el homenaje a Allende, y acompañar de paso la edición de su disco en Argentina con una multitudinaria conferencia de prensa porteña. “Ya quiero que llegue el martes, para poder reincorporarme a los ensayos del grupo”, le confesó casi en un susurro a Página/12, en el preciso momento en que sus palabras perdían claridad frente a la voz del comandante de a bordo.
–Los dejé preparando el show con el que vamos a encarar la gira presentación de Sombras de la China, que va a durar más de un año y nos traerá a Buenos Aires primero por un fin de semana en diciembre, y luego para una gira argentina en mayo del año próximo.
–Otra vez más de un año de gira. Ya la última había sido de esas que necesitan autorización médica, según dijo por entonces.
–Bueno, es que cada vez se hacen más largas. Lo único que procuro es de alguna manera humanizarlas en el sentido distancias, que no se me lleve todo el tiempo el recorrido, el ir de un sitio al otro. Y por otra parte también intento realizarlas en bloques lo suficientemente concretos como para que me permitan estar regresando al hormiguero con una relativa temporalidad humana. Así mis hijos me reconocen cada vez que llego.
–Ciertos cronistas de rock dicen que cuando uno pasa mucho tiempo de gira llega un punto en el que se piensa que el resto del mundo está loco, y que la vida normal es la que se lleva de gira...
–Pues a mí no me cabe duda de que siempre es así. Que el resto del mundo está loco, y que la vida está en las giras (risas).
–Dos años atrás, cuando editó el álbum doble homenaje a la Nueva Canción catalana, confesaba que no aún había escrito nada nuevo y que tampoco tenía ganas de escribir. ¿Cómo fue que encontró las ganas?
–No las encontré a la vuelta de la esquina. Las ganas se las tiene uno que sembrar. Uno tiene que preparar el campito, regarlo, podar y ahí recién entonces se empiezan a aparecer. Además, las ganas aparecen en la medida que tú haces cosas. Yo no me he sentado nunca con ganas de hacer algo, sino que a partir de haber hecho algo me han aparecido las ganas de jugar con aquello, de darle la vuelta, de hacer otro, de cambiarlo, hasta llegar a conseguir una historia que me dejara satisfecho. Con las ganas es como con las vocaciones. Siempre me han sorprendido mucho estos individuos que de niños quieren ser algo en concreto. Que quieren ser, yo qué sé, técnico electrónico o ingeniero nuclear. Yo creo que uno descubre la vocación en la medida de que hay algo que le incita la curiosidad, se mete en eso, lo que a la vez le descubre algo, luego de lo cual busca otras cosas, hasta que llega un momento en que algo le pilla por los huevos y le dice vente pa’ca. Pero, claro, es muy difícil enamorarse de aquello que uno no conoce...
–¿Y Ud., de niño, qué quería ser cuando fuese grande?
–Quería ser bombero. Porque quería salvar al mundo, rescatar a las niñas del fuego, montarme en unos camiones que hicieran sonar bien su sirena y saltarme las luces rojas sin que me multara nadie. Por todo eso quería ser bombero. Y luego, ya de mayor, quise ser mediocampista del Fútbol Club Barcelona. Algo que tampoco conseguí. Pero igual me siento satisfecho. Llevo muchos años en un oficio en el que me siento muy bien. Yo creo que he tenido suerte en la elección del oficio, y también en el recorrido por el mundo que me ha permitido este oficio.
–Una cosa que impresiona de artistas como usted, que llevan décadas editando discos, es que deben luchar todo el tiempo con la mejor versión de sí mismos.
–Pero yo no me puedo quejar de esta lucha. Porque de alguna forma es una lucha de supervivencia. Por ejemplo, al encontrar un disco mío editado en 1971 junto con otro editado en el año ‘98, pues en lo primero que pienso es que son 28 años de sobrevivir, y en unas condiciones espléndidas, en un negocio realmente duro, competitivo y cruel. Y, vamos, sin entrañas. En muchos casos uno ha visto desaparecer elementos de una gran brillantez y con una gran proyección, que no han sido capaces de aguantar las presiones de la industria o que en un momento determinado han caído en desgracia. He visto tragedias realmente grandes.
–¿Cómo se hace para seguir con una carrera con el peso de una gran obra detrás?
–Yo no creo que haya una forma general de comportamiento. Tengo amigos que se llevan muy mal con su pasado artístico. A veces con razón y a veces sin ella. Cuando digo con razón me refiero sencillamente a que hay un hecho determinado que les provoca esta bronca. Y uno puede entenderlo: mira, le pasó esto, no quiere saber más, quiere cambiarlo todo. Y hay otros con una bronca acojonante, sencillamente porque son canciones de otro tiempo. Yo no tengo ese problema. Cuando estoy en el escenario, por ejemplo, y la gente me pide una canción de hace 30 años cuando yo estoy empeñado en presentarles algo que acabo de hacer y que no han tenido tiempo de envejecer, les doy su tiempo y canto muy agradecido. Porque gracias a esta canción es que he podido llegar a escribir otras.
–De hecho, hay en su último disco un tema dedicado a las viejas canciones...
–Pero, hombre, en él no hablo de las mías, sino de lo que me pasa con las canciones de otros. Yo creo que no hay nada más evocador en el mundo que los perfumes y las canciones. Un olor que llega en el momento determinado, te monta en el túnel del tiempo y te hace viajar a otro lugar. Y así trabajan también las canciones. Cualquier canción que ha formado parte de tu vida de una manera muy especial, cuando vuelve a aparecer te ataca por la espalda, se te echa al cuello y te deja hecho polvo. Te tira al piso absolutamente, con un grado de evocación que sólo alcanzan los olores y las canciones. Las imágenes no llegan a tanto. Todo aquello en lo que participa el sentido de la vista no llega a mismo grado de evocación y de emoción, porque el olfato y el oído se organizan las cosas de una manera más fantasiosa. La vista es más hija de puta. Te lo pone todo allí, lo retrata demasiado ordenadamente. Y le deja poco lugar a la fantasía.
–Lo que primero sorprende de un disco como Sombras de la China es su regreso a las canciones de amor.
–Pero sucede que son canciones de amor que no responden al molde. “Más que a nadie” es una declaración de amor, “Secreta mujer” es un tema que podría ser de amor, pero no lo es bastante, “La hora del timbre” es sobre la angustia que provoca una relación clandestina antes que el amor en sí, y “Me gusta todo de ti (pero tú no)” no se podría decir que es un tema de amor.
–Eso es precisamente lo interesante. Porque nadie pide que componga otra “Lucía”. En un tema como “Dondequiera que estés” se nota eso, por ejemplo. Ese esfuerzo por sintetizar y buscar algo nuevo.
–Esa canción, que cierra el disco, antes que una canción de amor es una de fidelidad. Y me gusta mucho. Lo que busqué en ella fue sintetizar el sentimiento, y para esto hay que hacerlo, evidentemente, y como su propia palabra indica, con pocas palabras.
–El título del disco, además de aludir a las sombras chinescas, ¿no es también una metáfora sobre el arte de la canción?
–Puede ser. Pero debo confesar que no quise ser tan pretencioso. Aunque ésa es la maravilla de decir algo: que siempre dispara otra cosa. Una cosa es lo que es, y otra es lo que es capaz de provocar. Yo siempre creo que, sin la segunda parte, la primera no sé qué importancia podría tener... Pero quiero dejar algo claro, solamente quería contar eso: de qué manera, con apenas una luz, mis manos y una cortina, podía hacer una liebre que se moviera.
–¿Y puede hacerlo?
–No, qué va. Yo sólo sé hacer la típica paloma, esa que se ve en la tapa, y apenas cuatro cosas más. Me propuse ahora con este trabajo tratar de hacer algo. Pero lo dejé enseguida porque no tenía tiempo para dedicarlo. Es un arte muy difícil en el que hay que trabajar bastante. Voy a ver si a lo largo del año, y a medida que voy cantando, me llevo un manual de sombras chinescas y voy aumentando mi riqueza cultural.
–En el libro de prensa que han preparado para presentar este nuevo disco, hay una frase del dibujante Oscar Grillo que lo recuerda como un joven cejijunto y enojado. Los años parecen haberlo tranquilizado, por lo menos en el asunto de las cejas...
–Puede ser (se ríe). Quizá porque aquellos primeros años fueron una época en la que había que estar mucho a la defensiva. Por los acontecimientos en que uno estaba inmerso había que estar con ojo avizor, y cuando uno está con ojo avizor suele estar bastante cejijunto. Pero atención: no es que ahora vaya distraído por la vida. Sólo trato de estar más tranquilo.

 


 

ANTONIO BIRABENT ABRIO EL CICLO DE PAGINA/12
De viaje con el turista incidental

Por Carlos Polimeni

t.gif (862 bytes) El escenario parece desde la platea el interior de un ovni, y por el equipo de sonido viaja unna33fo02.jpg (11385 bytes) rumor de avión. Hay una sensación de intimidad y electrónica, azulada, cuando Antonio Birabent asume el escenario disfrazado de cowboy de fin de siglo, de chico rudo de diseño. A partir de ahí, Birabent pilotea su show como una propuesta de viaje hipnótico: se trata de cantar para su público canciones concebidas para su ombligo, canciones del turista incidental de soledad. “Hoy recuerdo tanto, que sólo puedo mirar hacia adelante”, ha escrito, en el programa de mano de este primer concierto del ciclo anual de Página/12 en la sede de la Asociación de Distribuidores de Diarios.
Birabent grabó su tercer disco solista Azar, al margen de todo: en su casa, para un sello personal, con sus amigos, fuera ya de la televisión y los medios, pensando nada más que en el placer. Lo que quedó fue una obra de estados relajados, en la que se cruzan un arte muy viejo –el de hacer canciones que digan algo más que te quiero, si– con un arte muy nuevo –el de las vertientes electrónicas del progreso de la música– sin que el resultado parezca un empaste, o un disciplinado esfuerzo por ponerse al día. No hizo estas canciones para tocarlas en vivo, pero en eso está, y no es fácil, pero le sale. El CD es uno de los mejores del año de la música argentina, lo que es mucho para un artista definitivamente incómodo para los que etiquetan: no está en ningún club conocido. Lo suyo no es pop, ni rock, ni tecno, ni balada, ni música electrónica sino un sutil campo que combina todo eso, y algo más. Acaso, folklore urbano del siglo XXI.
Ese algo más es una conciencia artística, un instinto animal para elegir qué transmitir, una visión poética del oficio. La versión de “Nocturno de princesa” junto a papá Moris fue una perla. Pero perla es su grupo –Leha en guitarras, programación y teclados, Pablo Silva en bajo y otros menesteres, Luis Burgio en batería y Luis Volcoff en la producción–, perla es su convicción y perla son canciones, como “Madrid”, “Libélula” y “Linterna”, partes importantes de la banda de sonido de una ciudad nocturna vista sin rabia, sin bocinas ni sirenas, en trance, como colgado (de un sueño).

 

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