|
No ha sido éste, el de Domingo Cavallo, un regreso glorioso. La propaganda que le hizo el llamado de Boris Yeltsin nadie se la quitará. Pero en Occidente hay cada vez más observadores que reconocen el irreversible fracaso --¿qué importa por culpa de qué o de quién?-- del capitalismo de mercado en Rusia, y piensan que lo menos malo es el retorno de los comunistas descafeinados al poder. Si antes identificaban a los rojos con el caos (recordar Maxwell Smart, el agente 86), ahora significan el control. Cavallo fue a Moscú para recetarles a los rusos una fuite en avant, un viaje al mercadismo con esa quema de naves que implica la convertibilidad (cero emisión, cero déficit fiscal, apertura total de la economía, privatización generalizada, desregulación absoluta, libertad de precios y salarios, flexibilización laboral). Una fórmula para que los ex soviéticos construyeran un sistema capitalista sobre las ruinas del sistema capitalista que acaba de desmoronárseles, y que había sido construido sobre las ruinas del sistema comunista. Pero parece que antes de construir es preciso demoler. El capitalismo que instauró Yeltsin rifó (privatizó) las viejas empresas burocráticas, de las que se adueñaron sus burócratas y las mafias, montándose un mecanismo de saqueo al país parecido al que sufrió la Argentina, conduciendo en ambos casos a una gigantesca deuda externa. Ahora bien: cada vez que se desploma un país, los neoliberales explican que en él no imperaba un verdadero capitalismo. Así sucedió con los asiáticos, ¡Japón incluido!, obviamente con los rusos y con cualquier mercado emergente. Pero es evidente que, más allá de los vicios indonesios o venezolanos, la expansión desenfrenada del capital financiero es el verdadero problema, aunque aún no se lo abarque intelectualmente. En este sentido, Cavallo no la vio: siempre se opuso a establecer restricciones a la entrada y salida de capitales, rechazando esquemas como el chileno, que desalentasen el ingreso de dinero caliente. Confiaba en que la afluencia de cualquier capital impulsaría a la economía. Como único colchón frente a la volatilidad de los mercados financieros externos impuso la reforma previsional, para que los aportes jubilatorios formaran una masa interna de financiación del sector público y las empresas. Pero, en pocos años, la absoluta fe de Cavallo en los capitales y los
mercados lo dejó desfasado y sin una respuesta creativa ante los problemas que está
planteando la globalización. |