![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
|
Esto ha empeorado en las últimas tres semanas. En los últimos tiempos ha tomado estado público el dato de que el jefe del país más poderoso de la Tierra contrató en febrero a un detective privado de tácticas sucias para que husmeara en la vida privada y los negocios de sus adversarios políticos, jurídicos y personales, reales y potenciales, así podía amenazarlos en caso de que se le fueran encima. Eso, en Estados Unidos y en la China, se llama chantaje. Bill Clinton reduce la Oficina Oval a una versión glorificada de su despacho de gobernador de Arkansas porque nunca salió imaginariamente de su despacho de gobernador de Arkansas. Primero: nunca debió haber mentido, como se lo aconsejaron sus partidarios más desinteresados, entre ellos el célebre abogado penalista Alan Deshowitz en un reportaje de Página/12 cuando comenzó el escándalo Lewinsky. Debió haber admitido los hechos enseguida, porque era la forma más rápida de cortar costos políticos. Pero cuando mintió y debió admitirlo, la renuncia era el paso inevitable. La foto en que Hillary, Chelsea, Clinton y el perro se van de vacaciones a Martha's Vineyard después de la confesión irradió a todo el mundo una imagen de debilidad y de enanización impresionante. Clinton siempre actuó del mismo modo mediocre, moviéndose sólo en reacción a la nueva escalada del fiscal Kenneth Starr en vez de anticiparse a los acontecimientos. Ahora los demócratas abandonan a Clinton, y su propio vice Al Gore está bajo fuego
por su rol en la financiación ilegal de la campaña. Mientras tanto, el mundo se ha
vuelto un lugar demasiado peligroso para una presidencia sin centro: un mundo donde cae
Rusia, Asia está aniquilada y la guerra puede ser inminente entre Irán y Afganistán y
entre India y Pakistán. Clinton debe irse ya. |