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Por Fernando D'Addario No es extraño que la suite arrabalera encarnada por el Cuarteto Cedrón haya elegido a la Alianza Francesa como cabeza de playa para su nuevo desembarco en la Argentina. El Tata Cedrón está acostumbrado a afirmarse en los escenarios naturales de la dualidad. Y esto va más allá de su condición de porteño adoptado por París: treinta y cinco años después de su aparición en la escena tanguera de Buenos Aires, el Tata deambula por un espacio imaginario y difícil de tipificar, que le permite presentarse al mismo tiempo como un vanguardista nostálgico, un tradicionalista con buen gusto, un intelectual comprometido políticamente y un reo con toda la calle sobre sus espaldas. El Tata tiene algo de todo eso y su público lo adoptó como un personaje de esos que ya no hay, pero que en realidad nunca hubo. El tango supo ser macho, popular, virtuosista, retro, elitista o callejero, pero siempre le esquivó a la síntesis entre la estética del suburbio, la rigurosidad académica y la poesía "culta". El Cuarteto Cedrón, musicalizando a Raúl González Tuñón, Juan Gelman, Bertolt Brecht, Jorge Luis Borges o Dylan Thomas, abrió un camino solitario, que alguna vez fue novedoso, que hoy es un clásico para pocos (pero fieles) y que tiene a la exquisitez como único reaseguro de continuidad. El espectáculo que presentó el viernes pasado en la Alianza Francesa emergió precisamente como una síntesis de lo que realizará en sus restantes actuaciones en Argentina. Hoy actuará en Oberá, Misiones, y el próximo jueves iniciará un ciclo en el Foro Gandhi, que se extenderá hasta los últimos días del mes. Cada fin de semana basará su repertorio en un poeta distinto: el primero será Gelman, el segundo Acho Manzi y el tercero González Tuñón. Estilos diversos, que encuentran su hilo conductor en esos tanguitos que parecen ambientados en las primeras décadas del siglo pero se desnudan con los sueños de los años 60. Hoy, cuando los tiempos son otros, el Tata se permite la ironía, y arriba del escenario donde se siente como en su casa, cuenta, por ejemplo, que en su momento para contactarse con el poeta Acho Manzi usaron el fax como vehículo de comunicación. "Eramos faxistas", dice el Tata a la platea de la Alianza, que se ríe con naturalidad. Y el músico remata, entonces: "Ya que no pudimos voltearlos, por lo menos podemos reírnos..." El Cuarteto, que se completa con Miguel Praino en viola, Román Cedrón en contrabajo y
Eduardo García en bandoneón, es heredero de esa mística y recoge los sueños perdidos
para reivindicarlos con un dejo de melancolía. En citas míticas como el
"Armenonville" de Juan Maglio, o en los instrumentales del nunca del todo
reconocido Osvaldo Tarantino, o en el entrañable "Los Ladrones" de González
Tuñón, se reconoce la misma sensibilidad. No hacen falta excesos de virtuosismo. Todo
está allí, en ese fraseo canyengue, en el aroma francés que se le mezcla con su
entonación de arrabal. Y ya no tiene que soportar que los tradicionalistas lo abucheen
cuando canta la "Balada del hombre que se calló la boca", de Gelman. Ahora es
un clásico para pocos. Y todos (quizás los mismos de siempre) aplauden. Como en los
viejos tiempos. |