Por Enrique M. Martínez |
Hay una secuencia que se ha instalado en las propuestas económicas como un cliché y que en parte se ha colado en la Carta a los Argentinos de la Alianza. Se dice que la mayor ocupación, que reclaman con angustia los compatriotas, será una consecuencia natural del crecimiento. Esto será resultado de las mayores inversiones, que a su vez serán el fruto automático de contar con mayor ahorro nacional o extranjero volcado al país. Desandando tal lógica, se dice que si aumenta el ahorro, aumentará el empleo, por un encadenamiento de hechos casi mecánicos. Por la negativa, cuando la timba internacional lleva a suponer que habrá problemas con la llegada de dinero del exterior, los gurúes dicen que hay problemas de empleo. Esto no es así. En todo caso, hay varias condiciones muy fuertes, que no pueden ser omitidas gratuitamente. La primera: La producción de bienes genera distinta ocupación según sea el sector productivo que se trate. En nuestro país, se necesita ocupar 26 personas para producir zapatos por valor de 1 millón de pesos en un año, mientras que se necesitan sólo 2 personas para igual producción de petróleo crudo. Por lo tanto, no es un tema descartable conocer cuál es el perfil de ocupación de la comunidad y estudiar medidas para favorecer las actividades que mayor empleo generen. La segunda: Las necesidades de capital de cada actividad son bien distintas, por lo que hay mejores combinaciones que otras para un país con recursos limitados. Un puesto de trabajo en la industria de la indumentaria necesita 20.000 pesos de inversión, mientras en la industria química necesita 160.000 pesos. No es lo mismo cualquier cosa. La tercera: Hace muchos años que en el país los ricos se alejan de los pobres y las provincias mejor dotadas se alejan de las más humildes. Es conocido cómo se ha concentrado la riqueza en el 10 por ciento más rico de la población. Es menos recordado pero igualmente dramático que el producto per cápita de Formosa o Santiago del Estero es menos del 20 por ciento del de la ciudad de Buenos Aires. En este marco, todo proceso automático, en que la inversión no sea inducida hacia las zonas más pobres, aumenta la concentración y el deterioro de los que menos tienen y pueden. La cuarta y fundamental: En un mundo sin fronteras económicas, el mayor ahorro en Argentina se puede traducir en inversiones en Estados Unidos o Europa. Los bancos toman el dinero de los ahorristas y lo prestan a quien gane más plata con ello, como lo saben los que depositan dinero en bancos de Tucumán o Salta, que luego se presta a empresarios de Buenos Aires. Para tener éxito en este espacio se debe tener proyectos competitivos. Esto debe significar algo distinto que bajar el costo de los factores, que quiere decir bajar los salarios. Significa crear condiciones nuevas, fortaleciendo a los empresarios nacionales; aumentando la autonomía tecnológica; creyendo en la formación permanente de los trabajadores, dentro y fuera de las empresas; creando infraestructura. Este es el camino recorrido por los países ganadores, que les permite aumentar los salarios, en lugar de reducirlos. Por todo lo dicho, además de estimular el ahorro, hay que pensar la forma de generar proyectos que no se basen en bajos salarios; la manera de compensar a las regiones y a las personas que hoy están en desventaja; los modos de utilizar el capital en sectores que aseguren mayor ritmo de aumento de la ocupación. Esta política de Estado debe ser compartida por el gobierno, los empresarios y los trabajadores, para ser luego implementada en base a la libre iniciativa. Sólo en caso de tener éxito en esto tendremos un antídoto confiable contra la especulación financiera internacional. Hay que trasladar el centro del debate económico a estas cuestiones. No podemos seguir considerando que la temática regional o tecnológica o de capacitación y organización productiva de los humildes son aditamentos simpáticos de una política, pero a los cuales puede y debe olvidarse cada día para preguntarse cómo anduvo la bolsa en Hong Kong. No es inevitable que esto pase. No lo es. * Economista del Frepaso. |