Un ladrón con inquietudes musicales
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Por Horacio Cecchi "Vengo por el aviso", dijo el joven de 23 años, supuestamente interesado en la compra de un bajo eléctrico. Eran las 20.30 del domingo pasado. Aníbal, el dueño del instrumento, abrió la puerta de su casa, en Jaramillo al 1800, de Saavedra, y lo invitó a pasar. A partir de ese momento, y durante cinco horas, la esposa del hombre y sus tres hijos --de 18 y 15 años, y 18 meses-- fueron amenazados con un arma, encapuchados y tomados como rehenes por el comprador trucho, mientras Aníbal era obligado a recorrer cajeros en busca del dinero para el rescate. La policía rodeó la casa con un centenar de hombres y desarrolló una tensa negociación telefónica que mantuvo en vilo a todo el barrio. Todo terminó al mejor estilo de las series SWAT americanas: desde los techos, un comando disparó al ladrón en el hombro y logró atraparlo. Todo empezó el viernes pasado, con la publicación de un aviso en el rubro 34 de instrumentos musicales, de Segundamano: "BAJO Warwick, $ 1.100. Desp. 19/hs.", decía el anuncio de venta, que consignaba un teléfono. El domingo, llamó un interesado. El dueño del bajo, Aníbal (38), dio algunas especificaciones y arregló una cita para esa misma noche, a las 20.30. Diez minutos antes de la hora prefijada, sonó el portero eléctrico de la vivienda de Jaramillo al 1800. Era el interesado. Durante casi media hora, todo siguió los carriles habituales del tira y afloje de una negociación en la que hay en juego mil pesos. Pero, imprevistamente, el joven dijo: "Quiero toda la guita que tengan", mientras Aníbal, María Cristina (36), y sus hijos Bárbara (18) y Nicolás (15) asumían perplejos que el caño de una pistola los amenazaba. Nadie sabe cuánto tiempo pasó, seguramente unos pocos segundos, hasta que, casi por reflejo, María Cristina (36) le ofreció su anillo. "Quiero la guita", insistió el comprador trucho. "Tomá, llevate el auto", le propuso Aníbal, ofreciéndole las llaves del flamante Gol verde estacionado en la puerta. No sirvió de nada. El asaltante quería dinero fresco. Nicolás (15), el menor de los hijos del primer matrimonio de María Cristina, tenía ahorrados 300 pesos en su pieza del primer piso. "Me agarró y me llevó hasta mi pieza. A mi mamá y a mi hermana las tapó con una campera y las encerró abajo", relató el chico a Página/12. "Al esposo de mamá (Aníbal) lo mandó a buscar plata a un cajero." "No te zarpés que te van a estar siguiendo. Si le avisás a la yuta los apago a todos", amenazó el comprador trucho. Aníbal salió en busca de cajeros, en shorts y paralizado por los nervios. "A mí me llevó hasta la pieza y se puso a revisar todo --agregó el chico--. Yo le di los 300 pesos y le dije que se llevara todo lo que quisiera. Pero el tipo quería plata. Aníbal le trajo 400 del cajero, y lo mandó a buscar más." Alrededor de las 22, Aníbal recorría cajeros por Cabildo, intentaba acertar sus dedos en las teclas, no recordaba la clave de acceso, era una pila de nervios. Decidió, finalmente, llamar a la policía. "Tiene a toda mi familia, está armado, por favor hagan algo", imploró. A la misma hora, Ada, la tía de los chicos, que vive en el frente de la casa, vio al asaltante. Levantó el teléfono y llamó al primer marido de María Cristina y padre de Bárbara y Nicolás, que a su vez se comunicó con la policía. Pocos minutos después, más de un centenar de uniformados, entre ellos el GEOF (Grupo Especial de Operaciones Federales) --los SWAT argentinos--rodeaban disimuladamente la manzana, mientras un helicóptero sobrevolaba a algunas cuadras para no despertar sospechas. El operativo quedó a cargo del comisario mayor Carlos Navedo, director general de comisarías. "Después de que nos hicieron un cuadro de situación, tuvimos el problema de cómo establecer contacto con el asaltante, sin entrar tirando abajo la puerta --dijo Navedo--. Inventamos la historia de que habíamos detenido al dueño de casa porque nos resultó sospechoso que anduviera recorriendo cajeros automáticos." Mientras Navedo urdía el plan de rescate, dentro de la vivienda de Jaramillo, el comprador trucho se dedicaba a pasar el rato mirando televisión, preparándose una buena cena, interrumpida, cada tanto, para rasguear el bajo y cantar unas tonadas. "Nosotros no escuchamos nada raro", aseguró a Página/12 una joven, vecina de la familia asaltada. "Recién a eso de las 12 y media empezamos a sentir ruidos. Nos asomamos y vimos la calle cubierta de patrulleros, había cuatro camiones y un millón de policías. Un helicóptero iluminaba la casa de al lado. De noche esta calle es muy oscura, pero parecía de día." Ocurría que habían llegado Navedo y sus hombres. Rodearon la manzana,
mientras los SWAT del GEOF trepaban por los techos. Comenzó entonces a desarrollarse el
plan urdido. Aníbal llamó desde un celular a su casa y se comunicó con el asaltante.
"Estaba en un cajero y me agarró la policía que creía que estaba robando. Les tuve
que decir todo. ¿Ahora qué hacemos?", le preguntó hecho una pila de nervios. El
asaltante decidió conferenciar con la policía. "Te mandaste una macana --le dijo
Navedo--, lo mandaste en shorts y estaba demasiado nervioso. Nos trajo sospechas." La
negociación se extendió una hora y media. Finalmente, el joven decidió entregarse.
"No cumplió el pacto, disparó y le respondimos", aseguró el comisario. Un
SWAT cerró el capítulo acertándole un disparo en el hombro derecho. |