La ruleta rusa no disparó
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Por James Meek Desde Moscú
Nunca, desde los días del politburó soviético agonizante, las paredes rojas de la fortaleza del Kremlin habían visto tal reunión de viejos comunistas graves, poderosos y canosos. Estuvieron sentados ayer alrededor de una única mesa en búsqueda del más evasivo de los tesoros rusos --una componenda-- mientras el país se dirigía hacia el desastre. Anoche, el segundo rechazo de la Duma al primer ministro designado por Yeltsin, Victor Chernomyrdin, fue una conclusión inevitable después del extraño diálogo que había tenido lugar antes en el Kremlin entre el presidente Boris Yeltsin y representantes de cada grupo parlamentario. Ninguno de los que participaron en las conversaciones de la "mesa redonda" era lo suficientemente fuerte como para forzar una decisión, pero ninguno era lo suficientemente débil como para ceder al otro. Sabían que uno de los hombres sentados en la habitación era el futuro primer ministro de Rusia, pero no podían hallarlo. A pesar del rechazo devastador de la Duma a Chernomyrdin la semana pasada, Yeltsin insistió en presentarlo ayer una segunda vez. Pero en una movida que hizo que la tozudez del presidente pareciera sin sentido, sugirió que le dieran al primer ministro un plazo de seis a ocho meses a "prueba". La conducta del Partido Comunista, cuyo líder Gennadi Ziuganov estaba en la mesa con Yeltsin, fue igualmente extraña: pidió que el rol de formar un gobierno se le diera al Parlamento y no al presidente. Su partido es por lejos el más grande en la Duma. Sin embargo, evitó buscar para sí mismo el sillón de primer ministro. Su falta total de brillo en la elección presidencial contra Yeltsin en 1996, y su falta de voluntad para buscar partidarios entre los proletarios desocupados, llevó a los observadores a la conclusión de que le teme al poder. Como Yeltsin, la fortaleza de Ziuganov reside en su terquedad. Esta vez sí parece decidido a que se disuelva el Parlamento y demorar las medidas para solucionar la crisis económica, antes que dejar que el presidente se salga con la suya. Con su amor por el corporativismo y sus infinitos pedidos de unidad nacional, el sueño de Ziuganov no es ser presidente o primer ministro, menos aún llevar a cabo una revolución. Si algo quiere, es ser el secretario general del Partido Comunista de la URSS. Yeltsin, Chernomyrdin, Ziuganov y la mayoría de los hombres sentados alrededor de la mesa comparten una herencia común. Todos son antiguos miembros del Partido Comunista de la Unión Soviética. Sus rivalidades, su vocabulario, sus apariencias fueron moldeadas por los mismo valores. Por eso les resulta tan difícil ceder un punto a sus rivales. Grigory Yavlinsky, el jefe del partido liberal Yabloko, es el único líder del partido de la Duma que dijo que está listo para conducir un gobierno. Pero con su realismo habitual, Yavlinsky cree que sólo un hombre del club comunista y de mediana edad como Yeltsin y Ziuganov es capaz de lograr la aceptación del establishment político. Por eso propuso al veterano ministro de Relaciones Exteriores, Yevgueny Primakov, su archienemigo ideológico, como premier. Pero la fuente más probable para una alternativa a Chernomyrdin se encuentra entre los poderosos gobernadores regionales, los jefes provinciales surgidos de elecciones directas que se sientan en la Cámara alta del Parlamento. El nombre en boca de todos como alternativa más probable es Yuri
Luzhkov, el ambicioso alcalde nacionalista de Moscú. Luzhkov no ha dicho públicamente
que está listo para el puesto. Podría dañar sus ambiciones presidenciales para el 2000
si, como es más que probable, fuera víctima de una crisis que está destinada a empeorar
antes que a mejorar. Pero el hecho de que los comunistas lo hayan nombrado como una de sus
opciones preferidas para primer ministro hace suponer que será aprobado por la Duma. Si
Luzhkov resultara nombrado habría cierta alarma en el más amplio mundo, dada su postura
nacionalista, que incluye exigir que los ucranianos devuelvan a Rusia el puerto de
Sebastopol en Crimea. Es este mismo nacionalismo, sin embargo, el que le gana los
corazones de los comunistas.
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