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Panorama politíco
Las cuentas del diablo
Por J. M. Pasquini Durán

¿Cómo creerles a los pronósticos económicos de los conservadores? A principios de este año, Michel Camdessus del Fondo Monetario Internacional (FMI) le dijo al mundo que no había motivos para preocuparse. Un par de meses después, el eco oficial argentino repetía la misma puerilidad. Era lo que habían prometido, ¿no?: los dolores del ajuste, la exclusión social masiva, el empobrecimiento de la clase media, en fin todo el cruel sacrificio de la mayoría popular tenía dos propósitos que lo justificaban. Primero: poner a salvo la economía nacional de los descalabros que sufrirían los irresponsables que no seguían el mismo calvario. Segundo: construir una nueva prosperidad general.

La prosperidad nunca llegó, excepto para una exclusiva y excluyente minoría de tan buena fortuna como el Presidente. La seguridad tampoco existe: ¿hace falta enumerar las evidencias? Ante la caída de las bolsas en el mundo y en especial las latinoamericanas, el actual y único argumento de consuelo argentino es que Brasil está peor. Los más pesimistas predicen una recesión económica mundial que cuesta imaginarla, la peor en siete décadas. ¿Así que no había motivos para preocuparse? ¿Así que la economía argentina soportaría las turbulencias sin daños mayores? Ni siquiera está en disposición para garantizar el magro aumento de los docentes. El ministro de Economía anticipó un veto presidencial al fondo de financiamiento educativo aunque la propuesta haya sido del mismo gobierno, aunque los docentes la aceptaron sacrificando otras demandas y aunque la ley consiguió media sanción con el voto oficialista en Diputados.

Tampoco el veto es el único "mecanismo de corrección" que figura en los proyectos del gobierno. Resulta que la afamada apertura al mundo y el aumento de las exportaciones se redujeron a una Brasil-dependencia, según la cual si se desmoronan allá, los escombros caerán aquí. En cualquier caso, las tasas de interés se alzarán, decaerá la producción, no habrá nuevos empleos y más de un deudor hipotecado quedará a la intemperie. Según Raúl Alfonsín, el Banco Nación ya tiene en cartera doce millones de hectáreas porque sus propietarios no pudieron devolver créditos. Asimismo, los recortes al gasto público seguirán degradando las obligaciones del Estado con la sociedad.

Todo esto por seguir a ciegas "las recetas estúpidas del FMI" que "esencialmente intenta usar la misma medicina para todas las enfermedades", para decirlo con palabras de Alvin Tofler, futurólogo de profesión. Los esquemáticos de los ajustes aplican la misma receta para todos --como lo está haciendo Domingo Cavallo de aquí para allá--, pero después se quejan si los especuladores financieros los tratan a todos sin distinguir a unos de otros. ¿Cómo podrían diferenciarlos si todos se enorgullecen de hacer los mismos deberes y de tragar las mismos remedios? ¿Desde cuándo el capital se dedica a la beneficencia o a la solidaridad?

Dicho sea de paso, el efecto dominó del último año demostró que hoy por hoy en el mundo el peor desestabilizador es el mecanismo de la globalización financiera. En un volumen de 994 páginas (Más allá del capital) el filósofo Meszaros afirma que la crisis que existe hoy es la propia crisis del capital, que tiene que devastar para subsistir. El sociólogo francés Alain Touraine (Contra el desorden mundial) propone un análisis idéntico: "Lo que estamos viviendo hoy no es la crisis de la sociedad de la información; no es el debilitamiento de las empresas transnacionales; es la crisis del sistema financiero internacional, de la mundialización de los capitales, y por consiguiente, y muy concretamente, del capitalismo". El mexicano Jorge Castañeda (Rusia y América Latina) pregunta con razón: "¿América Latina realmente es hoy menos vulnerable a las recesiones del mundo industrializado que antes, o no hay nada nuevo bajo el sol en la región?".

El reemplazo de la economía del ahorro y la producción por la del consumismo y la especulación en lugar de bienestar y seguridad aportó nuevos riesgos. La crisis actual puede anidar en Estados Unidos, con todo lo que eso significaría, porque la sociedad norteamericana no funciona ya basándose en el ahorro sino en las ganancias bursátiles. Antes de la depresión de 1929 invertía en la Bolsa el tres por ciento de la población, hasta 1987 lo hacía el 25 por ciento y este año la mitad, el 50 por ciento, formando esas burbujas financieras que vuelan por el planeta pero que de pronto estallan en las caras de sus operadores con los efectos expansivos de una explosión nuclear. Para colmo, Estados Unidos está sin conducción, subsumido en el patético recuento del sexo presidencial.

El control de ese capitalismo salvaje es el verdadero problema de gobernabilidad de cualquiera que llegue a la Casa Rosada. El menemismo rindió los bastiones sin ninguna resistencia. Otros países de la región --Chile, Colombia y Brasil-- dispusieron algún tipo de regulación preventiva para contener los movimientos bruscos de fondos volátiles. Pero como todos aceptaron los ajustes estructurales del FMI, "las democracias latinoamericanas se han convertido en el formato institucional de unas economías de mercado desreguladas, carentes de competitividad real, crecientemente excluyentes y crecientemente abiertas al ir y venir de la especulación y los negocios fáciles", concluye el mexicano Carlos Vilas (Gobernabilidad y globalización en Realidad económica 157).

No es la primera vez que el capitalismo tiene que resolver una crisis. Una de las diferencias centrales de este fin de milenio son las dimensiones desiguales entre el capital corporativo globalizado y las fuerzas nacionales. Vilas cita, "por ejemplo, los activos conjuntos de las diez mayores corporaciones de Estados Unidos por volumen de ventas (General Motors, Ford Motor, Exxon, Wall-Mart Stores, General Electric, IBM, AT&T, Mobil, Chrysler y Phillis Morris, todas ellas con presencia en América Latina y el Caribe) sumaron en 1996 más de 1,13 billón de dólares. Esta cantidad representa la cuarta parte del valor conjunto del PBI de las 56 economías que el Banco Mundial considera como de ingreso medio".

Si se revisa la lista citada con las 91 grandes empresas que fueron denunciadas en el Congreso porque no pagaron un centavo de impuesto a las ganancias, podrán advertirse algunas sugestivas coincidencias. A la vez, como el poder está en manos de esas corporaciones, la democracia pierde sentido para los ciudadanos. El escritor José Saramago lo puntualizó la semana pasada en Buenos Aires: "Coca Cola no va a elecciones. Microsoft no va a elecciones. Los poderes del mundo no se presentan a elecciones. ¿A qué llamamos democracia si el poder está en otro lugar?".

¿Cómo salir? Los fundamentalistas del mercado están impulsando en la OCDE y en la Organización Mundial de Comercio el llamado "Acuerdo Multilateral de Inversiones" (AMI), cuya síntesis crítica --advierte el investigador Vilas-- indica que "será, si se aprueba como lo proponen, la base normativa de un pacto transnacional que institucionalice la subordinación del Estado a las grandes corporaciones". Para la financiera J.P. Morgan los latinoamericanos tendrán que seguir ajustándose el cinturón, porque pronostica para 1999 un flujo de capitales hacia la región que será un tercio de las inversiones de 1996. The Economist, cuya palabra refleja opiniones del gran capital, propuso "repensar el sistema financiero internacional", aunque tal vez está imaginando el AMI, lo que significaría la revisión de los acuerdos de Bretton Woods que dieron origen al FMI.

Hay otras versiones de los posibles cambios. Rusia, acogotada, suspendió el pago de la deuda externa, un gesto que no le fue permitido a ningún país de América Latina en la crisis de 1982, por lo cual la región "perdió" esa década. Como se sabe, el Vaticano está trabajando una propuesta para reordenar las relaciones en el mundo entre deudores y acreedores. Según Touraine, "necesitamos políticas voluntaristas que reconstruyan los controles políticos y sociales de la economía" porque "la única fuerza que resiste a los desórdenes financieros es la voluntad de crear un orden social capaz de ofrecer progreso económico y solidaridad social".

El futuro, claro está, no depende sólo de la economía. La historia política y social también cuenta. O sea, la calidad de otro poder, diferente del actual, enderezado en un sentido distinto. La globalización ya no marcha en una sola dirección y, en consecuencia, la apertura hacia otras opciones podría aparecer antes que termine el siglo XX, de manera que por lo menos la distribución de la riqueza restablezca cierto principio de equidad. Sobre ese horizonte de posibilidades, Castañeda apunta un dato y una conclusión abierta: "Las crisis económicas en América Latina se han visto acompañadas de golpes de Estado, de revoluciones, de conflictos sociales y de violencia desde tiempos inmemoriales, y en particular a lo largo del siglo XX. Tal vez ahora las cosas cambiaron [...] Y tal vez no. La paciencia, antes de llegar a una conclusión definitiva, es a la vez una virtud duradera y un buen consejo en nuestras latitudes meridionales".

No sólo paciencia; los docentes argentinos han probado también el sabor de la prudencia cuando la CTERA, sobre una huelga exitosa de 48 horas, frenó los ímpetus y decidió no marchar sobre la Plaza de Mayo, como dijo Marta Maffei, "para no caer en la emboscada del gobierno". Son gestos de un sindicalismo distinto al tradicional y, quién sabe, tal vez la base de nuevas políticas de alianzas y convivencias, sin renunciar al conflicto social pero con objetivos mínimos que puedan compartirse, a poco que el gobierno cumpla lo que promete, en vez de borrar con el codo lo que escribe con la mano, y en lugar de levantar vallas tienda la mesa para el diálogo franco y abierto. Si fuera por Menem y De la Rúa ni la Revolución del 90 ni el 17 de octubre del 45 hubieran sido posibles, porque ahora resulta que el espacio público más emblemático de la Argentina se ha convertido, por voluntad de ambos, en un museo enjaulado.

Los gobiernos elegidos en las urnas, a veces, se comportan como si hubieran llegado a sus puestos montados en la caballería blindada. Basta ver el desenfreno represivo ayer en Chile, cuando un moderado número de manifestantes quiso rendir homenaje en las calles a la memoria de Salvador Allende, presidente constitucional, a 25 años de su derrocamiento y muerte. El columnista de El País de Madrid, Eduardo Haro Tecglen, hizo estas cuentas de la memoria: "Chile tiene al sublevado y asesino Pinochet convertido en senador vitalicio; y Eduardo Frei, el hijo del demócrata cristiano que propició el golpe, el que dirigió el boicoteo de la derecha burguesa y las huelgas de los ricos, es hoy presidente de la República por ese mismo partido. Ah, y el que mandó dar el golpe desde el Consejo de Seguridad de Estados Unidos, con la anuencia del bribón Nixon, es un hombre respetado que da conferencias en las universidades [...] El golpe del Imperio era, naturalmente, certero: después de Chile, otros países hubieran abrazado una izquierda que suponía otra distribución de la riqueza de los países". Esta América Latina no alcanza a cerrar las viejas cuentas que ya tiene nuevas comprometiendo su futuro, siempre con las venas abiertas.

 

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