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Panorama económico
Como las langostas
Por Julio Nudler

t.gif (862 bytes) La consigna es "diferenciarse". La proclama el menemismo y también la Alianza. Es un buen consejo, pero evoca las siniestras selecciones en los campos de concentración. Sólo los prisioneros que lograban diferenciarse, mostrándose aptos para seguir soportando el hambre, las vejaciones y el trabajo brutal escapaban momentáneamente de una muerte inmediata. Ahora las selecciones no las hacen los nazis sino los fund managers, los brokers, los investment bankers y las agencias calificadoras. Y en la Argentina, tanto el menemismo como la Alianza aceptan la macabra regla del juego, sin siquiera un cuestionamiento moral e intelectual a este estado de cosas. Ya que el país fue llevado al chupadero, ahora debe evitar ser elegido para el vuelo. Que se lleven a otros, a Indonesia, a Rusia, a Venezuela, pero que la Argentina se salve. Por ahora.

Quizá no haya nada que hacer. Quizá no haya más remedio que bailar como monos, movidos por el cursor de este programa que Bill Gates podría bautizar Hollows 98. Será el precio de la propia debilidad y de los errores cometidos. Pero tal vez pudiese aprovecharse la oportunidad de repensar el asunto, de dejar de escuchar por un momento a quienes sólo actúan como antenas repetidoras de las señales que vienen de Nueva York, Londres y Frankfurt. Hay a esta altura algunos indicios de que nos han estado vendiendo una lectura sesgada de la crisis. Que ésta no obedece simplemente a que en Asia, Rusia o América latina lo predominante no es capitalismo del bueno sino capitalismo berreta.

Pero volvamos al principio, a preguntarnos cómo se generó este desquicio. Ocurrió que durante años, enormes masas de ahorro, generadas en las economías más prósperas, se esparcieron por algunas regiones del mundo en busca de colocaciones rentables. Los administradores de fondos en Estados Unidos y Europa occidental se peleaban por atraer ahorristas con el anzuelo de los rendimientos (igual que aquí las AFJP, que ahora misteriosamente se han llamado a silencio). Si esas masas de liquidez fluían del centro mundial hacia la periferia era porque en ésta el capital es más escaso, y por ende mejor pago, siéndole más fácil hallar oportunidades de negocio, mucho más escasas en sus saturados mercados superdesarrollados de origen. La globalización fue el misil ideológico que transportó esas ojivas financieras.

La historia es conocida. Tigres y tigrecitos asiáticos fueron un imán irresistible porque su veloz ritmo de crecimiento parecía ampliar indefinidamente la frontera de negocios. Y aunque son países con enormes proporciones de ahorro interno, a éste se le sumaron capitales occidentales. Hasta que en 1997 empezó a correrse la voz de que los fondos habían sido invertidos en proyectos ruinosos, que los bancos financiaban empresas inviables y que todo el célebre modelo asiático era una chapuza, un falso embarazo, una burbuja. Luego se comprobó que los rusos son conversos ficticios y mafiosos, y en cuanto a los latinoamericanos, ya se sabe que son corruptos y machistas.

Todo esto puede ser cierto. Pero igualmente cabe preguntarse qué habría pasado si los gigantescos montos ahorrados en el casquete privilegiado del mundo no hubiesen tenido a su disposición las oportunidades de inversión que les ofreció la periferia. ¿Adónde se hubieran volcado? ¿Hay para ellos suficientes treasuries (bonos del Tesoro norteamericano) y acciones de primera línea en Wall Street? Más allá de lo taimados que sean los banqueros orientales y de la ebriedad de los rusos, parece haber más ahorros que ocasiones de invertirlo bien y asegurarse un rédito.

El exceso de capital financiero infla las burbujas, y luego provoca su estallido al huir en pánico. En ese caso, y como ocurre con las mangas de langostas, no se las puede combatir en los sembradíos que arrasan sino en los parajes donde se crían. Pero hasta para esto hay un problema político, porque las langostas suelen proliferar en un país y saquear otros, como suelen hacer los capitales. De todas formas, los bajones bursátiles tienen el efecto terapéutico de las sanguijuelas aplicadas sobre tejidos tumefactos, porque eliminan gran parte del exceso. Si los norteamericanos invirtieron 100.000 millones en las Bolsas de una región, y luego sólo pueden recuperar la mitad, habrá 50.000 millones menos de qué preocuparse.

Si el problema consiste en demasiado ahorro para relativamente escasas oportunidades de inversión, la causa básica se llama desigualdad, por no hablar de injusticia (ya que nadie dijo que la desigualdad no pueda ser justa en algún sentido). Desigualdad internacional y social. Lugares donde sobra ingreso, y otros donde éste no alcanza ni para lo elemental, y que por lo tanto no son negocio para nadie. Clases sociales que --frase hecha-- nadan en la abundancia, y otras desnutridas. Es la razón por la que coexisten burbujas especulativas con poblaciones enteras que mueren de hambre, la razón por la que se invierte masivamente en algunos países y casi nada en otros, o en ciertas regiones de un país en detrimento de otras (Puerto Madero vs. Formosa, por ejemplo).

Si los sistemas económicos fueran más equitativos, y menos profundos los desniveles internacionales, habría más oportunidades de inversión. Hoy existen regiones íntegras, como el Africa, que salvo excepcionalmente no cuentan para los inversores, y por eso están ausentes de las crónicas sobre la crisis financiera. La pregunta es si el capitalismo de mercado puede generar un mundo con menos disparidades, y si puede ayudar a que en las economías periféricas haya un reparto más equitativo del ingreso, restituyéndole al Estado su función redistributiva.

La reacción más fácil y superficial, que ya están adoptando países como Malasia y Hong Kong, es restringir el movimiento de capitales, mientras el Fondo Monetario insiste en pretender, como condición para su asistencia, que los países se expongan indefensos a los embates de la especulación. La teoría es conocida: si una economía tiene fundamentos sanos (equilibrio fiscal, política monetaria prudente, y superávit o déficit moderado en su comercio exterior), los especuladores no la atacarán, y si lo hacen perderán la batalla. Es como la lucha entre un animal y los microbios. Pero esa teoría quedó seriamente averiada por la crisis asiática, que se propagó a pesar de los "fundamentos sanos".

Por ahora, nadie ofrece una explicación alternativa, capaz de aclarar por qué se despeñó el sueño de la prosperidad permanente (es decir, la suba ilimitada del Dow Jones) que los fundamentalistas del mercado atribuían, hasta pocos meses atrás, a las virtudes de un sistema como el estadounidense, en oposición a cualquier otra variante de capitalismo, incluyendo la europea, que conserva restos de socialdemocracia. Pero ahora que se dio vuelta la taba y hasta el dólar se viene cayendo, los analistas norteamericanos tratan de consolarse afirmando que Estados Unidos sufrirá una versión leve de la crisis porque su economía, menos abierta que otras (es decir, con un comercio exterior menos significativo como proporción de su Producto Bruto), está menos expuesta. Irrita que lo piensen y que lo digan los mismos que glorificaron la globalización. Ahora ven como un punto a favor estar menos globalizados que otros.

Para terminar, una nota de (relativo) optimismo. Si las condiciones internacionales no cambian significativamente, cuando se cierre el ciclo de esta crisis los capitales volverán a fluir hacia la periferia en busca de negocios, como lo hicieron después de cataclismos anteriores, como los liderados por México (en 1982 y en 1994). El precio de los activos tornará a subir, y el optimismo se realimentará. Los ideólogos del mercado esplenderán de nuevo.

 

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