Panorama
económico
Como las langostas
Por Julio Nudler
La consigna es "diferenciarse". La proclama el
menemismo y también la Alianza. Es un buen consejo, pero evoca las siniestras selecciones
en los campos de concentración. Sólo los prisioneros que lograban diferenciarse,
mostrándose aptos para seguir soportando el hambre, las vejaciones y el trabajo brutal
escapaban momentáneamente de una muerte inmediata. Ahora las selecciones no las hacen los
nazis sino los fund managers, los brokers, los investment bankers y las agencias
calificadoras. Y en la Argentina, tanto el menemismo como la Alianza aceptan la macabra
regla del juego, sin siquiera un cuestionamiento moral e intelectual a este estado de
cosas. Ya que el país fue llevado al chupadero, ahora debe evitar ser elegido para el
vuelo. Que se lleven a otros, a Indonesia, a Rusia, a Venezuela, pero que la Argentina se
salve. Por ahora.
Quizá no haya nada que hacer. Quizá no haya más remedio que bailar como monos,
movidos por el cursor de este programa que Bill Gates podría bautizar Hollows 98. Será
el precio de la propia debilidad y de los errores cometidos. Pero tal vez pudiese
aprovecharse la oportunidad de repensar el asunto, de dejar de escuchar por un momento a
quienes sólo actúan como antenas repetidoras de las señales que vienen de Nueva York,
Londres y Frankfurt. Hay a esta altura algunos indicios de que nos han estado vendiendo
una lectura sesgada de la crisis. Que ésta no obedece simplemente a que en Asia, Rusia o
América latina lo predominante no es capitalismo del bueno sino capitalismo berreta.
Pero volvamos al principio, a preguntarnos cómo se generó este desquicio. Ocurrió
que durante años, enormes masas de ahorro, generadas en las economías más prósperas,
se esparcieron por algunas regiones del mundo en busca de colocaciones rentables. Los
administradores de fondos en Estados Unidos y Europa occidental se peleaban por atraer
ahorristas con el anzuelo de los rendimientos (igual que aquí las AFJP, que ahora
misteriosamente se han llamado a silencio). Si esas masas de liquidez fluían del centro
mundial hacia la periferia era porque en ésta el capital es más escaso, y por ende mejor
pago, siéndole más fácil hallar oportunidades de negocio, mucho más escasas en sus
saturados mercados superdesarrollados de origen. La globalización fue el misil
ideológico que transportó esas ojivas financieras.
La historia es conocida. Tigres y tigrecitos asiáticos fueron un imán irresistible
porque su veloz ritmo de crecimiento parecía ampliar indefinidamente la frontera de
negocios. Y aunque son países con enormes proporciones de ahorro interno, a éste se le
sumaron capitales occidentales. Hasta que en 1997 empezó a correrse la voz de que los
fondos habían sido invertidos en proyectos ruinosos, que los bancos financiaban empresas
inviables y que todo el célebre modelo asiático era una chapuza, un falso embarazo, una
burbuja. Luego se comprobó que los rusos son conversos ficticios y mafiosos, y en cuanto
a los latinoamericanos, ya se sabe que son corruptos y machistas.
Todo esto puede ser cierto. Pero igualmente cabe preguntarse qué habría pasado si los
gigantescos montos ahorrados en el casquete privilegiado del mundo no hubiesen tenido a su
disposición las oportunidades de inversión que les ofreció la periferia. ¿Adónde se
hubieran volcado? ¿Hay para ellos suficientes treasuries (bonos del Tesoro
norteamericano) y acciones de primera línea en Wall Street? Más allá de lo taimados que
sean los banqueros orientales y de la ebriedad de los rusos, parece haber más ahorros que
ocasiones de invertirlo bien y asegurarse un rédito.
El exceso de capital financiero infla las burbujas, y luego provoca su estallido al
huir en pánico. En ese caso, y como ocurre con las mangas de langostas, no se las puede
combatir en los sembradíos que arrasan sino en los parajes donde se crían. Pero hasta
para esto hay un problema político, porque las langostas suelen proliferar en un país y
saquear otros, como suelen hacer los capitales. De todas formas, los bajones bursátiles
tienen el efecto terapéutico de las sanguijuelas aplicadas sobre tejidos tumefactos,
porque eliminan gran parte del exceso. Si los norteamericanos invirtieron 100.000 millones
en las Bolsas de una región, y luego sólo pueden recuperar la mitad, habrá 50.000
millones menos de qué preocuparse.
Si el problema consiste en demasiado ahorro para relativamente escasas oportunidades de
inversión, la causa básica se llama desigualdad, por no hablar de injusticia (ya que
nadie dijo que la desigualdad no pueda ser justa en algún sentido). Desigualdad
internacional y social. Lugares donde sobra ingreso, y otros donde éste no alcanza ni
para lo elemental, y que por lo tanto no son negocio para nadie. Clases sociales que
--frase hecha-- nadan en la abundancia, y otras desnutridas. Es la razón por la que
coexisten burbujas especulativas con poblaciones enteras que mueren de hambre, la razón
por la que se invierte masivamente en algunos países y casi nada en otros, o en ciertas
regiones de un país en detrimento de otras (Puerto Madero vs. Formosa, por ejemplo).
Si los sistemas económicos fueran más equitativos, y menos profundos los desniveles
internacionales, habría más oportunidades de inversión. Hoy existen regiones íntegras,
como el Africa, que salvo excepcionalmente no cuentan para los inversores, y por eso
están ausentes de las crónicas sobre la crisis financiera. La pregunta es si el
capitalismo de mercado puede generar un mundo con menos disparidades, y si puede ayudar a
que en las economías periféricas haya un reparto más equitativo del ingreso,
restituyéndole al Estado su función redistributiva.
La reacción más fácil y superficial, que ya están adoptando países como Malasia y
Hong Kong, es restringir el movimiento de capitales, mientras el Fondo Monetario insiste
en pretender, como condición para su asistencia, que los países se expongan indefensos a
los embates de la especulación. La teoría es conocida: si una economía tiene
fundamentos sanos (equilibrio fiscal, política monetaria prudente, y superávit o
déficit moderado en su comercio exterior), los especuladores no la atacarán, y si lo
hacen perderán la batalla. Es como la lucha entre un animal y los microbios. Pero esa
teoría quedó seriamente averiada por la crisis asiática, que se propagó a pesar de los
"fundamentos sanos".
Por ahora, nadie ofrece una explicación alternativa, capaz de aclarar por qué se
despeñó el sueño de la prosperidad permanente (es decir, la suba ilimitada del Dow
Jones) que los fundamentalistas del mercado atribuían, hasta pocos meses atrás, a las
virtudes de un sistema como el estadounidense, en oposición a cualquier otra variante de
capitalismo, incluyendo la europea, que conserva restos de socialdemocracia. Pero ahora
que se dio vuelta la taba y hasta el dólar se viene cayendo, los analistas
norteamericanos tratan de consolarse afirmando que Estados Unidos sufrirá una versión
leve de la crisis porque su economía, menos abierta que otras (es decir, con un comercio
exterior menos significativo como proporción de su Producto Bruto), está menos expuesta.
Irrita que lo piensen y que lo digan los mismos que glorificaron la globalización. Ahora
ven como un punto a favor estar menos globalizados que otros.
Para terminar, una nota de (relativo) optimismo. Si las condiciones internacionales no
cambian significativamente, cuando se cierre el ciclo de esta crisis los capitales
volverán a fluir hacia la periferia en busca de negocios, como lo hicieron después de
cataclismos anteriores, como los liderados por México (en 1982 y en 1994). El precio de
los activos tornará a subir, y el optimismo se realimentará. Los ideólogos del mercado
esplenderán de nuevo. |