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CHOQUES CUERPO A CUERPO Y 200 DETENIDOS EN LOS 25 AÑOS DEL GOLPE
Bodas de plata, ira y sangre

Ayer fue el último día que el aniversario del golpe es feriado en Chile. Pero rápidamente se convirtió en una enorme batalla urbana, que el enviado de Página/12 relata desde el escenario de los hechos.

A la espera: Con el primer proyectil incendiario, se rompió el cerco policial y salieron desde atrás los carros hidrantes, apoyados por los gases lacrimógenos.

Una pinochetista besa el retrato de su héroe ayer.
Fue en una marcha en el centro de una ciudad dividida.

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Por Pablo Rodríguez desde Santiago

t.gif (862 bytes) "¿Dónde está la tumba?". "Es aquí mismo. Tenemos que bajar". Bajo una lluvia tenue pero persistente, la madre y su hijo, que por primera vez asistían a la marcha de todos los 11 de setiembre desde el centro de Santiago hasta la tumba de Salvador Allende Gossens, descendieron para arrojarle una flor a través de la reja al lugar donde descansa el ex presidente chileno, que ya aparecía cubierto de claveles rojos. Más tarde, mientras permanecían frente al monumento que recuerda a los desaparecidos dentro del cementerio, un hombre grande le indicó a un muchacho de 15 años cómo usar la sal y el limón cerca de los ojos para contrarrestar los efectos de los gases lacrimógenos que llovían desde afuera. Estas son las costumbres que "se transmiten de generación a generación" en el Chile del senador vitalicio Augusto Pinochet. Hubo cerca de 200 detenidos, y piedras, gases lacrimógenos y carros hidrantes cruzaron la ciudad en las "bodas de plata, bodas de sangre" (como rezaba un graffiti con la pintura aún fresca) del golpe militar y de la muerte de Allende.

"Si este pueblo fuera más valiente, arremeteríamos contra los pacos (carabineros) y ya, pué", protestaba un joven en la Plaza Los Héroes, ubicada a tres cuadras del Palacio Presidencial La Moneda y punto de encuentro para marchar hacia el cementerio. Pero la idea parecía un tanto arriesgada: los carabineros habían dispuesto un doble vallado, incluyendo camionetas de traslado rápido y carros hidrantes, en dos cuadras a la redonda de la sede del gobierno. Los partidos de izquierda y diversos organismos de derechos humanos trataron en varias ocasiones de obtener un permiso para pasar por Morandé 80, la entrada habitual de La Moneda elegida por Allende, pero la intendencia de Santiago no otorgó la autorización. Algunos dirigentes señalaron que iban a tratar de pasar de todos modos, pero con semejante custodia el intento estaba destinado a terminar en masacre.

A las 11, en la esquina de la Alameda Bernardo O'Higgins y San Ignacio de Loyola se respiraban los aprestos de una batalla cuerpo a cuerpo: las columnas de gente se fueron reuniendo cerca del vallado y los carabineros se juntaron en varios pelotones. Con el primer lanzamiento de un proyectil incendiario, se rompió el cerco policial y salieron desde atrás los carros hidrantes, apoyados por el lanzamiento de varios gases lacrimógenos. El único refugio seguro fue una estación de ómnibus, a la vuelta de la plaza, donde unos chicos al fondo se entretenían en los videojuegos. El mismo guardia de seguridad de la estación abrió las puertas y les recomendaba a los que entraban dónde y cómo ubicarse para que los gases lacrimógenos no penetraran tanto. La manifestación se dispersó en varias cuadras y los carabineros se llevaron la primera gran tanda de detenidos.

A partir de ese momento se organizaron varias columnas para caminar las 25 cuadras que separan al Cementerio General de Santiago del centro. Sin embargo, la "diáspora" continuó: a pesar de alejarse de La Moneda, los manifestantes encontraban que a 100 metros de cada esquina por la que pasaban había un nuevo vallado de carabineros. Algunos se alteraban, lanzaban piedras a pesar de que los demás les pedían calma, y la represión posterior llevaba a más corridas. Finalmente, todos convergieron la estación de metro Calicanto, frente al Centro Cultural Mapocho y al lado del río del mismo nombre. Allí permanecieron durante media hora las 3000 personas que se habían reunido en Plaza Los Héroes; la mayoría de ellas no llegaban a los 30 años. O sea, no habían vivido el golpe. Como resumía un hombre de unos 50 años en una calle desierta, cerca de La Moneda y del lado opuesto al de la manifestación, "yo ya no voy, ni tampoco llevo a mis hijos, porque siempre es la misma historia: hay represión, hay que correr y a veces hasta te comes los palos tú mismo".

El camino hacia el acceso principal del cementerio, que es como la Chacarita de Santiago pero lo llaman "cementerio de la Recoleta" por el barrio en el que está ubicado --que, para seguir con las paradojas, es una zona de casas humildes--, fue relativamente tranquilo. El primer gran grupo de gente se reunió en el monumento que recuerda a los "ejecutados políticos", según reza allí, cerca de la entrada. Al lado de un gran círculo que contiene a cuatro piedras sobre las que están talladas otras tantas caras de mujer, un monolito de mármol de 20 metros por cinco lleva tallados los nombres de aproximadamente 2300 desaparecidos, y en lo alto, con letras grandes, una frase de Raúl Zurita: "Todo mi amor está aquí y se ha quedado: pegado a las rocas, al mar, a las montañas". Debajo del mármol, todo el mundo dejaba claveles rojos sobre las piedras que lo sostenían, mientras los más grandes en edad señalaban un apellido y repetían "mira, ahí está".

En el camino hacia la tumba de Allende estaba uno de los lugares que olían a violencia: el mausoleo de la familia Pinochet, cubierto completamente por una lona negra. Detrás, asomaban los carabineros. Luego se llegó al monumento perteneciente a la familia Allende Bussi, compuesto por cuatro bloques de cemento de diez metros de alto. Por dos pequeñas escaleras, la gente iba subiendo y bajando para rendirle homenaje a Allende. Dos hombres, sentados frente a la tumba y con sendas guitarras, hacían de orquestación a los muchos cánticos, casi gritados, que le dedicó la gente al presidente fallecido. Pero no era lo único que se escuchaba.

Desde varios lugares, ya estaban sonando los disparos y los gritos de la gente. Los dos grandes focos fueron la entrada del mausoleo de los Pinochet, la entrada principal y las cercanías de la tumba de Jaime Guzmán, mano derecha del ex dictador. Durante media hora, no había lugar hacia el cual escapar: los gases lacrimógenos caían incluso desde fuera del cementerio y los carabineros comenzaron a hacer vallados en la entrada principal. La gente se prestaba los limones y la sal, y cuando todo se estaba diluyendo, los camiones policiales se fueron llevando a los detenidos. En el centro de Santiago, grupos de diez carabineros seguían poniendo cercos en las esquinas donde ya no pasaba nada ni nadie. En el silencio de ese desierto mojado, todavía algunas sirenas siguieron ululando.

 

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