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Por Fernando D'Addario desde La Habana Es probable que el meneo lascivo de esa mulata que baila y vive al ritmo de los Van Van desnude tanto el universo de la Cuba actual como pueden hacerlo la fineza musical del pianista del grupo, o el gorrito rapper de uno de los cantantes, o la estética de los años 50 que envuelve al hotel Havana Libre, donde incendian el ambiente con su infernal maquinaria salsera. La postal setentista (ochentista para los argentinos) del trovador cubano comprometido y austero, se destiñe frente a una realidad sociocultural mucho más compleja, que se nutre al mismo tiempo de alegría existencial y estrechez económica cotidiana, de un cubanismo cada vez más orgulloso y una apertura creciente que absorbe lo mejor y lo peor de las influencias externas. El imaginario del cubano de fin de siglo se define echando una simple mirada a lo que ocurre arriba y abajo del escenario: una especie de Benny Briscoe caribeño se encarga de que todo esté en orden, que nadie se pase de sabrosura, y evidentemente tiene con qué. La banda está tocando "Esto te pone la cabeza mala", uno de los últimos hits de la timba cubana. El director de la banda, Juan Formell, es músico autodidacta, pero su apostura parece remitir a un doctor en filosofía egresado de Oxford. Pedrito, uno de los cantantes, luce gorro, pañuelo, cadenas, anillos y anteojos dorados, suscribiendo con énfasis el estereotipo del caribeño que no se caracteriza precisamente por su sobriedad. A su lado Marito, el winner entre las mulaticas habaneras. Besa a tres mujeres en el transcurso de un minuto, tiene dreadlocks y una vestimenta propia de rapper neoyorquino que pasa sus vacaciones en Miami. El cóctel es explosivo: la timba, una derivación del son que por su dureza tímbrica y complejidad armónica se despega de la salsa más light patentada por el imperio Fania en Nueva York, contagia a la gente hasta un punto en que parece condenarla a un estado de trance. Hace unos meses conmovieron al público argentino, y a partir del 9 de octubre en La Trastienda volverán a hacerlo. Pero no es lo mismo. La aproximación del argentino a la salsa es indudablemente menos visceral, incluye ingredientes de snobismo y tiene un grado de compromiso similar al que lo une con el flamenco y el tango. El cubano siente la salsa como parte integrante de su cuerpo. "A mí me gustan muchas músicas distintas --apunta Formell en conversación con Página/12-- pero cuando se trata de escribir para Van Van lo fundamental es que la gente baile. Puedes cantar 'La Internacional', pero si la gente la baila. Aquí, si el público no mueve el culo, la orquesta desaparece al día siguiente." Formell dice luego algo que quizá pueda herir alguna susceptibilidad criolla: "Las grandes potencias americanas en materia musical son Cuba, Estados Unidos y Brasil. Y no hay que olvidarse de que la música de esos tres países está atravesada por el mismo origen: Africa". Es cierto. Pero en el caso cubano, la mixtura de influencias y condicionantes es aún más rica que en las otras dos potencias musicales "afroamericanas". Sólo hace falta hurgar en la historia misma de los Van Van. Formell y Elio Revé pusieron de moda, hace más de treinta años, un híbrido al que llamaron changüi-shake, mezcla de los ritmos del oriente de Cuba con el shake de los 60. Luego Formell hiló más fino y con los Van Van sacudió la escena cubana con el ritmo songo (fusión del son, lo yoruba y el pop de los 60, porque Africa estaba presente, pero los temidos Beatles también). El panorama actual de la música cubana reconoce variables que resultan subsidiarias de factores económicos y educacionales. Los sectores más populares mueren con la salsa. Van Van, Paulito FG, NG La Banda, Manolín el Médico de la Salsa e Isaac Delgado son sus referentes. Cada uno con sus características, que retratan a su vez diversos espacios de la realidad cubana: los Van Van representan la leyenda, y son indiscutibles. Es Cuba a través de los años. Paulito FG es el héroe de las adolescentes, y recientemente debió afrontar una denuncia por drogas, que le hizo grabar un disco llamado Con la conciencia tranquila. NG La Banda son los más duros de todos. Manolín es el más light. Tiene un tema llamado "Que le llegue mi mano (mami... ya tengo amigos en Miami)". Todo dicho. La penetración cultural del capitalismo (en Cuba todavía se habla en estos términos) se corrobora de modo casi inconsciente en la vida cotidiana de los cubanos, cada vez que el dólar (vía turismo) empieza a ser un objeto de deseo. Pero la música es la válvula de escape de estos síntomas. Las improvisaciones de la timba le dejan espacio al rap, y no es casual que Pedrito, uno de los cantantes de los Van Van, luzca una remera de los Chicago Bulls. Los más dogmáticos se asustan, pero Formell relativiza: "El músico cubano no está americanizado. Está informalizado. Ya no se usa 'uniforme' para tocar salsa o timba. Cada uno se viste como le da la gana. Y las influencias de otros géneros existen. Cualquiera que escuche a los Van Van puede darse cuenta de que incorpora la fuerza del rock". Quienes conocen los vaivenes de la historia musical cubana saben que todos los aportes son enriquecedores. Recuerdan que en la década del 40 las aproximaciones entre el compositor cubano Chano Pozo y el trompetista Dizzy Gillespie hicieron que se hablara del cubop. Y antes, George Gershwin había quedado tan fascinado con su visita a La Habana que cuando llegó a New York estrenó su Obertura Cubana. La caída del bloque soviético ayudó a descomprimir el carácter unidireccional que pretendía dársele a la música cubana. Y favoreció un proceso que llevó a reivindicar la riquísima tradición cubana prerrevolucionaria. Aunque no haya que desdeñar cierta especulación turística (sólo hay que ir al Havana Café o al hotel Riviera para encontrarse con la Cuba de Fulgencio Batista), se produjo también un rescate de la cubanía, que se verifica, por ejemplo, en el éxito que vuelven a tener la trova tradicional, el bolero, el filin (género por el que pasó el primer Milanés), músicos como Sindo Garay, Miguel Matamoros, Alberto Villalón, Compay Segundo, Bola de Nieve, Rita Montaner, Benny Moré y tantos otros. Claro que ese cubanismo también era producto de mixturas, invasiones culturales, inmigraciones guajiras, haitianas y francesas, la cultura del cabaret y el turismo. Cuentan que en 1933, cuando llegaron las películas de Carlos Gardel, el tango se puso tan de moda que, en pleno verano, los cubanos empezaron a usar sombrero y traje, imitando a los compadritos del arrabal porteño. Hoy lucen remeras de los Chicago Bulls. Y siguen bailando al ritmo de los Van Van.
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