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Por Cristian Alarcón Antes de perder a su hijo era una mujer tan callada como la religiosa a la que se le impone el voto de silencio. El entrenamiento de los últimos tres años le dio palabras. Antes nunca pensó que debería entrevistarse con tantos, envolverse de expedientes, entender el lenguaje judicial, saber clasificar instituciones. Cristina del Carmen Latina es una mujer tucumana de 25 años que trabaja en los grupos de limpieza urbana del gobierno bonaerense y gana 200 pesos por mes. Está muy lejos de la ductilidad rubia y azul de Gabriela Oswald. Mucho más de la hija del diplomático argentino que pelea para recuperar a sus tres niños raptados por su marido jordano. Hace tres años que Cristina inició una causa por la restitución de su hijo, en poder de un matrimonio chileno, producto de una historia compleja donde se vislumbra la sombra del tráfico de chicos. Un tribunal de familia argentino sentenció que el nene debe ser devuelto. La Corte Suprema de Chile entendió lo contrario, pasando por encima de un pacto internacional. Pero ella sigue la pelea legal, piensa avanzar por sobre las vallas. Nació y fue criada en Lules, un pueblo a una hora y media de San Miguel de Tucumán con 25 mil habitantes. Allí la información sobre los demás es profusa. "Si una queda embarazada soltera, esto de dar un chico no es nada raro. Conozco muchas que lo han hecho, la mayoría medio obligadas porque las familias son las que los ubican", dice Latina, aferrada a la foto de ese nene morocho, rodeado de juguetes comprados por su familia de Colina, cerca de Santiago. Le costó los últimos tres años conseguir esa imagen. Porque durante todo ese tiempo, desde el parto en el Hospital de Moreno, hasta abril, Latina sólo tuvo la idea del recién nacido. "Cuando empecé a pelearlo me mandaban amenazas, me decían que si seguía adelante lo iba a ver, pero muerto. Estos años fueron duros porque tenía para mí solamente esa carita que me daba fuerza. Yo quería acabar con esa angustia tremenda. Me decía, si no lo recupero voy a vivir con esto toda la vida. El Día de la madre, el Día del niño, su cumpleaños, todos esos días yo lo soñaba". El hijo soñado comenzó por un amorío con el hombre erróneo, en el pueblo. Era el verano de 1995. Duró menos que el estío. Supo que estaba embarazada en febrero, fue suficiente para no volver a verlo. La familia fijó su posición. Debía irse de Lules, lejos. El destino fue Moreno, allí vivía una tía que se iba a encargar. En la casa de la pariente duró poco. "Desde el primer día me dijeron que había que darlo, que yo era muy joven, que me deshiciera de él, pero que lo tenga". Cristina dice que no tenía capacidad de reacción, mucho menos cuando la panza se empezó a notar. La ubicaron en la casa de una amiga de la familia, la remisera Nancy Poblete. Allí pasó los días de la gestación. Su tía le llevaba comida. Poblete trabajaba, sólo la veía por las noches.
Oculta y supervisada Tres meses antes del parto apareció en escena la mujer que hoy oficia de mamá de Hernán. Carmen Vega de Rubilar llegó amable y fue clara desde el principio. Daba por supuesto que el chico que esperaba esa morocha cabizbaja sería suyo. "Te lo vamos a dejar ver, vas a viajar a Chile, nosotros te vamos a pagar los pasajes y lo vas a ver", dice Cristina que le repetía la mujer en sus visitas. Mientras tanto, ella tenía que permanecer oculta. "Nadie tenía que saber que estaba embarazada, porque si después salía sin mi hijo alguien podía preguntar qué pasó. Estaba encerrada". Dos meses antes del parto llegó quien después aparecería en los papeles como el padre del chico: Osvaldo Rubilar. El y su mujer, Carmen, empezaron a visitar a Cristina Latina en la casa de la remisera. Supervisaban la gestación; nada fallaría en esa espera de tres. "Todo se puso peor. Me presionaban entre los dos. Todo el tiempo decían que como yo no tenía nada era mejor que ellos lo críen, que igual yo lo iba a ver. Querían saber todo lo de los controles con el médico, ver las ecografías, los análisis". La persistencia de los Rubilar la acompañó hasta el 10 de junio. Ese día a las siete de la tarde sintió las contracciones. Nancy Poblete la llevó en su remís a la maternidad de Moreno. A las 22.05 nació su hijo. Lo llamó Hernán Arnaldo. Durante dos días el nene llevó su apellido. Así figura en el certificado de nacimiento. Pero al tercero la pareja Rubilar se llevó el bebé. "Yo estaba confundida, no tenía dinero, no tenía comida para darle, mi tía insistía que con él no podía tenerme en su casa". Cristina se recuperó del parto y decidió recuperar al chico. Fue a buscarlo. Dice que discutió fuerte con Rubilar. Pero que aunque la insultaban le dieron al chico. Cuando llegó a la casa familiar, la echaron. "Con guachos no te queremos, te venimos diciendo que lo regales, para algo le conseguimos padres", dice que le dijeron. "Llovía, era invierno, no tenía dónde ir, no sabía, él lloraba. Se lo llevé a ellos. Pensé que por lo menos le iban a dar de comer. Me juraron que lo podría ver". A los nueve días Rubilar fue con Latina al registro civil. Lo anotaron como su hijo biológico. Pasó a ser Hernán Rubilar. Después ella firmó una autorización para que el nene saliera del país. "Dijeron que valía por tres meses".
El encuentro En 1995 Cristina consiguió trabajo por horas limpiando, después cuidó chicos. A los tres meses, cuando golpeaba puertas en el Palacio de Tribunales de La Plata, se contactó finalmente con el abogado Ricardo Ivoskus, de la Asociación Identidad de Origen, dedicada a la investigación del tráfico de chicos. El 23 de diciembre pasado el Tribunal de Familia Nº 2 de La Plata dictaminó que Hernán debe ser devuelto a su madre. Sin embargo la Corte Suprema de Chile negó la restitución. "Después de que iniciamos el reclamo acá, Rubilar inició una causa por la tenencia en Chile. Ellos debían devolver al niño porque ambos países firmaron el pacto sobre restitución del Tratado de La Haya. Están violando un pacto internacional", sostiene el abogado Ivoskus (ver aparte). Fue recién el 22 de abril pasado cuando Cristina Latina pudo reencontrarse con Hernán. La jueza a cargo del caso en Chile, María Angélica Grimberg, accedió a otorgarle una visita. "No he podido verlo crecer. Ahora ya está grandecito. Fue muy terrible encontrarme con él y controlarme. Me senté, me acerqué, me arrodillé, le di un beso, después me senté en el comedor, estábamos con la señora que lo tiene. El jugaba por ahí, me mostró sus juguetes. En ningún momento me rechazó. Si lo tocaba, él no me sacaba la mano. Fue a su habitación, sacó un álbum de fotos y me mostró. También tiene videos hasta de los lugares donde lo llevan a pasear". La ilusión de llevarlo con ella a la plaza se le escurre. El juicio penal por un supuesto robo de la criatura está frenado por una cuestión de competencia. A nivel diplomático aún no hay novedades, a pesar de la posible violación de un pacto internacional. Ella no sabe demasiado sobre el laberinto legal en el que su hijo está inmerso, y quizás la ingenuidad le dé fuerzas para por lo menos seguir hablando, pasando por sobre las vallas con las palabras.
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