Ultimos espectros del "último 11"
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Por Pablo Rodríguez Desde Santiago
Durante la mañana del sábado, en el Cementerio General de Santiago ya no quedaban signos de la batalla campal que había ocurrido allí anteayer: no estaban las piedras, los limones y los proyectiles de los gases lanzados que tapizaban las calles internas, la lona que protegía el mausoleo de los Pinochet Hiriart había sido levantada y todos los puestos de flores estaban abiertos y bullendo de gente. Lo que sí se repitió respecto de los acontecimientos del "último 11", como llama la prensa chilena al 11 de septiembre que a partir del año que viene ya no será feriado, fueron los claveles rojos depositados en la tumba de Salvador Allende por la gente que iba llegando permanentemente hasta el mausoleo de la familia Allende Bussi. "Si no vinimos ayer fue para no exponernos a una masacre", resume María Eugenia, quien viajó desde Concepción sólo para visitar esta tumba. "'Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y en su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que mucho más temprano que tarde de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor' ¿Lo entiendes?", preguntó una mujer a un niño de siete años, luego de leerle las últimas palabras que pronunció Allende en vida, y que están talladas en un mármol ubicado en la parte superior del mausoleo. "No", le contestó su hijo, pero ella no intentó explicarle aquel día. Sólo dijo: "No importa" y ambos se fueron. Poco después, tres chicos bajaron ruidosamente una de las dos escaleras que llevan a la tumba. Uno preguntaba gritando: "¿Quién es Allende?", y otro, luego de ver un cartel que decía "Te recordamos siempre, compañero presidente", le preguntó a su papá si el presidente chileno no era Eduardo Frei. El padre le dijo "claro que sí, a Allende se lo recuerda como presidente porque él no renunció, lo mataron los milicos". Pero los más jóvenes no eran los únicos que demostraban un cierto desconocimiento: un hombre grande señaló el retrato de Ricardo Lagos, asesinado durante el régimen, y dijo "mira qué joven que estaba", confundiéndolo con el actual candidato socialista para las elecciones presidenciales del año que viene, quien por supuesto no está desaparecido. También hubo una gran cantidad de gente que espontáneamente, sin conocerse y con algunas lágrimas que comenzaban a caer detrás de los anteojos de sol (a pesar de que el cielo estuvo completamente encapotado), comenzó a recordar el día del golpe. "Mi hermana estaba por tener un chico pero no podíamos ir a ningún lado. Ya habían dado toque de queda y teníamos que ir poco menos que arrastrándonos para llegar. Le tiraban a cualquier ser que se moviera. Fue terrible", dijo Juana, con su propia hermana al lado. "Yo vivía cerca de Tomás Moro (la residencia presidencial, el Olivos chileno) y tuve que tirarme cuerpo a tierra porque los helicópteros bajaban ametrallando", recuerda Ramón. En varios de los que se acercaban al mausoleo la referencia al programa especial que emitió el viernes por la noche el Canal 7 (Televisión Nacional de Chile) parecía inevitable. "Ayer se mostraron cosas que nunca supimos, como el 'muerto el perro, muerta la leva' de Pinochet con su propia voz", agregó Francisco. "Cada vez que escucho la voz de Allende (se reprodujo el discurso pronunciado por él mientras bombardeaban La Moneda) me emociono. Estoy segura de que pasarán miles de años y la gente seguirá viniendo aquí", decía una mujer de 40 años que no quiso bajar a la tumba. En el monumento que recuerda a los desaparecidos, lugar por el que cualquier visitante debe pasar porque está justo al lado de la entrada del cementerio, los que se detenían señalaban algunos nombres de la lista. A los costados figuran algunos nichos pequeños de una veintena de personas. Ante uno de ellos, una persona de casi 35 años estaba conteniendo su llanto junto a quien parecía ser su pareja, que lo abrazaba. Y cuando ya no pudo aguantar, como si fuera una señal bastante tenebrosa, tres aviones de combate sobrevolaron el cementerio a baja altura. De lejos, sus alas triangulares y los proyectiles debajo de ellas los asemejaban a los Hunter que bombardearon La Moneda el 11 de setiembre de 1973.
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