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VICTOR JARA, LA SEGUNDA GRAN VICTIMA DEL GOLPE

El canto que logró vencer a la muerte

A 25 años de su muerte, la figura del chileno tiene la potencia del mito. La actriz británica Emma Thompson prepara un guión cinematográfico.

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Una de las últimas fotos de Víctor Jara, registrada por Mariano Sánchez Macedo en Machu Pichu.

Por Guillermo Pellegrino

t.gif (67 bytes)  Su muerte, lejos de apagar su figura, lo convirtió en leyenda. Un 14 de setiembre de 1973, su cuerpo apareció sin vida después de sufrir torturas en el estadio Chile, tres días después del golpe militar que terminó con el gobierno socialista de Salvador Allende. Pocas horas antes, el hombre que junto con los Parra, Patricio Manns, Inti Illimani y Quilapayún era uno de los principales exponentes del canto popular chileno, intentó registrar parte de ese horror en un poema cuyo último verso decía: ¡Canto qué mal me sales/ cuando tengo que cantar espanto!/ Espanto como el que vivo/ como el que muero, espanto/ De verme entre tanto y tantos/ momentos del infinito/ en que el silencio y el grito/ son las metas de este canto./ Lo que veo nunca vi,/ lo que he sentido y lo que siento/ hará brotar el momento...". En ese instante, los guardias lo fueron a buscar. Le pasó rápidamente el papelito a un compañero y éste, a su vez, lo escondió en una media. Así fue que este último poema se pudo salvar. Fue el último coletazo de su actividad creadora, la de un canto en la agonía. A partir de ese día comenzó a edificarse el mito.

El nombre de Jara, más allá de la efemérides, cobra actualidad. La actriz británica Emma Thompson tiene avanzado el primer borrador del guión de una historia de amor sobre la vida de Jara, quien será personificado por Antonio Banderas. Las canciones del cantautor volvieron a escucharse la semana pasada en Mérida, España, donde diversos artistas como Ismael Serrano, Enrique Morente y Tontxu, entre otros, participaron del festival "Voces de libertad". La retrospectiva sobre la vida de Jara tiene una fuente más que confiable en Joan Turner, su viuda, quien hace quince años se propuso preservar la memoria del artista y para ello escribió una biografía a la que llamó Víctor, un canto inconcluso.

Jara había nacido en Lonquén, un pequeño pueblo distante 80 kilómetros de Santiago. De pequeño, se interesaba por diversas ramas de la cultura y tenía mucho éxito como actor en la escuela. Un día Lonquén le quedó chico y la pobreza, grande. Optó por irse a vivir a la capital. En Santiago se encontró solo y con dudas, y así fue que en 1950 ingresó en la Orden de los redentoristas en San Bernardo, una etapa del artista que poca gente conoce. "Para mí fue una decisión muy importante ingresar en el seminario. Creo que lo hice por razones íntimas y emocionales, por la soledad y la desaparición de un mundo que hasta entonces había sido sólido y perdurable, simbolizado por un hogar y el amor de mi madre. Pensaba que ese refugio me guiaría hacia otros valores y me ayudaría a encontrar un amor diferente y más profundo que quizás compensaría la ausencia del amor humano", dijo. Poco después de dejar el seminario, lo llamaron para el servicio militar. Al terminarlo, decidió irse a Población Nogales. Allí fue donde consiguió un puesto como portero en un departamento del hospital local. Así aseguró su pan diario. Pero él estaba en otra cosa.

 

Se había olvidado de los años del seminario pero, sin embargo, había algo que aún extrañaba de ese lugar: la música. Un día vio un anuncio en un diario en el que se mencionaba unas pruebas para ingresar en el coro universitario. No dudó y se presentó. Fue aceptado como tenor e, inmediatamente, participó en la producción de Uthoff, en el teatro Municipal. Al poco tiempo, en 1954, se marchó al norte junto a unos amigos que había conocido en el coro. Fueron con un proyecto concreto: investigar sobre la música popular de la zona. Mientras cursaba el segundo año de la escuela de teatro (su otra pasión), empezó a frecuentar el café Sao Paulo, ubicado en pleno centro de Santiago. Este boliche se había convertido en lugar de reunión de muchos artistas e intelectuales. Fue allí donde Víctor conoció a Violeta Parra, abocada también a la recuperación de canciones folklóricas. Este encuentro fue fundamental para sus actividades posteriores: Violeta fue quien lo animó a no descuidar la música y a continuar con ambas actividades. Víctor respetaba mucho a Violeta y había reparado en sus consejos. En 1957 el grupo Cuncumén presentó su primer larga duración, en el que Jara cantó "Se me ha escapado un suspiro". Era la primera vez que su voz quedaba registrada en un disco. En 1958 y 1959, Violeta Parra instaló su propia fonda en el Parque Cousiño, en donde Víctor se presentó varias veces junto a Cuncumén.

 

"Cada vez me conmueve más lo que sucede a mi alrededor. La pobreza de mi propio país, de América latina y de otros países del mundo. Por todo esto y porque anhelo la paz, es que la madera y las cuerdas de una guitarra me hacen falta para desahogar algo triste o alegre", decía entonces. A pesar de su éxito en el teatro, Víctor no había perdido el contacto con sus raíces. La música popular seguía siendo parte de su vida. Las primeras canciones que compuso fueron muy personales, casi autobiográficas. En 1962, dirigió con el grupo Cuncumén la grabación de un disco que contenía música de todas las regiones de Chile y que llevó por nombre Una geografía musical de Chile. En ese álbum se incluyeron dos canciones de Víctor: "Paloma quiero contarte" y "Canción del minero". Su compromiso político fue en aumento. Compuso clásicos que denunciaban la oscura realidad en la que vivía una gran parte del pueblo chileno: "¿Quién mató a Carmencita?", "Luchín" y "Preguntas por Puerto Montt".

Fue rostro visible de la campaña que hizo la Unidad Popular para llegar al gobierno. Después del triunfo de Salvador Allende, surgieron creaciones como "Abre la ventana" y "El derecho de vivir en paz", que desnudaban cierto optimismo de cara al futuro. Desde el oficialismo, él seguía creando y luchando por ideales que no creía perdidos. Pero ese optimismo fue sólo una ilusión. Los turbulentos primeros años de la década del 70 iban a ser los últimos de su vida.

 


"No sabíamos si era noche o día"


t.gif (862 bytes) Roberto Raggi es un físico argentino que en las cruentas jornadas de septiembre del '73 residía en Chile y hoy vive en Neuquén. "Yo trabajaba en la Universidad Técnica del Estado (hoy Universidad de Santiago) de donde surgieron grupos como Quilapayún o Inti Illimani. Por allí también solía pasar Víctor Jara, vinculado con actividades artísticas. Yo no era amigo de él, pero cuando nos encontrábamos conversábamos". El día del golpe, Jara, Raggi y muchos otros se quedaron resistiendo dentro de la Universidad. "Esa noche fue terrible, el Ejército estaba apostado afuera y tiraba contra cualquier blanco que se moviese dentro. Después de unas horas reventaron la puerta a cañonazos y a todos los que estábamos nos trasladaron al estadio Chile". Allí había entre cinco y seis mil personas. Raggi recuerda el clima: "Era espantoso. Estábamos apretujados, no sabíamos si era de noche o de día. Además, vimos cómo mataron a algunas personas delante nuestro. Al quinto día, creo, lo vi a Víctor. Nos saludamos. El estaba en la cancha y yo, en las tribunas. En ese momento se rumoreaba que nos iban a trasladar al estadio Nacional. Pienso que a él todavía no lo habían reconocido. Por lo que supe, lo identificaron a la salida. Aparentemente, nunca llegó al Nacional".



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