Las coincidencias naturales
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Por Fernando D'Addario Unas pocas cuadras y un par de horas de diferencia separaron los shows que brindaron Liliana Herrero y Silvia Iriondo en la noche del viernes. Pero esa distancia geográfica y temporal --insignificante aún desde lo formal-- se diluye frente a la suma de coincidencias que marcan sus caminos folklóricos, prescindentes de la bajada de línea que históricamente ha propiciado el establishment del género. Herrero en la Sociedad de Distribuidores de Diarios, Revistas y Afines, como parte del ciclo Los viernes música organizado por Página/12, Iriondo en La Trastienda presentando su último CD Coplas para la luna, se entregaron al desarrollo de distintos matices (a veces divergentes entre sí) para refrendar, quizás inconscientemente, una manera similar de entender la música. Lo cual deja intuir, también, coincidencias en el modo de encarar la vida. Muy cerca también de ese involuntario oasis de folklore alternativo, Los Tekis y Los Alonsitos brindaban en un teatro de la avenida Corrientes dosis modestas (pero entusiastas) de lo que podría denominarse folklore oficial (¿u oficialista?) en un doble programa que es, sin dudas, subsidiario del boom de Los Nocheros --Soledad es otra cosa--, aunque con menores niveles de ventas y popularidad. Lo de Herrero e Iriondo, se sabe, constituye precisamente la antítesis de cualquier intento de oficalización cultural y masividad compulsiva. Sus intenciones, sus búsquedas, apuntan a desacralizar los estereotipos del folklore, dejándolo a salvo de tentaciones demagógicas y chauvinistas. Tentaciones que, por otra parte, no tienen mucho que ver con el folklore, sino con la especulación de algunos folkloristas y de quienes hacen el negocio con ellos. Una mirada comparativa entre los recitales concretados por las dos cantantes obliga a establecer algunas diferencias. La artista entrerriana, criada en Rosario y adoptada por la Capital Federal, continúa su camino desestructurador, navegando libremente por diversos géneros y llevando agua desde el folklore hacia el rock, y viceversa, esbozando guiños interactivos que sólo tienen al buen gusto como referente unificador. Nada menos. Suena "Mañana en el Abasto", de Sumo, y parece que siempre fue una baguala. Quizás lo haya sido. Se escucha "Cinco siglos igual", de León Gieco, y la guitarra de Diego Rolón ensaya escalas que remiten inexorablemente a Robert Fripp, pero nadie dudaría que la canción es bien de acá. Y lo mismo ocurre cuando los autores elegidos son el Cuchi Leguizamón, Raúl Carnota o el Flaco Spinetta (brillante la versión de "Plegaria para un niño dormido"). Siempre hay un pequeño espacio reservado para la sorpresa, que puede plasmarse en una vidala con sonido de fin de siglo, en una hermosísima zamba como "Si llega a ser tucumana" interpretada sólo con la guitarra de Rolón, o en una canción de Fito Páez ("Toda mi vida entera") dedicada justamente a Liliana. Iriondo, más que poner al género patas para arriba y encontrarle una mirada
"subversiva", prefiere devolverlo a su vertiente más despojada, obteniendo un
folklore fino, primitivo pero de salón. En La Trastienda, frente a un público en el que
predominaban los sacos y las corbatas y que mostraba algunos inconvenientes para dar con
el ritmo de la chacarera cuando se lo invitaba a batir palmas, Iriondo eligió un
repertorio de raíz absolutamente nativa: bailecitos anónimos, guarañas, milongas y
canciones tobas, pero sin locro, algarrobales ni piso de tierra, dejando en evidencia que
en Buenos Aires se puede aspirar a una correcta representación del folklore, pero no a su
vivencia genuina. Sustentada en una hermosa voz, y apoyada por excelentes músicos (el
guitarrista Quique Sinesi, llegado especialmente desde Alemania, y Carlos Aguirre en piano
y arreglos) y el ballet de Beatriz Durante invitado para la ocasión, Iriondo eligió el
camino de la austeridad sonora, lo cual no debe interpretarse como precariedad artística.
La utilización de sartenes como herramienta percusiva, o el uso de un barril con canto
rodado para lograr un sonido afín al imaginario aborigen, se inscribe en este contexto.
Cabe, de todos modos, una mención especial para "Los Hermanos", la milonga de
Yupanqui. En definitiva, dos conciertos con matices diferentes, pero que encuentran
coincidencias naturales cada vez que le dicen no a los clichés, cada vez que interrogan a
la música y eligen, entonces, desnudarla o saturarla, buscarle alquimias con destino
incierto o llevarla a su punto de origen. Un folklore que no es nuevo, pero sí distinto. |