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Con los brazos en alto, en el borde de la cancha, casi pegado al juez de línea y a los
jugadores José Pereda y Ariel Rosada, a quienes les daba indicaciones --porque estaban a
punto de entrar en juego para frenar el aluvión cordobés y mantener el empate--, Carlos
Bianchi festejó con una desmesura guerrera el golazo de Guillermo Barros Schelotto que le
devolvió a Boca la victoria. Esa escena, que se repitió unos minutos después cuando
llegó, de rebote, el segundo de Palermo y el cuarto del equipo, fue como una síntesis
estética de lo que significaba para Boca esta victoria de visitante, y de lo difícil que
hubiese sido para el plantel volverse a Buenos Aires con un empate y con la punta
compartida. Más allá de los tres puntos, este partido le ha dejado a Boca un gusto a algo más. Después de tantos fallidos, el equipo se encontró con esa bisagra diferenciadora y característica que tienen los equipos que prometen un título: la suerte. No porque no haya merecido la victoria que, sin dudas, mereció, sino porque en otro contexto, quizá bajo otra conducción, el equipo no hubiera podido reaccionar ante el empate fugaz y aleccionador de Belgrano, justo en el momento en el que los cordobeses parecían liquidados. Boca sostuvo siempre una leve diferencia e hizo bien los deberes en todas las líneas, pero sin brillar en toda la tarde. El castigado arquero Oscar Córdoba, pese a los dos goles, ganó varias pelotas difíciles y se mostró seguro en todo lo que de él dependió. La ausencia de Walter Samuel, Rodolfo Arruabarruena y Jorge Bermúdez, se sintió pero quizá sólo como algo anecdótico porque a fin de cuentas Fernando Ortiz, Christian Traverso y Aníbal Matellán --esa extraña combinación de apuro-- trató con respeto la pelota y marcó con seguridad, restando las alternativas ofensivas de Sosa y Enría y del propio Villarreal con sus refinadas proyecciones. En el medio, el Chicho Serna le ganó siempre a Avalos, aunque no anduvo bien a la hora de entregar los pases, Juan Román Riquelme no participó demasiado del movimiento de la pelota pero sus centros en los tiros libres --fabricados en su mayoría con picardía marca Schelotto-- fueron una gran ayuda, justo en el momento en el que los dos puntas xeneizes no alcanzaban a cubrir los pelotazos que le surtían desde el fondo. Después del 2 a 0 Boca no pudo asegurar el partido y tras una insistencia casi infinita, que le costó la poca recuperación y relevo de los volantes, perdió el control del balón y dejó abiertas las puertas al contragolpe de los locales. La entrada de Artime fue decisiva para el empate de Belgrano que, en unos pocos minutos, pasó de la tragedia a la comedia (y de la comedia a la tragedia). El equipo de Bianchi por primera vez comenzó a ser superado con claridad y el propio entrenador se imaginó lo peor. Por eso, para recuperar el juego en el medio y cuidar, valga la paradoja, el medio resultado, Bianchi ordenó la entrada de Pereda y Rosada. Y entonces apareció esa suerte, casi sin darse cuenta Boca encontró el tercer gol, la punta para desangrar la animosidad de los cordobeses. Bianchi levantó los brazos, gritó, hizo los cambios..., y llegó el cuarto, la estocada final. Más allá de lo bueno y más allá de lo malo.
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