Sexo, mentiras y perjurio
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Por Jonathan Freedland Desde Washington El informe de Starr de 445 páginas es por demás explícito. "Durante muchos de sus encuentros sexuales, el presidente se paraba apoyándose contra el marco de la puerta del baño del estudio, lo que, según le dijo a Lewinsky, le aliviaba el dolor de espalda." Detalles así están circulando ahora por el torrente sanguíneo norteamericano, mientras la oposición republicana piensa si conviene empezar la destitución, o dejar que la imagen de Clinton y de los demócratas se desgaste. Más detalles: el manejo de las braguetas presidenciales (a Monica le resultaban difíciles de bajar); el temor de Clinton a la vejez y la incontinencia ("¿Qué vas a hacer cuando tenga 75 años y tenga que mear 25 veces al día?", le preguntó), y el comentario del presidente sobre el sexo oral (después de una sesión, le dijo a la joven pasante que "no había hecho eso desde hacía mucho tiempo"). Durante el fin de semana, los norteamericanos se sintieron como el personaje de Uma Thurman en Pulp Fiction, declarando colectivamente que escucharon "demasiada información". Porque se están enterando de más cosas que de las preferencias sexuales de su presidente. Están descubriendo finalmente quién es realmente Bill Clinton. Y lo que ven no les gusta. "La imagen que surge ahora de Clinton es la de un hombre de mediana edad con una patética incapacidad para controlar sus fantasías sexuales", opinó el Los Angeles Times. Hasta ahora, dijo el liberal New York Times, "ningún ciudadano había captado la totalidad de la mentira del presidente Clinton o la magnitud de su imprudencia". No es sólo el hecho de un affaire adúltero lo que les causa náuseas a los norteamericanos. Los mismos detalles son los que están volcando contra el presidente a los formadores de opinión y a otros. Un ejemplo. El informe revela que después de varios encuentros íntimos, Lewinsky se sintió obligada a presentarse a sí misma nuevamente ante Clinton, temerosa de que él hubiera olvidado su nombre. Los norteamericanos se preguntan: ¿qué clase de hombre es éste? Pero lo que produce la mayor repugnancia es el modelo de engaño que el informe Starr deja al desnudo. En la página 242 del informe, se narra una conversación entre Clinton y uno de sus principales asesores de imagen, Sidney Blumenthal, que tuvo lugar alrededor de enero, cuando las acusaciones de Lewinsky se hicieron públicas. El presidente le dice a Blumenthal que no existía una relación y que la pasante lo había buscado. En unas pocas frases, Clinton miente, difama a una joven a la que utilizó para su gratificación sexual y luego se regodea en la autocompasión. "Quizás (el presidente) sea moralmente más joven que la pasante", sugirió el columnista conservador George Will, añadiendo que las ofensas de Clinton eran tan sórdidas que éste apenas merecía la poderosa maquinaria del juicio político. Los abogados de Clinton se multiplicaron para aparecer en los talk shows y afirmar que, aunque su cliente había hecho declaraciones engañosas bajo juramento, algunas hasta podrían considerarse falso testimonio, pero ninguna perjurio. Los televidentes contemplaron el espectáculo surrealista de hombres bien trajeados que argumentaban --con caras muy serias-- que recibir sexo oral no es sexo y que es perfectamente posible que Lewinsky recordara cómo sus pechos eran acariciados y sus genitales estimulados hasta el orgasmo y que el presidente no recordara nada de eso y que los dos estuvieran diciendo la verdad. Clinton es el mismo hombre que negó un affaire de 12 años con Gennifer Flowers, porque el affaire no duró exactamente 12 años; el que describió a Flowers como "una mujer con la que nunca dormí", porque literalmente nunca se quedó dormido con ella. Los políticos están conteniendo el fuego. Algunos dicen que necesitarán meses para sopesar la evidencia antes de tomar su decisión salomónica. Pero los más sinceros admiten que tiene que palpar la sensación nacional primero, y todavía está tremendamente dividida. No de la manera habitual, cuando se forman dos campos firmes, como sucedió en el juicio de O. J. Simpson. Esta vez los individuos mismos están desgarrados en dos: repugnados por la conducta del presidente, pero renuentes a creer que tienen que dar vuelta el resultado de las elecciones.
Traducción: Celita Doyhambéhère |