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Mientras prometía pagar los salarios atrasados, el nuevo premier ruso Yevgueni Primakov entregó la economía a una troika de comunistas y centroizquierdistas. Sus flamantes economistas le aconsejaron centrarse en la recuperación de la industria interna, en estabilizar el rublo y sobre todo en compensar a los ciudadanos por el aumento de los precios. El presidente ruso Boris Yeltsin respaldó con entusiasmo las medidas, que constituyen un repliegue de la terapia de shock liberal que él mismo contribuyó a aplicar a comienzos de la década del 90. El centrista Alexander Chojin aceptó el cargo de viceprimer ministro encargado de Finanzas. Ayer el rublo volvió a caer, y los rusos volvieron a correr a comprar dólares. La inflación es inevitable, dijo Tom Adshead, representante en Moscú de la firma de inversiones Grupo Financiero Unido. Pero, con suerte, servirá para que la gente no vote por los comunistas en las próximas legislativas, añadió. El FMI vinculó su más reciente macrocrédito de 22.600 millones de dólares al estricto programa de austeridad introducido por el gobierno del ex primer ministro Serguei Kiriyenko. Los Estados acreedores occidentales, encabezados por Alemania, han aclarado que más apoyo para Rusia depende de que continúen las reformas de mercado. Uno de los puntos básicos de las demandas del FMI es la reforma tributaria, que permita al Estado ruso una adecuada recaudación de impuestos. Primakov reiteró que liquidar el atraso de los pagos de pensiones y salarios será su prioridad, pero no a costa de la hiperinflación. Hasta el pasado 1º de agosto, el Estado ruso les debía a sus centenares de miles de empleados 12.000 millones de dólares. Después de años de promesas incumplidas y de bolsillos vacíos, la población está harta, estimó la Federación Rusa de Sindicatos Independientes. Las medidas extraordinarias prometidas por Primakov para pagar cuanto antes la deuda no convencen en lo más mínimo a los asalariados, que concentran sus esfuerzos en la gran manifestación nacional prevista para el 7 de octubre, y cuya organización minuciosa es el orgullo y la única propuesta concreta del líder comunista Guennadi Ziuganov. En Moscú, en pleno centro de la capital, 200 mineros y empleados del Estado acampan desde hace más de tres meses ante la sede del gobierno ruso. El ministro del Interior ruso, Serguei Stepashin, descartó un estallido social por la crisis. Como habrán podido observar, no hubo en Rusia disturbios como los de Albania, y mucho menos como los de Indonesia, y no los habrá en el futuro, prometió ayer. Las fuerzas especiales no esperan realizar ninguna acción para la gran marcha del 7 de octubre. Entre tanto, los rusos que los tienen siguen cambiando sus rublos, y comprando provisiones. Los inversores extranjeros temen los disturbios internos producidos por el impacto de la crisis sobre la población de un país dueño de armas nucleares. El jefe del Banco Central ruso, Viktor Gueraschenko, se manifestó ayer nuevamente a favor de emitir billetes para salir de la crisis económica y financiera. En Rusia hay una falta de dinero catastrófica. No podemos salir adelante sin emitir, aseguró, aunque previno que la emisión de billetes será analizada con representantes del FMI. Pero el FMI no entregó ayer la cuota de 4300 millones de dólares, porque las medidas que se auguran no prometen ni controlar la inflación ni una política de ahorro más dura. Al aceptar el cargo de viceprimer ministro encargado de Finanzas, el centrista Alexander Chojin se ubicó en un lugar clave para solucionar la crisis. Chojin es un dirigente del partido Nuestra Casa Rusia que preside el ex primer ministro Viktor Chernomyrdin, de la oligarquía favorecida por las privatizaciones. Está claro que las técnicas monetaristas clásicas ya no funcionan más, dijo ayer Chojin. Su superior Chernomyrdin había preconizado imprimir durante tres meses para pagar los atrasos.
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