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“Escrito en el agua”: la adolescencia en cuestión

Partiendo de una historia pequeña y argentina, el opus dos del boliviano Marcos Loayza –“Cuestión de fe”– se destaca por su infrecuente sencillez.

Mariano Bertolini afronta con éxito su primer protagónico en cine.
A diferencia de otros intentos, su papel adolescente es creíble.

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ESCRITO EN EL AGUA
Argentina, 1998.
Dirección y guión: Marcos Loayza.
Historia original: José Adolfo Ciancaglini y Beatriz Torre Nilsson.
Fotografía: Wili Behnisch.
Edición: Nelson Rodríguez.
Música: Oscar García.
Intérpretes: Jorge Marrale, Marcos Woinski, Noemí Frenkel, Mariano Bertolini, Luciana González Costa, Daniel DiGiulio y Julieta Novarro.
Estreno de hoy en los cines Atlas Santa Fe 2, Tita Merello, Gaumont, Belgrano, Rivera Indarte y Boulevard Adrogué.


Por Martín Pérez

t.gif (67 bytes) La computadora es su refugio, las fotos que saca su madre son su contacto con el mundo, la mesa familiar su máxima reunión social. Manuel es un joven de sonrisa franca y ojos limpios, callado y tímido, que pelea en su casa con su padre y su hermana por usar el teléfono para poder conectarse a Internet. Su familia es normal: su padre y su madre utilizan la resignada frase “vos siempre tenés razón” para comunicarse, con su hermana se relaciona por medio de insultos, y su rebeldía apenas llega al desplante de encerrarse en su pieza a escuchar música. “Vida de armario”, como la definirá su abuelo más adelante. “¿Vivirías en el campo?”, le pregunta Manuel a su padre (de profesión ingeniero) en una sobremesa. “Si pagan bien, ¿por qué no?”, es la respuesta desinteresada a una pregunta que se pretendía más importante. Es que todo (y nada) es importante para Manuel a su edad, ese indefinido momento del final de una adolescencia sin estridencias. Ese prólogo ciudadano termina cuando Manuel debe acompañar a su padre Marcelo al campo. Allí, el ingeniero deberá enfrentar los problemas de su fábrica, y Manuel compartirá computadora, ajedrez y paseos con su abuelo. Tres generaciones juntas, pero sólo una con todas las decisiones por tomar. Y sólo una excursión al campo para decidirse a crecer.
Marcada por citas literarias –“La lluvia es una cosa que sin dudas sucede en el pasado”, Jorge L. Borges– y una persistente y subrayada melancolía, Escrito en el agua es la segunda película del boliviano Marcos Loayza, que sorprendió a comienzos de año con el estreno porteño de su ópera prima Cuestión de fe. Fue precisamente luego de ver ese film que el productor José Adolfo Ciancaglini (yerno de Leopoldo Torre Nilsson y coautor del libro original) le ofreció a Loayza dirigir Escrito ..., a la sazón su primera película argentina y la primera por encargo. Marcado por música incidental de Jaime Roos y Los Visitantes, y cameos de más de un personaje rocker porteño, el resultado es un film tan transparente, ingenuo y sincero como la cara de su joven protagonista, el siempre sonriente Mariano Bertolini (El verano del potro y El Faro), que atraviesa vencedor el desafío de su primer protagónico.
“Alguien tiene que ser el malo de la película”, le intenta explicar Marcelo a su hijo cuando los problemas que ha ido a arreglar a su fábrica se transforman en una cuestión ética ante la mirada de Manuel. Y la frase se vuelve emblemática para un film sin malos a la vista, que busca comunicar su procesión interna aunque a veces se transforme en recurrente. Pero siempre con recursos honestos, e interpretaciones más que acertadas en los papeles claves, como los de la novia pueblerina de Manuel (la debutante Luciana Gómez Costa), su abuelo (un querible Marcos Woinski) y papá ingeniero (Jorge Marrale). La silenciosa escena final entre Marrale y Bertolini, padre e hijo comprendiéndose y acusándose en silencio, es el mejor ejemplo de la sutil mirada de Loayza, que construye su film de iniciación tan en voz baja, sin respuestas ni estridencias como la adolescencia perdida de ese joven porteño tan normal, tan distinto, y tan previsible a la vez.

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