RESCATANDO
AL SOLDADO RYAN |
(Saving Private Ryan) Estados Unidos, 1998.
Dirección: Steven Spielberg.
Guión: Robert Rodat.
Fotografía: Janusz Kaminsky.
Música: John Williams.
Intérpretes: Tom Hanks, Matt Damon, Tom Sizemore, Edward Burns, Barry Pepper, Adam
Goldberg, Jeremy Davies.
Estreno de hoy en los cines Gaumont, Metro, Atlas Santa Fe y Lavalle, Alto Palermo, Paseo
Alcorta, Cinemark Puerto Madero y Caballito, Multiplex Belgrano, Flores y otros. |
Por Luciano Monteagudo
Por dónde empezar, se
habrá preguntado Spielberg, si no por la bandera estadounidense flameando al viento,
ocupando toda la pantalla, mientras va creciendo un réquiem de acordes marciales. Fuimos
los sacrificados era el título de una película de John Ford que daba cuenta de un
episodio heroico durante la Segunda Guerra. Y Rescatando al soldado Ryan también habla de
sacrificios y de héroes y adhiere sin pudor a una de las tradiciones más
arraigadas del cine estadounidense, la del film bélico, aquel que en los años
posteriores a la contienda no dejaba de homenajear a los caídos. Claro, ha pasado casi
medio siglo desde que se hacían películas como Sangre en la nieve, de William Wellman,
que el propio Spielberg cita como una de sus fuentes de inspiración. El director de La
lista de Schindler sabe mejor que nadie que el cine ya no es el mismo y es allí donde, a
los códigos y las convenciones de ayer, le suma los recursos más actuales y un grado de
verosimilitud en las escenas bélicas que entonces era impensable.
El comienzo de Rescatando ... es particularmente chocante, quizá porque carga todas las
contradicciones del cine de Spielberg. Esa imagen chauvinista de barras y estrellas que
tiñe toda la película da pie a un breve, empalagoso prólogo en el que un veterano de
guerra llega, hoy, a la costa de Normandía y se detiene conmocionado ante una de las
miles de cruces que tapizan lo que alguna vez fue uno de los campos de batalla más
sangrientos del siglo, Omaha Beach. La cámara se acerca entonces a sus ojos y se pierde
en el abismo de su mirada, que recuerda el horror del 6 de junio de 1944, el famoso Día
D. En los 25 minutos siguientes, que dan cuenta de los primeros desembarcos
estadounidenses en playa enemiga, está no solamente el tramo capaz de redimir a soldado
Ryan de muchos de sus pecados sino también la que quizá sea una de las secuencias
bélicas más impactantes de la historia del cine. Hay una intensidad, una vehemencia
sostenida, una maestría en el montaje visual y sonoro de ese inicio, que se diría que
ése bien podría ser el trecho final y no el comienzo de un film que se extiende por casi
tres horas. Los lanchones de desembarco se sacuden con el oleaje y la cámara de Spielberg
viaja allí, junto a los soldados: es testigo de sus rezos y sus miedos y adopta su punto
de vista. Cuando las planchadas se abren, pareciera que la cámara y el
espectador también recibiera el fuego cruzado de las ametralladoras y los morteros
alemanes. La fotografía de Janusz Kaminski adquiere la textura del material de un
corresponsal de guerra, como si se hubiera propuesto poner en movimiento las imágenes que
registró in situ el legendario Robert Capa.
De esa primera media hora, que tiene una estructura coral, en la que no hay
individualidades sino cuerpos expuestos a la metralla, se desprende la figura del capitán
Miller (Tom Hanks), un oficial de infantería que ya lleva demasiado tiempo en el frente y
que cuando piensa que con la toma de la playa todo ha terminado, en realidad su calvario
recién comienza. Una orden directa de Washington le ordena rescatar a Ryan (Matt Damon),
un paracaidista que cayó tras las filas enemigas. ¿Por qué tenemos que arriesgar
ocho vidas para salvar una?, pregunta uno de los integrantes del pelotón, poniendo
en el centro de la escena la pregunta moral que mueve gran parte del film. Porque
ésa es nuestra misión, contesta Miller. El sabe que tres de los hermanos de Ryan
han muerto en combate y que el generalato no quiere que esa prototípica familia granjera
de Iowa pierda todos sus hijos, repitiendo una circunstancia histórica que abrumó al
mismísimo Abraham Lincoln. No está seguro de que esa decisión sea la correcta, pero
aprendió a ser un buen soldado.
La elección de Tom Hanks para este personaje no es fortuita. El protagonista de Forrest
Gump no encarna al superhéroe sino al hombre medio estadounidense, lo que buscaba
Spielberg, alguien con quien el espectador pudiera identificars. A su alrededor tiene el
mosaico étnico que está en los cimientos de Estados Unidos, cada uno con sus virtudes y
sus neurosis, incluido un joven oficial, pusilánime, sin experiencia previa de combate, y
en quien Spielberg dijo haberse reflejado: Así hubiera sido yo de haber estado en
guerra. Este personaje se plantea un poco como la conciencia del grupo, pero
también le sirve a Spielberg y a su guionista Robert Rodat para manipular los
sentimientos en momentos clave, allí donde la vida y la muerte no dependen de un
bombardeo anónimo.
Esta tendencia al maniqueísmo no es nueva en Spielberg, pero se diría que afecta la
media hora final de Rescatando..., cuando la película vuelve a ofrecer otra abrumadora
secuencia bélica, coronada por un epílogo que se cierra como un círculo sobre el
prólogo. Allí, entre el sonido y la furia de esa batalla definitiva, la pregunta que
parecía mover al film y que estaba también en el centro de Schindler: ¿qué
precio tiene una vida? se vuelve retórica. El patriotismo es lo contrario de la
duda, es el dogma. Y a diferencia de una película como Más allá de la gloria, de Samuel
Fuller, que en su laconismo desacralizaba la guerra, Rescatando al soldado Ryan hace suya
la estética de la inmolación, del sacrificio patriótico.
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