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Por Hilda Cabrera Del dramaturgo, actor y director Steven Berkoff se ha dicho que es áspero e imprevisible, fama que no desmintió en la entrevista que después de no pocas reticencias brindó a Página/12 en el hotel Alvear, donde se hospeda, invitado por Argentores. Esta entidad lo premió anoche como autor de Decadencia, una de las tres obras suyas estrenadas en Buenos Aires. Las restantes son Kvetch y Greek (A la griega), pieza que está representándose en el Teatro Concert, dirigida por Francisco Javier y Román Caracciolo. Ubicado en una marginalidad de lujo, puesto que a pesar de sus obras provocadoras es aceptado con distinciones en su país y fuera de él, Berkoff se enojó cuando, a propósito de Decadencia donde su sarcasmo explora en la vulgaridad y la avaricia de unos personajes de clase alta y sus servidores se le preguntó si existía alguna relación entre éstos y el momento en que fue escrita (en 1981, dos años después de la llegada de Margaret Thatcher al poder). Estoy cansado de esa asociación que hace la gente con la época, sólo porque usé una frase sobre Thatcher. La obra transcurre en un tiempo universal, aseguró. Más ácida fue su respuesta cuando se le inquirió por Hundan el Belgrano, una obra sobre la Guerra de Malvinas, en la que manifiesta su oposición a todas las guerras: Lea la obra y va a saber qué quiero decir. Sin embargo, se prestó a responder a otras crazy questions y se entusiasmó con sus propias respuestas y sobre todo con un relato sobre una puesta de Greek en París. Dijo además estar escribiendo y tener deseos de volver a la Argentina para dirigir una obra suya. Nacido en Stepney (Londres), escribió monólogos, como Dog (incluido en el espectáculo One Man), que él mismo ha interpretado, y numerosas piezas breves; montó personales versiones de Hamlet y Macbeth entre otros clásicos, e incursionó en el cine como actor: en films tan disímiles como La naranja mecánica, Barry Lindon y, entre los últimos, Rambo III. Con todo sigue siendo fiel a Shakespeare. En junio seguía representando en Londres Los villanos de Shakespeare. ¿Qué puede decir de la periódica recurrencia a los clásicos, entre ellos a Shakespeare, y qué le dicen éstos al público de hoy? Shakespeare fue el maestro del drama y se ocupaba de las ideas y las emociones de modo muy profundo. Trataba de la psiquis como un analista. Era un increíble cirujano explorando el alma humana. En el teatro moderno no se analiza al individuo en absoluto. Sólo se ocupa de aspectos domésticos y superficiales, y a veces políticos. Cuando uno lee el parlamento de un personaje de Shakespeare, descubre un fantástico análisis de los mecanismos de la mente humana. Sus personajes se expresan con profundidad y gran pasión. En las obras clásicas y especialmente en Shakespeare, se encuentran siempre en una situación definitoria. Deben decidir entre la vida y la muerte. En esos momentos resalta el dramatismo de la obra. La luz está ahí, en esa decisión, sobre la que descansa toda su fe. Esto también se halla en el teatro griego. Las obras modernas, en cambio, carecen de esa penetración y pasión. ¿Qué fue lo que intentó retratar en su monólogo Dog, que usted interpreta en One Man? ¿Existe en este caso alguna relación con la sociedad inglesa? La idea de escribir Dog me surgió leyendo una noticia publicada en el diario acerca de un perro de una raza salvaje. Entonces, en Inglaterra había habido muchos casos de chicos mordidos por esos perros, y el gobierno no hacía nada para que no ocurriera. Los gobernantes ingleses siempre van muy despacio. Imaginé como personaje a un trabajador inglés muy primitivo. En Inglaterra hay una gran separación entre la clase alta y la baja. No hay comunicación entre ellas. Los de arriba son fríos y toman té, y los de abajo son salvajes y borrachos. Por eso imaginé a mi héroe como uno de esos violentos (especie de hooligans). Usé a ese perro como simbólica descripción del loco. Y me vestí con la Union Jack (la bandera inglesa) y me convertí en el perro. Esta es una descripción de un inglés borracho, violento, brutal, y de su tremendo amor por su perro. Lo veo como un estudio muy simple de la cultura del inglés primitivo, de su brutalidad pero también del afecto que esconde esa cultura. El inglés de sus obras no es uniforme: tiene la entonación de una clase social, de un barrio... El lenguaje de un mismo personaje puede ser por momentos obsceno y en otros muy cuidado. ¿A qué se debe este juego con el lenguaje? En inglés se dice que las palabras pueden matar. Tienen una fuerza única. (En una escena de Greek, un personaje vence a otro con la palabra: no hay contacto físico.) Me gusta usar el lenguaje, buscar las palabras más poéticas y apropiadas. Palabras que expresen lo ordinario y lo elevado. Pienso que Greek es la obra en la que mejor logré que explotara el dinamismo de la poesía. Me siento feliz de que esta obra se esté dando en Buenos Aires, porque encaja muy bien en el temperamento del latinoamericano. Mi propio carácter es más latinoamericano que inglés. Me atraen más la música y la literatura sudamericana que la inglesa. Greek puede situarse más fácilmente en Buenos Aires que en Londres. Ahí puede resultar interesante pero poco normal. En Argentina o Brasil, en cambio, es normal. ¿De qué manera congenia su trabajo de actor con la dramaturgia y la dirección teatral? En general, cuando escribo me ayuda muchísimo pensar que voy a actuar en esa obra. Mi trabajo pasa primero por el lugar del actor. Recién después lo vuelco a la escritura. Elaboro un sistema donde puedo combinar todas mis actividades, incluso a veces pienso en dirigir y que lo voy a hacer mejor que cualquier otro porque conozco la obra en detalle. Pero en la mayoría de los casos no lo hago. Tampoco actúo siempre. Le dejo el papel a otro actor porque reconozco la dificultad que tienen mis obras, en especial Greek, que tiene largos parlamentos y que espero que nadie se pierda en Buenos Aires, porque se va a sentir recompensado por el resto de su vida.
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