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REPORTAJE A TULIO HALPERIN DONGHI
“Si algo no le faltó a Menem es la audacia”

Las libertades públicas en tiempos de Menem y de Perón. La ideología de Alfonsín y su relación con Ubaldini. La decadencia de sindicatos y militares. El historiador recorre, no sin ironía, los cambios desde 1983.

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Por Mario Wainfeld

t.gif (67 bytes) El verso de Serrat le calza como un guante. Tulio Halperín Donghi es menudo como un soplo y lo parece aún más enfundado en un blazer azul y un pantalón gris que le dan un aire a lo que viene siendo desde hace treinta años, un universitario norteamericano. También es uno de los más calificados historiadores argentinos, que visita este (su) país casi todos los años, que se siente en casa “no bien me subo al remise en Ezeiza”. Halperín habla como escribe, con frases usualmente largas y magníficamente estructuradas, con una carga de ironía no menor y dándose algunos lujos como el de cortar a su entrevistador diciendo “no tengo la menor idea”. Tras ese aserto, a veces sigue una larga explicación y a veces un pertinaz silencio, una coquetería y una forma de manejo que tiene el hombre de setenta y dos años bien llevados, con ojos vivaces que siempre sonríen. Está cómodo en el café y en el rectorado de la Universidad de Quilmes en la que participó de unas jornadas sobre Historia Económica. Halperín parece disfrutar mientras habla de qué pasó desde el ‘83 con Menem, con Alfonsín, con el sindicalismo, con Ubaldini, con losmilitares, con el peronismo, con el radicalismo. ¿La Alianza? “De eso –porfía– no hablo. No tengo la menor idea.”
–¿Imagina qué podría decir de los diez años de gobierno de Carlos Menem un manual de Kapelusz del año 2050?
–Bueno, eso depende de muchas cosas, de quién está en el gobierno, etc.
–Supongamos que haya continuidad institucional y subsista la actual ideología capitalista democrática dominante.
–Francamente, no tengo la menor idea. Creo que la de Menem es una experiencia bastante rara en la historia. Un señor que a veces me recuerda a esos, en los espectáculos de circo, falsos borrachos, que usted ve cómo vacilan todo el tiempo y no se caen nunca. La experiencia Menem es un poco parecida. Es un señor al que nadie le viene imaginando dotes para salir del paso (algunos de ellos terribles pasos de los que tuvo que salir) y evidentemente está saliendo.
–Menem puede parecer una figura bastante banal y a la vez hay una serie de cambios que se han producido, no sabemos si malgré lui, con él o por él. La pregunta es qué tiene que ver esta personalidad en estos cambios.
–Yo no sé nada de la personalidad del doctor Menem y quizás más vale no averiguarlo, pero una frase suya me resulta reveladora. Fue cuando estaba cayendo Alfonsín y todos esperaban que hablara muy mal de él y en una entrevista por radio Menem dijo “no, yo admiro profundamente al doctor Alfonsín, etc. pero sólo le faltó ese poquito de audacia que siempre hay que tener”, y si hay algo que no le faltó a Menem fue ese poquitito de audacia, ¿verdad?.
–En su libro La larga agonía de la Argentina peronista usted hizo una caracterización de Alfonsín sugiriendo que su objetivo esencial era la regeneración de las instituciones y que tenía un cierto desdén, no digo un olvido, de los núcleos problemáticos de la realidad.
–El todavía lo dice. Alfonsín es, en el fondo, una criatura de la revolución peronista y cuando piensa en la sociedad que la Argentina debe ser, es esa sociedad con otra política.
–Sí. Pero sin algunos núcleos conflictivos porque Alfonsín es un socialdemócrata sin sindicatos ...
–No creo que sin sindicatos, su ley sindical conservaba el “sa-gra-do” (al decirlo silabea y cambia la entonación de voz) principio de un sindicato por rama de producción, pero lo que hacía era democratizar la vida interna del sindicato. Creo que tuvo muy buena suerte porque la ley no pasó, porque si hubiera pasado y la UOM hubiera sido sometida a una vida interna ultrademocrática, habría sido bastante movido.
–En ese momento primaba una imagen recurrente que era el pleito entre Alfonsín y Ubaldini. Visto en perspectiva podría decirse bromeando: “Alfonsín se la pasó disputando con Ubaldini el cetro que en definitiva ganó Menem”.
–Hay una anécdota que supongo cierta (me la contó alguien cercano a Alfonsín): cuando finalmente Alfonsín se iba, Ubaldini le dijo “Raúl, nuestro tiempo ha pasado” y que Alfonsín, siempre optimista, le dijo “no, Saúl, vamos a volver”. El entendía muy bien que eran una pareja. Yo creo que fueron los falsos protagonistas de esa etapa porque si ganó Menem era porque ya ése no era el panfleto básico.
–¿Qué queda del poder sindical en el posmenemismo?
–Queda suficiente como para perpetuarse, no sé si como poder pero sí como organización. Los sindicatos sobreviven después de hacer más por ellos mismos que por sus afiliados.
–Otro gran actor en baja son las Fuerzas Armadas.
–Creo que con la administración de Alfonsín, como muchas otras, los efectos aparecen después. El Juicio a las Juntas en sí le costó horrores, porque lo metió en un camino que necesariamente llevaba a Semana Santa y cosas por el estilo, pero su legado a largo plazo es que el recuerdo del Proceso quedó marcado de una manera bastante parecida a la cristalización de la opinión sobre la época de Rosas. Hay un sentido común total de que eso era el infierno. Sentido común en el cual participa gente que había vivido esa etapa sin darse cuenta jamás de que eso era el infierno. Hasta alabándola. En eso, el Juicio fue muy importante, y el Nunca Más también.
–¿Volverán las Fuerzas Armadas a ser un actor potente en la política argentina?
–Mire, no tengo la menor idea. Hay una reubicación de las Fuerzas Armadas en toda América latina que no es necesariamente tan marcada como en la Argentina, donde gracias a la total ineptitud que tenían los que armaron el Proceso, las Fuerzas Armadas andan más deterioradas que las uruguayas, que las brasileñas y desde luego que las chilenas.
–¿Por qué sobrevivió el radicalismo a su fracaso de gobierno y a su caída posterior?
–El radicalismo sobrevive porque es una de las instituciones argentinas, tiene una presencia que está en todas partes, como partido minoritario evidentemente. Ahora los radicales dicen que ellos mañana ponen setecientos mil votos en la interna (de la Alianza) y es verdad. Que no significa que la gente que va a votarlos sepa algo más ... aparte de saber que es radical.
–¿El Pacto de Olivos salvó al radicalismo?
–El radicalismo no necesita ser salvado, no de la extinción. En cuanto a lo otro, no estoy seguro, entre otras cosas lo condenó a tener un aliado que para la tradición radical es la última vergüenza, pero, digamos, todo se aprende.
–Esa vergüenza tal vez se contrapesa con la perspectiva de ganarle al peronismo.
–Claro, es cierto, sí.
–Esa regeneración institucional que intentó Alfonsín, ¿cómo la mide hoy en términos relativos, a partir del consenso que consiguió Menem, quien entre otras cualidades tuvo la de romper, sin costos políticos, su contrato electoral, una novedad en la política argentina?
–Hay cosas que alteraron la regeneración institucional mucho más seriamente. En este momento, hablando en serio, no hay separación de poderes, ¿verdad? Y no sólo por acción de Menem. Alfonsín discutía con Menem la distribución de los puestos en la Corte Suprema, lo que no corresponde precisamente a un espíritu institucional rígido.
–¿Qué cambió para mejor?
–Creo que lo que la gente aprecia es que efectivamente tenemos libertades muy amplias. Recuerdo haber visto la película (por otra parte, deplorable) de Solanas, ésa sobre la inundación ... El viaje. Uno de sus personajes, el presidente Rana, era obviamente Menem (hasta el acento riojano). Y esa película pudo ser filmada en el presidio de Ushuaia, cedido por el presidente Menem. Eso no revela necesariamente un espíritu amante de la libertad, pero sí un buen sentido que por cierto le hubiera hecho muy bien Perón.
–La violencia política es siempre grave pero su nivel, medido en términos históricos argentinos, es muy bajo.
–Yo diría que es bajísimo. De vez en cuando muere alguien en forma misteriosa pero casi no hay persecuciones. Y además el nivel de presión que puede ejercerse desde el poder es muy bajo, en parte porque el Estado mismo ha perdido fuerza.
–Y ha cambiado mucho la actitud social y cultural frente al crimen. La Argentina es un país donde han muerto miles de personas, de pronto unos crímenes individuales han provocado reacciones sociales inéditas.
–Sí. Es cierto y es muy notable. Por ejemplo, el caso de Carrasco. Eso no era ni siquiera considerado un crimen en la Argentina tradicional, era un abuso de poder totalmente consentido, algo que podía pasarle a cualquier conscripto. Y ahora, de golpe, la gente decidió que no lo aguanta más.
–Sí, la imagen del comandante en Jefe del Ejército interpelado por los padres de un colimba delante de las cámaras de televisión es una cosa ...
–Otra cosa es la presencia de la televisión, sobre todo, como árbitro. Porque, en el fondo, hay un juez.
–Aparte hay una postura “políticamente correcta” de los medios defendiendo valores que estaban bastante poco instalados hace quince o veinte años.
–Esperemos que dure porque éste es un país de modas. Y ésa puede ser una de ellas.
–Claro, porque hay temas como la no discriminación, el no sexismo, el respeto a las minorías, que aparecen recurrentemente en televisión con un discurso que por ahí va por delante de la media social.
–Estoy seguro de que también van por delante de lo que piensa buena parte de la gente que dice esas cosas. Creo que en parte tiene que ver con el desconcierto general. Entre otras cosas que se han perdido, se han perdido valores pero también prejuicios ... la gente anda tan perdida ...
–¿Se anima a cerrar diciendo cuál es el destino posible de un peronismo posterior al gobierno de Menem?
–Usted sabe que Borges decía que Buenos Aires es eterno como el agua y el aire. Yo creo que tanto el radicalismo como el peronismo remiten a esa frase. Los vamos a tener siempre.
–¿Y el Frepaso?
–Sobre eso tengo más dudas.

 

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