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Por Daniel Guiñazú Hasta cierto punto, se dio la lógica. Oscar De la Hoya debía ganarle a Julio César Chávez por fuera de combate. Y fue así nomás. Al término del octavo round y luego de sufrir un grueso corte en su labio inferior, provocado por un uppercut de izquierda recibido en el último segundo del asalto, Chávez hizo abandono de la pelea, no obstante haber sido autorizado a seguir por el médico Flip Homansky. Así, De la Hoya se alzó con su victoria número 29, 24 de ellas antes del límite. Pero no hubo ni tunda ni superioridad apabullante, ni nada de lo que indicaban los pronósticos. Sí hubo una pelea vibrante entre un campeón fresco, veloz y discontinuo (De la Hoya) que retuvo su título welter del CMB y un desafiante digno (Chávez), que le puso el pecho al trámite y trató de compensar con su orgullo el paso inexorable del tiempo y el deterioro de su físico, mellado por tantos años de excesos y mala vida. No estará lejos de la verdad quien piense que De la Hoya hizo menos de lo que de él se esperaba y Chávez realizó su mejor pelea en mucho tiempo. Fue exactamente eso lo que sucedió en el estadio Thomas & Mack Center de Las Vegas, en la madrugada del sábado. No resultó el californiano el boxeador desbordante del primer pleito entre ellos, en junio de 1996, ni fue Chávez el mismo boxeador lento y estático de aquella vez, cuando cobró una paliza tal que sólo pudo sostenerse menos de 12 minutos en el ring. De la Hoya había sacado buenas diferencias en las tarjetas (seis puntos en una, tres en las dos restantes) al momento de la definición. Pero Chávez, mucho mejor puesto en lo físico (se concentró dos meses en Breckenridge, Colorado, acompañado sólo por sus tres hijos varones), le peleó de igual a igual. Incluso ganó el último round, el octavo, achicando distancias y metiéndose en la medida corta para neutralizar las ventajas que De la Hoya conseguía cada vez que la pelea se planteaba en la media y desde allí hacía valer su mayor velocidad y variedad de golpes. Recibió más de la cuenta De la Hoya. Y la inflamación que lucía debajo de su ojo izquierdo tras 24 minutos de hostilidades fue la mejor demostración de que la del sábado no había sido su mejor noche. Esta vez, la sangre caliente le había ganado a la mente fría. Callados los ecos de una pelea excitante, el manager y promotor Bob Arum tiene planes para los dos: a De la Hoya le prometió acción para el 21 de noviembre ante el ghanés Ike Quartey, el campeón de la AMB, mientras ya se habla, para mayo de 1999, de un superpleito con el portorriqueño Félix Tito Trinidad, el campeón welter de la FIB y, quizás, el único boxeador que puede llegar a ganarle. Chávez tiene vuelo más corto: enfrentará a Vince Phillips por la corona welter junior de la FIB y después emprenderá el retiro. Será su pelea número 37 por un título del mundo, record absoluto en la historia del boxeo profesional.
Mike Tyson deberá esperar Luego de
seis horas de debates, la Comisión Atlética del estado de Nevada pospuso hasta el 3 de
octubre próximo la decisión de devolverle o no a Mike Tyson la licencia que le revocara
el 9 de julio de 1997, luego de haberle mordido las orejas de Evander Holyfield. El
organismo fundamentó la medida en la necesidad de practicarle a Tyson una nueva batería
de estudios médicos ante la falta de evidencias concretas de que el púgil hubiera
superado sus célebres trastornos de conducta. Tyson escuchó el veredicto con la manos en
la cabeza y una sonrisa de incredulidad en su rostro.
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