NILDA FERNANDEZ CIERRA HOY SU
CICLO DE RECITALES
Felizmente improbable y ecléctico
Por María Moreno
Es fácil imaginarlo como
a un personaje de Marcel Schwob, unos de esos desharrapados huérfanos navideños de
ojeras como chupones y hombros desnudos que van en cuadrillas en torno de los pederastas
bonachones que cruzan las novelas de fin de siglo. Es por eso que podría compartir con
Edith Piaf el apelativo de gorrión. Nilda Fernández canta por última vez
hoy en La Trastienda dejando un tendal de víctimas: las damas que, seducidas por ese
gitano de fin de milenio, han resistido que él las mire desde lejos con mirada de
dedicatoria, se les siente en el respaldo de las sillas mientras les sopla en la oreja su
aliento en el estribillo Era una gitana loca de las que muerden la boca y él la
quiere mucho, mucho, mucho... y las obligue a cantar aunque sean sordas mediante sus
dotes de hipnotizador, pero que ahora deberán conformarse con escucharlo en sus CD,
exiliadas de ese cuerpo capcioso que mide poco más de un metro pero que las hizo
extrañarlo sin haberlo conocido.
Fernández tiene la cualidad que tenía Charles Trenet, de evocar con una rima fácil y un
relato del montón un sentimiento capaz de atravesar los siglos, eso que hace que uno
tararee una canción como si fuera la propia autobiografía y que la mejor sea la que
llega a nuestros labios sin que podamos recordar el título ni el nombre del autor.
También tiene algo que tenía Judy Garland: la facultad de, llegado el caso, provocar que
el público sienta la necesidad de pedirle perdón por la falta que él cometió No es un
freak canoro como señaló una crítica a lo Perogrullo, insistiendo sobre su voz y nombre
de mujer. Es un artista que se propone más allá de los géneros, del mismo modo que se
mueve entre dos lenguas el español y el francés, no vacila en hacer lo que
alguien definió bien como pop andino(Innu Nikamus) y es capaz de gritar por
sobre los destinos anatómicos Quiero tener un niño. El made en Spain aparece como una
cita de Valle Inclán cuando guía al acordeonista Marcel Loeffer también con el
ángel de Piaf, que es ciego, entre las sillas de bar que obstruyen el escenario en
una escena tan Madrid, Madrid (uno de los temas) que podría ilustrar postales populares.
Puesto en diplomático Nilda hace una excelente versión de Milonga para Manuel Flores, de
Jorge Luis Borges, extendiendo el color local a un registro más universal y enigmático.
Y cuando, hacia el final, irrumpe con La gitana loca, aunque no baile muy bien saca
polvareda con los tacos en una parodia de Lola Flores que se disuelve en un corcoveo de
pelvis a lo Mick Jagger. Es que Nilda Fernández no es ambiguo, sólo que, como decía
Oscar Wilde que también lo era, es un poco improbable. Gracias a Dios. |