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Dos noches para que las chicas griten con los backstreet boys
Cinco príncipes azules en la Boca

Noventa mil niñas y adolescentes que no pasaban los 14 en su mayoría, llenaron la cancha de Boca en dos frías noches  para jurar amor eterno a cinco norteamericanos producidos para seducir y nada más. De música, por supuesto, ni hablar.

Un rostro que implora una mirada, un gesto, una sonrisa. Postal repetida, las dos noches en la Boca.
Dos de los cinco objetos del deseo, parte del producto pop que es pasión de multitudes en Argentina.

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Por Mariana Enriquez

t.gif (67 bytes) El viernes a la noche era extraño rodear la cancha de Boca Juniors: todo lo que se veía eran adolescentes, casi nenas, corriendo de la mano y a los gritos. Pero lo más extraño era escuchar desde afuera lo que sucedía dentro de la mítica Bombonera: un aullido constante, que descendía sólo para volver a estallar, cada vez más alto, cada vez más histérico. Un chillido agudo que en nada se parecía al rugido que todos los domingos hace vibrar al barrio, un chillido en el que no se distinguía un solo matiz grave: los únicos hombres que había entre las 45.000 personas que colmaron la capacidad de la Bombonera eran padres, hermanos y amigos que sólo se habían acercado a modo de acompañantes.
El show de los Backstreet Boys comenzó a las 9 de la noche, y la salida de Kevin, A.J, Nick, Brian y Howie D estuvo acompañada del primero de una larga sucesión de aullidos estremecedores. Cada movimiento, cada sonrisa, cada osito que llegaba al escenario desde el campo tenía como respuesta otro grito. Y todo esto a pesar de que el espectáculo es muy limitado. En casi todo sentido. Los jóvenes no son virtuosos cantantes, la banda que los acompaña es elemental y cuando ellos toman los instrumentos (para demostrar que pueden tocar, casi recordando a las modelos cuando insisten en que son bellas pero no estúpidas), las cosas no mejoran. Eso no es lo peor, seguramente. Lo que convierte este show que los Backstreet Boys ofrecieron por dos noches consecutivas –a lleno– en aburrido (salvo para las fans, por supuesto) es el hecho de que los juegos de luces fueron pobrísimos, el vestuario casi no existió (se cambian sólo 3 veces) y además: los movimientos supuestamente sexies de estas estrellitas son casi inocentes.
Entonces: ¿por qué las adolescentes eligieron a los Backstreet Boys como objeto de deseo? Porque no tienen la desfachatez de las Spice Girls, ni el glamour ambiguo y sensual de Take That ni la bohemia neohippie de los Hanson, otras tres bandas-producto de los tiempos recientes. Preguntarles a ellas es encontrarse con una cantidad de vaguedades. “Porque son hermosos”, “porque son hermosos por dentro y por fuera”, “porque nos gusta como piensan”, “porque son los mejores”. Que es lo mismo que decir que el amor por los Backstreet Boys no tiene ninguna explicación: es difícil explicar por qué las chicas eligieron a un grupo que cultiva una imagen conservadora, que insiste en la fe cristiana de sus integrantes (Brian, uno de los más amados, cantó en coros de la Iglesia Bautista antes de ser famoso), que evita por todos los medios cualquier escándalo. Quizá justamente por eso la mayoría de las fans son preadolescentes, de entre 10 y 14 años, que prefieren una ilusión de inocencia antes que fantasías más atrevidas. Además, lo impactante de la visita Backstreet Boys fue el efecto sorpresa. Cuando se anunció la venida al país de los jovencitos norteamericanos, las únicas que se estremecieron fueron las adolescentes: ni siquiera los medios esperaban o preveían que la banda sería la causante de la mayor histeria adolescente, superando ampliamente a Guns’n’Roses, Madonna o Ricky Martin. Nunca se habían hecho tantos días de cola anticipada (muchas chicas llegaron una semana antes), nunca 2000 personas se habían juntado en la puerta del Hyatt, ningún músico recibió jamás la cantidad de cartas, osos de peluche y regalitos. Backstreet Boys resultó ser el secreto mejor guardado de las chicas: dos semanas atrás, casi ningún mayor de 25 años tenía idea siquiera de quiénes eran estos chicos.
El show, de 17 canciones y 2 horas, incluyó cuatro baladas, cada una de ellas interpretada por uno de ellos (salvo Kevin, el mayor de todos que, aparentemente, no puede cantar) y terminó con una seguidilla de hits que fueron coreados de principio a fin. Hay que decir que el hecho de que Backstreet Boys tenga algún hit es tan milagroso como todo lo que ocurre a su alrededor, porque salvo “Everybody” (la canción que todo el mundo canturrea por estos días), las otras ¿melodías? pop no son hallazgos de sencillez pegadiza ni mucho menos. Tras un fin de fiesta con fuegos artificiales, ellos se retiraron en un micro: algunas afortunadas los vieron irse. Dos nenas de 13 años lloraban abrazadas en el piso (una de las dos, conmocionada, empezó a vomitar mientras gritaban “Kevin me saludó, me miró, me saludó a mí”. Del otro lado de la Bombonera, sobre las nuevas boleterías y rodeando las canchas de entrenamiento del equipo profesional, chicas, madres y hermanos mayores acompañantes se acurrucaban bajo pesadas frazadas, esperando por otro show.

 

Buenos   pibes
Por Esteban Pintos

La asociación puede surgir, aunque se trate de opuestos, extremos o como quiera llamárselos. También hay varias décadas de distancia y ni que hablar de cualidades artísticas. El griterío que los videos históricos ofrecen sobre cualquier show de los Beatles en la década del sesenta –aquello que cubrió el mundo con el término beatlemanía– debió parecerse bastante a cada uno de los aullidos que surgían en oleadas desde las tribunas de la Bombonera. ¿Qué hacía que esas chicas norteamericanas que llenaban el Hollywood Bowl o el Giants Stadium explotaran de aquella manera? ¿Y qué es lo que hace que las chicas argentinas bloqueen una zona céntrica de Buenos Aires y que después copen una cancha de fútbol para gritar tan alto como aquéllas? No es lo mismo, hay años de marketing acumulados y horas vuelo en estrategias promocionales. Las canciones no importan: se pueden fabricar también. Lo cierto es que el virus se fue incubando en buena parte de las adolescentes argentinas desde hace más o menos un año y medio, avisó en el verano con un tumultuoso show televisivo en el Parque de la Costa y terminó de florecer cuando un ajustado aparato de promoción impuso estos cinco rostros y sus correspondientes imágenes de supuesto príncipe azul, el que sueñan cada una de sus precoces y pertinaces animadores. Se trata de cinco jóvenes que cantan las canciones de amor que se quieren oír en las puertas de la adolescencia y que, a su vez, respetando el código de no provocación tácito, van hasta ahí. Nada que ver con el otro furor adolescente de hace un par de años: Guns N’Roses. A aquellos el Presidente los llamó forajidos. A éstos, si le preguntaran, les dedicaría un “y... son buenos pibes”.

 


 

Bel Mondo comienza la nueva era del beatle-hop

Cuatro músicos que tienen un nombre en la escena moderna del rock nacional formaron una banda que apuesta a la cruza del rock y la electrónica, el matrimonio sonoro de la década.

Diego Frenkel lleva adelante su tercer proyecto grupal.
Bel Mondo es un seleccionado de músicos con trayectoria.

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Por Pablo Plotkin

t.gif (862 bytes) Fue un show que alternó canciones pop bailables y momentos intimistas. El rock pegadizo clásico de las composiciones de Diego Frenkel y alusiones a la música electrónica ambiental. Según la ocasión, el cantante y guitarrista –ex La Portuaria y Clap– le susurraba al micrófono el acompañamiento vocal ideal para sus melodías sensibles o, en los momentos de mayor electricidad, alentaba al público a que se moviera, motivando un clima de fiesta. Así Bel Mondo presentó su álbum debut en “Los Viernes Música”, el ciclo que organiza Página/12 a lo largo de este mes en la Sociedad de Distribuidores de Diarios, Revistas y Afines. Durante poco más de una hora y media y ante una sala casi repleta, este cuarteto integrado por viejos conocidos de la escena local revisó todo el material de un disco bautizado sencillamente con el nombre de la banda, que es un nuevo documento del noviazgo más mentado de estos tiempos: el rock y la música electrónica. Pocos aquí se animan a la combinación, signo de los tiempos musicales de la década del noventa.
Antes de empezar el show se advertía una tendencia en la atmósfera del lugar. Sobre el escenario dos veladores con pantalla amarilla irradiaban una luz opaca, sonaba Caetano Veloso a medio volumen y todo estaba dado para un recital en tonos pastel, de buen gusto y sonido fino. Y así fue, pero sólo durante algunos pasajes, después hubo lugar para la contundencia también. El concierto abrió con el sugerente “La Marea” (“Somos perros en la luna / vagabundos en la soledad / y es violento estar despierto / con los ojos bien abiertos / y es violento estar vivo”), un tema al estilo de los ingleses Portishead: narcótico y opresivo, que acelera al final con la percusión de Samalea y las secuencias grabadas por el carioca Ramiro Musotto. Después siguió “Fuego”, el primer corte de difusión del disco que, a pedido del público, se repitió en los bises, con samples de coros femeninos incluidos y gente sacudiéndose al pie del escenario.
El resto fue puro y bien llevado rock de estribillos –firmes candidatos a hits– combinado con algunas canciones de tono más denso, como “Astronauta”, que alterna acordes de guitarra distorsionada y climas de trip–hop, con la base a cargo del tecladista Sebastián Schachtel y Fernando Samalea. En el bajo y stick está Ricky Sáenz Paz, que viene de tocar en Los Siete Delfines. Es así: Bel Mondo es un pequeño muestrario del rock local de los últimos diez años, adaptado a las corrientes artísticas actuales. Suena bien, de a ratos es una banda de pop genuino y de a ratos coquetea con géneros nuevos como el ambient y el drum’n’bass. Ahí están sus más logrados climas: entonces se nota que se está ante un cuarteto de buenos músicos.

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