Por Mariana Enriquez
El viernes a la
noche era extraño rodear la cancha de Boca Juniors: todo lo que se veía eran
adolescentes, casi nenas, corriendo de la mano y a los gritos. Pero lo más extraño era
escuchar desde afuera lo que sucedía dentro de la mítica Bombonera: un aullido
constante, que descendía sólo para volver a estallar, cada vez más alto, cada vez más
histérico. Un chillido agudo que en nada se parecía al rugido que todos los domingos
hace vibrar al barrio, un chillido en el que no se distinguía un solo matiz grave: los
únicos hombres que había entre las 45.000 personas que colmaron la capacidad de la
Bombonera eran padres, hermanos y amigos que sólo se habían acercado a modo de
acompañantes.
El show de los Backstreet Boys comenzó a las 9 de la noche, y la salida de Kevin, A.J,
Nick, Brian y Howie D estuvo acompañada del primero de una larga sucesión de aullidos
estremecedores. Cada movimiento, cada sonrisa, cada osito que llegaba al escenario desde
el campo tenía como respuesta otro grito. Y todo esto a pesar de que el espectáculo es
muy limitado. En casi todo sentido. Los jóvenes no son virtuosos cantantes, la banda que
los acompaña es elemental y cuando ellos toman los instrumentos (para demostrar que
pueden tocar, casi recordando a las modelos cuando insisten en que son bellas pero no
estúpidas), las cosas no mejoran. Eso no es lo peor, seguramente. Lo que convierte este
show que los Backstreet Boys ofrecieron por dos noches consecutivas a lleno en
aburrido (salvo para las fans, por supuesto) es el hecho de que los juegos de luces fueron
pobrísimos, el vestuario casi no existió (se cambian sólo 3 veces) y además: los
movimientos supuestamente sexies de estas estrellitas son casi inocentes.
Entonces: ¿por qué las adolescentes eligieron a los Backstreet Boys como objeto de
deseo? Porque no tienen la desfachatez de las Spice Girls, ni el glamour ambiguo y sensual
de Take That ni la bohemia neohippie de los Hanson, otras tres bandas-producto de los
tiempos recientes. Preguntarles a ellas es encontrarse con una cantidad de vaguedades.
Porque son hermosos, porque son hermosos por dentro y por fuera,
porque nos gusta como piensan, porque son los mejores. Que es lo
mismo que decir que el amor por los Backstreet Boys no tiene ninguna explicación: es
difícil explicar por qué las chicas eligieron a un grupo que cultiva una imagen
conservadora, que insiste en la fe cristiana de sus integrantes (Brian, uno de los más
amados, cantó en coros de la Iglesia Bautista antes de ser famoso), que evita por todos
los medios cualquier escándalo. Quizá justamente por eso la mayoría de las fans son
preadolescentes, de entre 10 y 14 años, que prefieren una ilusión de inocencia antes que
fantasías más atrevidas. Además, lo impactante de la visita Backstreet Boys fue el
efecto sorpresa. Cuando se anunció la venida al país de los jovencitos norteamericanos,
las únicas que se estremecieron fueron las adolescentes: ni siquiera los medios esperaban
o preveían que la banda sería la causante de la mayor histeria adolescente, superando
ampliamente a GunsnRoses, Madonna o Ricky Martin. Nunca se habían hecho
tantos días de cola anticipada (muchas chicas llegaron una semana antes), nunca 2000
personas se habían juntado en la puerta del Hyatt, ningún músico recibió jamás la
cantidad de cartas, osos de peluche y regalitos. Backstreet Boys resultó ser el secreto
mejor guardado de las chicas: dos semanas atrás, casi ningún mayor de 25 años tenía
idea siquiera de quiénes eran estos chicos.
El show, de 17 canciones y 2 horas, incluyó cuatro baladas, cada una de ellas
interpretada por uno de ellos (salvo Kevin, el mayor de todos que, aparentemente, no puede
cantar) y terminó con una seguidilla de hits que fueron coreados de principio a fin. Hay
que decir que el hecho de que Backstreet Boys tenga algún hit es tan milagroso como todo
lo que ocurre a su alrededor, porque salvo Everybody (la canción que todo el
mundo canturrea por estos días), las otras ¿melodías? pop no son hallazgos de sencillez
pegadiza ni mucho menos. Tras un fin de fiesta con fuegos artificiales, ellos se retiraron
en un micro: algunas afortunadas los vieron irse. Dos nenas de 13 años lloraban abrazadas
en el piso (una de las dos, conmocionada, empezó a vomitar mientras gritaban Kevin
me saludó, me miró, me saludó a mí. Del otro lado de la Bombonera, sobre las
nuevas boleterías y rodeando las canchas de entrenamiento del equipo profesional, chicas,
madres y hermanos mayores acompañantes se acurrucaban bajo pesadas frazadas, esperando
por otro show.
Buenos
pibes
Por Esteban Pintos
La asociación puede surgir, aunque se trate de opuestos, extremos o como
quiera llamárselos. También hay varias décadas de distancia y ni que hablar de
cualidades artísticas. El griterío que los videos históricos ofrecen sobre cualquier
show de los Beatles en la década del sesenta aquello que cubrió el mundo con el
término beatlemanía debió parecerse bastante a cada uno de los aullidos que
surgían en oleadas desde las tribunas de la Bombonera. ¿Qué hacía que esas chicas
norteamericanas que llenaban el Hollywood Bowl o el Giants Stadium explotaran de aquella
manera? ¿Y qué es lo que hace que las chicas argentinas bloqueen una zona céntrica de
Buenos Aires y que después copen una cancha de fútbol para gritar tan alto como
aquéllas? No es lo mismo, hay años de marketing acumulados y horas vuelo en estrategias
promocionales. Las canciones no importan: se pueden fabricar también. Lo cierto es que el
virus se fue incubando en buena parte de las adolescentes argentinas desde hace más o
menos un año y medio, avisó en el verano con un tumultuoso show televisivo en el Parque
de la Costa y terminó de florecer cuando un ajustado aparato de promoción impuso estos
cinco rostros y sus correspondientes imágenes de supuesto príncipe azul, el que sueñan
cada una de sus precoces y pertinaces animadores. Se trata de cinco jóvenes que cantan
las canciones de amor que se quieren oír en las puertas de la adolescencia y que, a su
vez, respetando el código de no provocación tácito, van hasta ahí. Nada que ver con el
otro furor adolescente de hace un par de años: Guns NRoses. A aquellos el
Presidente los llamó forajidos. A éstos, si le preguntaran, les dedicaría un y...
son buenos pibes. |
Bel Mondo comienza la nueva era del
beatle-hop
Cuatro músicos que tienen un
nombre en la escena moderna del rock nacional formaron una banda que apuesta a la cruza
del rock y la electrónica, el matrimonio sonoro de la década.
Diego Frenkel lleva adelante su tercer
proyecto grupal.
Bel Mondo es un seleccionado de músicos con trayectoria. |
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Por Pablo Plotkin
Fue un show que alternó
canciones pop bailables y momentos intimistas. El rock pegadizo clásico de las
composiciones de Diego Frenkel y alusiones a la música electrónica ambiental. Según la
ocasión, el cantante y guitarrista ex La Portuaria y Clap le susurraba al
micrófono el acompañamiento vocal ideal para sus melodías sensibles o, en los momentos
de mayor electricidad, alentaba al público a que se moviera, motivando un clima de
fiesta. Así Bel Mondo presentó su álbum debut en Los Viernes Música, el
ciclo que organiza Página/12 a lo largo de este mes en la Sociedad de Distribuidores de
Diarios, Revistas y Afines. Durante poco más de una hora y media y ante una sala casi
repleta, este cuarteto integrado por viejos conocidos de la escena local revisó todo el
material de un disco bautizado sencillamente con el nombre de la banda, que es un nuevo
documento del noviazgo más mentado de estos tiempos: el rock y la música electrónica.
Pocos aquí se animan a la combinación, signo de los tiempos musicales de la década del
noventa.
Antes de empezar el show se advertía una tendencia en la atmósfera del lugar. Sobre el
escenario dos veladores con pantalla amarilla irradiaban una luz opaca, sonaba Caetano
Veloso a medio volumen y todo estaba dado para un recital en tonos pastel, de buen gusto y
sonido fino. Y así fue, pero sólo durante algunos pasajes, después hubo lugar para la
contundencia también. El concierto abrió con el sugerente La Marea
(Somos perros en la luna / vagabundos en la soledad / y es violento estar despierto
/ con los ojos bien abiertos / y es violento estar vivo), un tema al estilo de los
ingleses Portishead: narcótico y opresivo, que acelera al final con la percusión de
Samalea y las secuencias grabadas por el carioca Ramiro Musotto. Después siguió
Fuego, el primer corte de difusión del disco que, a pedido del público, se
repitió en los bises, con samples de coros femeninos incluidos y gente sacudiéndose al
pie del escenario.
El resto fue puro y bien llevado rock de estribillos firmes candidatos a hits
combinado con algunas canciones de tono más denso, como Astronauta, que
alterna acordes de guitarra distorsionada y climas de triphop, con la base a cargo
del tecladista Sebastián Schachtel y Fernando Samalea. En el bajo y stick está Ricky
Sáenz Paz, que viene de tocar en Los Siete Delfines. Es así: Bel Mondo es un pequeño
muestrario del rock local de los últimos diez años, adaptado a las corrientes
artísticas actuales. Suena bien, de a ratos es una banda de pop genuino y de a ratos
coquetea con géneros nuevos como el ambient y el drumnbass. Ahí están sus
más logrados climas: entonces se nota que se está ante un cuarteto de buenos músicos.
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