En la
Argentina, suele suceder que cuando el pasado vuelve, vuelve cambiado. La reivindicación
de la era disco, que aquí es evidente en un circuito fashion, el encuadre del simpático
John Travolta en la categoría de actor de culto, y el consumo indiscriminado de estética
funk son tres elementos de un rompecabezas armado con habilidad casi artesanal para
despojar a sus elementos del peso simbólico que tuvieron, allá lejos y hace tiempo,
cuando eran moda por primera vez. Hay que decirlo rápido, con contundencia y para que se
note: aquí el "fenómeno Travolta" de los '70 tardíos fue algo así como el
tema principal de la banda de sonido de la dictadura militar. El impacto de los films Fiebre
de sábado por la noche y Grease se produjo en simultáneo con los momentos
más dolorosos de los años de plomo, y estuvo manejado con mano experta por los
publicistas de la dictadura, a cuyos responsables encantaban aquellas imágenes de
jóvenes que daban la vida no por la Patria, la Revolución, la Justicia o la Causa --como
buena parte de los desaparecidos y de la sociedad en que habían crecido-- sino porque...
llegara el sábado, el día de ir a bailar. Una tapa de 1979 de la revista Expreso
Imaginario, contestándole irónicamente a otra, de la etapa más canalla de Gente,
exhibía la cara de Travolta con un tomatazo deformándole el rostro. La grasa de las
capitales, el disco capital de Serú Giran, mostraba en su portada, imitación,
también, de Gente, una noticia supuestamente importante: "El romance del
año: Pedro Aznar y Olivia Newton--Bomb". La banda de sonido de Fiebre... con
los insoportables falsetes y agudos de los Bee Gees se impuso en el mercado a caballo de
una campaña promocional en las mismas radios que tenían pegados en sus estudios una
lista de más de 300 temas prohibidos y que, además, aplicaban sus propias pautas de
censura, que incluían a casi toda la música nacional importante. Podría decirse que la
música disco, lineal, monocorde, obsesiva en la reiteración, era a la riqueza armónica
del rock más evolucionado de la época lo que la música militar es a la música en
general. Un exagerado no dudaría en afirmar que, en aquella banda de sonido de la era del
terror, los operadores militares subían y subían el volumen de las canciones disco para
tapar los gritos de desesperación de los torturados, los llantos de los familiares, las
sirenas que surcaban la ciudad tomada. Posiblemente eso sea una metáfora --es decir, una
comparación exagerada--, pero basada en realidades incontrastables. Unos años más tarde
Andrés Calamaro pensó a su generación bailando sobre la sangre de los demás.
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