Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

SEXUSTICIA

Por Martín Granovsky

na36fo01.jpg (13498 bytes)

 
t.gif (862 bytes) "Deep throat", garganta profunda, es la maldición de los presidentes norteamericanos.

"Deep throat" era el nombre de una famosa película porno de los '70. Funcionó como un monumento a la fellatio: el punto mágico del placer femenino estaba en la garganta.

Cuando investigaron el escándalo Watergate, en 1972, Carl Bernstein y Bob Woodward usaron una fuente reservada de éste en el Poder Ejecutivo. Era tan reservada que ni podían identificarla vagamente al escribir, y tan buena que el jefe de redacción del Washington Post le puso "Garganta profunda". Quedó como el símbolo inicial del monumento a la investigación periodística.

Es asombroso que 26 años después una pasante de la Casa Blanca uniera la literalidad a la metáfora y el sexo oral a la filtración en tribunales para acabar en un final sin misterio ni novela. Un final de Justicia ginecológica que alcanzó el clímax en la mañana de ayer, con el video de un Bill Clinton ofuscado, humillado y rojo de vergüenza ante la obligación de violar el pudor fuera del límite aceptado de un vestuario de caballeros.

--¿Considera el señor presidente que besar los senos es un acto sexual?

Al presidente le gustaría explicarlo un poco más.

--¿Qué definiría el señor presidente como genitales de la señorita Lewinsky?

El presidente dice que ya contestó esa pregunta.

--¿Acepta que recibió una corbata de la señorita?

Una no, muchas. Y no sólo de Monica. De todo el país. Se quedó con algunas. Regaló otras al portero de la Casa Blanca, al cocinero y a los empleados de maestranza.

Cuatro horas de presión. Cuatro horas de preguntas y respuestas que el reo encaró solo con ayuda de agua mineral, Coca diet tomada de la latita y el entrenamiento de sus abogados para no pisarse con declaraciones anteriores.

La situación fue tan real que la CNN, debajo de la imagen de un presidente de Estados Unidos recitando para el Gran Jurado la versión '98 de "Técnicas sexuales modernas", tuvo que poner un cartel: "Lenguaje sexual explícito". Y los locutores advirtieron, señores padres, sobre la presencia de menores frente al televisor. La transmisión lució, también, dramática e instantánea. Dramática porque la sobreinscripción en pantalla del índice Dow Jones y del Nasdaq agregó dinero al sexo, en una "Wall Street" a la inversa. E instantánea: hasta pareció más en vivo que la entrada de Clinton en la Asamblea General de las Naciones Unidas, que sucedió realmente ayer.

Fue conmovedora la recepción al presidente. Cancilleres y jefes de Estado se pararon para ovacionarlo durante un minuto. Muchos deben haber dejado grabando la CNN para mirar el video solos, anoche, y criticar a Clinton, o envidiarlo, o gozar de sus desventuras, o asombrarse por la nueva sexusticia. Pero todos, en la ONU, parecían sinceramente impresionados cuando el presidente llegó al recinto, quizá porque a nadie le costaba mucho imaginarse a sí mismo licuando su poder --el poder máximo en el caso de Clinton, la concentración suprema de capacidad económica y militar-- delante de millones de espectadores interesados en medir los usos múltiples del cigarro de hoja en combinación con los vaivenes de la Bolsa de Tokio.

Frente a la tele, en la mañana de Buenos Aires, la increíble situación podía dejar un sabor agridulce. Los fiscales del equipo de Starr sonaban a monjes de la Inquisición, y en muchos pasajes del interrogatorio era difícil distinguir si perseguían el perjurio o el pecado. Era cierto que un presidente no puede obstruir justicia, pero parecía imposible eludir la sensación de que sólo había buscado evitar la difusión pública de un pequeño incidente sexual. Sin embargo, entre tanto fundamentalismo y tanta operación de la derecha conservadora, un televidente argentino podía colar un pensamiento: qué distinto sería este país si la Justicia tuviera el 10 por ciento de la decisión, el presupuesto y la habilidad de los investigadores norteamericanos, y los funcionarios el uno por ciento de la disposición de Bill Clinton por acatar reglas que todos desean comunes.

PRINCIPAL