Detrás de la bola de espejos
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Por Cecilia Bembibre "Todo el mundo quiere estar en el escenario. Esa es la clave de Manhattan". Pensada por el arquitecto Scott Bromley mientras convertía un viejo estudio televisivo en la pista de baile de Studio 54, la frase es una síntesis admirable de la disco más famosa de la escena disco de los 70. Explica también por qué artistas de la vanguardia neoyorquina, niños terribles de las familias yanquis, músicos, aristócratas, sultanes, choferes de limusinas y empleados de McDonald's llegaban hasta el barrio más sórdido de Manhattan y se sometían a los caprichos de un portero adolescente, en busca de quince minutos de fama bajo los destellos de la bola espejada. Un escenario del que pueden verse las bambalinas en un completo documental que está emitiendo este mes la señal E! Entertainment Television, y que se verá hoy, desde las 17, en una vuelta de tuerca al fenómeno de interés en torno de aquella disco, sobre la que hay, además, dos largometrajes estrenados este año en Estados Unidos. Fundado en 1977 por Ian Schnagger y Steve Rubell, el club se convirtió enseguida en el centro de la vida nocturna de Manhattan, y en un exclusivo espacio frecuentado, entre otros, por Cher, Brooke Shields, Donald e Ivana Trump, Andy Warhol y Calvin Klein, que sabían que dejarse ver en la disco era un excelente truco publicitario. Dos de los personajes más curiosos entre los entrevistados por el canal son los hermanos DuPont, herederos del imperio petroquímico de la familia que lleva su apellido, y asiduos concurrentes al Studio. Felices y sorprendidos de haber sobrevivido a tantas noches descontroladas, registran para cámara sus mejores anécdotas de habitués. "Conocí a Betty Ford en una fiesta, en la pista del Studio" cuenta uno. "Y después me reencontré con ella, cuando fui a rehabilitarme de las drogas al centro que fundó", remata. Y los entrevistados parecen competir por el recuerdo más jugoso, como hace veinte lo hacían en las puertas, con atuendos estrafalarios, para impresionar al portero. "Truman Capote fue disc jockey por una noche"; "Bianca Jagger inició la tradición de las fiestas temáticas, cuando jugó a ser lady Godiva en un caballo blanco dentro de la discoteca", rememoran. El sexo y las drogas eran, con la música disco, la trilogía magnética del local. "Nadie se sorprendía porque alguien preparara unas rayas sobre la mesa", cuenta uno de los barmen. "A nosotros solían darnos la propina en drogas. Tirábamos los frasquitos llenos de coca en un recipiente, y al final de la noche la repartíamos entre los empleados", recuerda. Cuenta la leyenda que los balcones que daban al escenario eran uno de los lugares favoritos para encuentros furtivos. "Recubrieron el piso con hule negro, para limpiar más fácilmente las huellas de tantos cuerpos teniendo relaciones sexuales", apunta un ex empleado. Cuando Studio 54 era la disco más conocida del mundo, la mimada de los medios y de las
celebridades, la dirección general de impuestos la fijó como blanco. La evasión era
enorme, y había muchas pruebas. Schnagger y Rubell pasaron dos años en prisión, no sin
antes despedirse con una megafiesta. Studio se cerró hasta que en 1981 el empresario Mark
Fleischmann lo compró y lo reabrió. Los tiempos habían cambiado: era entonces el
refugio de los primeros yuppies. Pero al reducto que había sobrevivido a todo --hasta a
cinco meses sin licencia para vender alcohol, y aun así lleno cada noche-- le quedaban
pocas fiestas. Fleischmann abandonó el negocio en 1984, convencido de que la gloria no
volvería. Rubell murió de sida en 1989, y Schnagger es hoy un respetable empresario
hotelero. La que alguna vez fue la entrada más difícil de franquear de Manhattan hoy se
vende al mejor postor: los dueños del edificio lo alquilan para reuniones empresariales,
cumpleaños desenfrenados y, por qué no, fiestas de quince. |