También en
Estados Unidos nada es tan popular como el sexo. Las encuestas demostraron ayer que el
presidente Bill Clinton había subido seis puntos en la opinión pública. Y eso
inmediatamente después de la emisión de las cuatro horas y media de video con las cuatro
horas y media que el fiscal Kenneth Starr pasó el 17 de agosto interrogándolo
exhaustivamente sobre los detalles de las prácticas íntimas a las que se había
entregado con la pasante Monica Lewinsky. Los sondeos le complicaron a la oposición
republicana la estrategia de destitución. Los demócratas que en su mayoría
votaron a favor de la difusión del video no se cansan ahora de denunciar a los que
quieren humillar a su jefe. Entretanto, las cadenas de televisión, que
censuraron el material, perdieron millones de dólares.
Una parte de la opinión pública norteamericana considera que mentir, en un caso de
adulterio, es algo comprensible aunque no sea justificable, y que el país debería pasar
la página. Pero muchos legisladores en el Congreso en su mayoría abogados
opinan que es imposible obviar el perjurio de un jefe del Ejecutivo que juró defender la
Constitución. De hecho, los aliados demócratas del presidente son los primeros en
reclamar sanciones, con la esperanza de evitar así que los republicanos pidan la cabeza
del presidente. Su proposición consistiría en limitarse a votar una sanción de censura
y a multar al presidente con los millones de dólares que costó la investigación Starr.
Hay un antecedente. El portavoz de la Cámara de Representantes, el ultraconservador Newt
Gingrich, recibió una reprimenda en febrero de 1997 y fue condenado a pagar
300.000 dólares por haber inducido a error a la Comisión de Etica del Congreso en un
caso de financiamiento político.
Pero la mayoría de legisladores, ya sean republicanos o demócratas, admiten que la
Cámara de Representantes no tiene más opción que seguir adelante con el proceso
constitucional que, al final, podría derivar en la destitución del presidente. Para
algunos conservadores como Tom Delay, jefe de la bancada republicana, la censura y la
multa son un castigo insignificante. Mientras tanto, la Comisión Judicial
propondrá a principios de octubre la apertura de una investigación preliminar para
determinar si los elementos del informe Starr justifican o no iniciar un juicio político
que podría acabar con la expulsión del mandatario.
Los norteamericanos estiman que la publicidad de todo el sexo del presidente es incómoda
cuando tienen que explicarles a su descendencia qué es una fellatio, y reconocer que
Clinton no estuvo bien en mentirle a la Justicia, pero en un 66 por ciento según la
última encuesta de CNN, Gallup y Usa Today opinan que nada es tan grave como para
sacarlo del puesto. El 63 por ciento de los estadounidenses también cree que no hay
motivos para que dimita, y un 48 se opone a cualquier tipo de castigo. El 66 sigue
satisfecho con su manera de dirigir el país.
La frontera entre tabloides y prensa seria se disipó ayer en Estados Unidos,
donde la competencia es feroz, y la severidad real o impostada de los diarios parece
distanciarse de los resultados de las encuestas y de las cartas de sus propios lectores.
Los medios de comunicación informaron de casi todos los detalles morbosos del informe
Starr, que el lunes se hizo público en su totalidad, en nombre de la transparencia
democrática o de lo que se jugaba para el presidente. El New York Times opinó ayer que
la presidencia de Clinton se había convertido en tal lodazal que la emisión
del video tuvo un efecto cívico saludable. Cada canal de televisión perdió
casi un millón de dólares al reemplazar los tradicionales talk shows y telenovelas para
amas de casa por las cuatro horas de monótona declaración presidencial sin cortes
publicitarios pero de la que se habían extirpado con prudencia las partes más calientes.
El diario The Washington Post reveló ayer que el FBI demostró que las grabaciones de
Lewinsky entregadas por su ex amiga y confidente Linda Tripp la misma que la
convenció de no lavar el semen presidencial delvestido de fiesta no eran cintas
originales, como constaba en el informe Starr. Linda Tripp dijo que jamás tuvo
motivos políticos para informar del sexo presidencial de Lewinsky, sino que su
única motivación era la verdad. Pero mientras sus adversarios creen que todo
es sexo, el presidente Clinton, que debate en estos momentos con los asesores de la Casa
Blanca la estrategia a seguir, sigue pensando en que todo es política. Y tiene que
plantearse cuáles son los costos de presentarse al Congreso y confesar todo lo que ya
confesó, o esperar a octubre para ver qué decide la Comisión Judicial. Los abogados de
Clinton, Charles Ruff y David Kendall, en una carta dirigida ayer a la Comisión, acusaron
a Starr de tergiversar en su presentación el testimonio de Monica Lewinsky. La
decisión de Starr de excluir específicamente las declaraciones justificatorias de
Lewinsky y desmentidos expresos plantea graves interrogantes sobre la imparcialidad
fundamental del reporte de Starr, señalan. En todo caso, las encuestas siguen
siendo la guía más fiel para saber cómo vencer en las elecciones legislativas del 3 de
noviembre.
LOS HECHOS SEGUN UN EDITORIAL DE THE
GUARDIAN
Una jugada que salió muy mal
Otro
día. Otras 2800 páginas de testimonio. Otros 243 minutos de evidencia grabada en video.
Otra semana con el gobierno más poderoso y sofisticado del mundo inmovilizado y
paralizado. Otra andanada de preguntas y revelaciones dolorosamente entrometidas. Y al
final el índice Dow Jones subió; la nación se encogió de hombros y regresó al
trabajo.
Los hacedores de imagen republicanos y su pequeñas cámaras de resonancia de este lado
del Atlántico habían tratado de convencernos de que las cuatro horas de la filmación
del testimonio del presidente Clinton frente al Gran Jurado serían desvastadoras.
Veríamos al presidente perdiendo los estribos arrancándose el micrófono y dando un
portazo. Lo veríamos sudando como Nixon mientras se retorcía atormentado y mentía.
Starr podía haberlo herido. Este video lo mataría.
Qué error. No hubo salidas estruendosas, ni obscenidades de los labios presidenciales,
ningún estallido. Clinton estaba de los más compuesto y digno, aunque hubo ocasionales
asomos de frustración y de ira controlada, especialmente con el caso Paula Jones, que se
discutió en abril. Confesó francamente una conducta inapropiada, equivocada e íntima
con Monica Lewinsky. Dijo que no creía apropiado entrar en más detalles sobre eso y se
negó a hacerlo. Puso mucho énfasis en su derecho a la privacidad, y la de su familia.
Habló con ternura y preocupación de Lewinsky: una buena chica, con un buen
corazón y una buena mente... una buena persona. Por otro lado, también fue sin
dudas evasivo y, en algunas instancias, deshonesto, cuando fue presionado en torno de los
detalles específicos de sus encuentros sexuales con Lewinsky. Sus respuestas en relación
con Kathleen Willey, otra empleada de la Casa Blanca, fueron trilladas y pobres. Daba
vueltas el lenguaje, usaba giros leguleyos y se detenía en insignificancias legales de
modo tan tedioso como risible. Hubo mucho que deplorar, pero más para admirar en la
conducta del presidente. La mayoría de los premios por conducta inapropiada fueron para
Starr y su equipo.
¿Pero dónde nos deja exactamente todo esto? Todavía hay que escuchar alguna palabra
sobre los motivos originales de la investigación de Starr. Y sobre Whitewater, Travelgate
y los archivos del FBI por ahora todo es silencio. Lo único que tenemos es un presidente
priápico que miente sobre el sexo. Tenemos a un Newt Gingrich con ambiciones
presidenciales propias que mueve títeres en secreto en una ciudad capital, Washington,
notoriamente aislada del pulso de la nación. Tenemos a un Partido Demócrata que nada
teme más que el derrumbe en las próximas elecciones legislativas, reacio a unirse
detrás de su presidente y deseoso de que el problema desaparezca cuanto antes y a
cualquier precio. La receta que resulta de esta sumatoria de elementos es desastrosa y muy
recomendable para producir mayores desastres.
Hay dos soluciones posibles para romper con las cadenas que lo atan, y ambas están en
manos del presidente Clinton. La primera sería renunciar. Podría decirles a sus
conciudadanos que no se merece el juicio político. Podría admitir que fue alocado y
deshonesto, pero que sus mentiras fueron sobre sexo y no sobre poder o dinero. Podría
decir que desea ahorrarle a su país las agonías e indignidades de seguir con esta
tragicomedia hasta el fin. En el corto plazo, sería una victoria para sus enemigos, pero
la pesadilla inmediata habría terminado.
La otra solución para el presidente Clinton sería abandonar todos los sofismas de
leguleyo, y cortar las discusiones acerca de sexo, coito y relaciones impropias. Podría
hacerlo ante la Comisión Judicial de la Cámara de Representantes o en televisión
nacional, de costa a costa. Monica y yo tuvimos una relación sexual. No fue muy
inteligente tener sexo, y menos inteligente fue mentir después sobre eso, pero ocurrió.
Apóyenme o rechácenme, pero salgamos de esto. Cortarles el juego a los
republicanos de esta manera es la única forma de salir del apuro.
Un mundo sin
rumbo
Por Eugenio Zaffaroni *
El año pasado, Ignacio Ramonet describió el poder planetario actual
distribuido en forma reticular, en lo que llamó Un mundo sin rumbo. Aunque alcanzó menos
notoriedad que la guerra cultural de Huntington o el paraíso de Fukuyama, hoy la realidad
confirma su diagnóstico. Lejos de preocuparse por esta verificación, la atención
mundial se centra en la última producción menor de la mala industria pornográfica
norteamericana: la del Pequeño Inquisidor Starr. El es pequeño, porque no puede
compararse con el de Dostoievski; su producción es menor, porque se invirtieron sólo
cuarenta millones; y es mala, porque es menos creativa que las viejas Memorias de una
princesa rusa. Queda demostrado que no son necesarios muchos recursos ni ingenio cuando se
dispone de un gran protagonista. Como en las telenovelas, el público juzga a los
personajes y se afirma que Clinton es una víctima. Quizá lo sea, pero no de Starr y los
republicanos, sino de su propia falta de coraje: Clinton no tuvo la valentía de negarse a
responder preguntas sobre su vida privada. Costó mucha sangre separar el ámbito de la
moral privada del derecho. Fue el gran aporte de Occidente con el iluminismo y el
liberalismo político, que puso en la base del pensamiento moderno el respeto a la
conciencia de cada ser humano, y la consiguiente preservación de ese ámbito de toda
interferencia del Estado. Como todo esto es pensamiento moderno, el presidente
posmo de la primera potencia no lo tuvo en cuenta. No defendió la garantía
de reserva, que marca el límite entre una república y un fundamentalismo. Ante la
amenaza de los ayatolas locales, Clinton tuvo la oportunidad de ser el gran reivindicador
del respeto por lo privado. Estuvo a años luz de ese papel histórico, al optar por la
triste figura que pide perdón por haber mentido al responder preguntas que nunca debió
responder. No supo defender su privacidad y mal puede pensarse que sea capaz de defender
la de todos. Contrasta con su propia mujer, mucho más dignamente republicana (sin duda,
también más inteligente). Clinton es el modelo posmo del político preparado
para llegar, pero sin saber para qué, hasta el punto de dejar en el camino los principios
republicanos y someterse a los antojos de un payaso inquisidor. Ramonet tiene razón:
estamos en un mundo sin rumbo, pero no sólo por la estructuración del poder, sino
también por la falta de pilotos.
* Director del Departamento de Derecho Penal y Criminología UBA. Vicepresidente de la
Asociación Internacional de Derecho Penal. |
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