Por Angel Berlanga
Escribió
centenares de poemas que sirvieron de apoyo estratégico a varias generaciones para dar
pasos definitivos en cuestiones de amor, y eso sólo debería ser suficiente para que no
se lo lleve el olvido. Desde 1924, cuando tenía apenas 19 años, millones de personas
leyeron en distintos idiomas sus 20 poemas de amor y una canción desesperada. Ese libro
lo lanzó a la fama y a recorrer el mundo. Un poeta tiene que estar enamorado,
enamorado hasta el último minuto de su vida. No creo en los que no toman vino, en los que
no se enamoran, decía este chileno, nacido el 12 de julio de 1904 en Parral como
Neftalí Reyes Basoalto, pero conocido como Pablo Neruda. Y ahí están los biógrafos e
investigadores, desempolvando cada tanto amores más o menos clandestinos de quien es
considerado uno de los más grandes poetas latinoamericanos de la historia.
Veinticinco años atrás, Neruda fue víctima de dos cánceres simultáneos. Lo informaron
del cáncer de próstata poco antes de que le otorgaran el Premio Nobel de Literatura, en
1971. El otro se desató el 11 de setiembre de 1973, cuando apareció Pinochet, el golpe
de Estado y los perros militares adiestrados para matar. Y aunque los médicos tenían
controlado el cáncer interno y le vaticinaban varios años de sobrevida, las noticias del
desastre de la dictadura lo liquidaron en doce días. Supo de la muerte del presidente y
amigo Salvador Allende y al día siguiente se le instaló la fiebre. Supo de los
secuestros y crímenes de Santiago y se agravó. Lo llevaron en ambulancia desde Isla
Negra a una clínica de la Capital. Luego supo del saqueo de su casa y decidió aceptar el
asilo en México. Finalmente supo del asesinato de Víctor Jara y fue demasiado. El 22 a
la noche se durmió y ya no despertaría.
En esos días de setiembre Neruda trabajaba en Confieso que he vivido, un libro que
contiene sus memorias y que no llegaría a terminar. Allí cuenta la historia de su primer
poema. Era muy chico y apenas había aprendido a escribir: Sentí una intensa
emoción y tracé unas cuantas palabras semirrimadas, pero extrañas a mí, diferentes del
lenguaje diario, anotó. La anécdota cierra con el niño que le lleva el poema al
padre. El hombre lee sin mucha atención, devuelve el papel a su hijo y antes de seguir en
lo suyo pregunta: ¿De dónde lo copiaste?.
La anécdota puede llevar a pensar que el padre de Neruda era editor, pero no: era
empleado ferroviario y se llamaba José del Carmen Reyes. Su mujer, Rosa Basoalto, murió
al mes siguiente de que naciera aquel crío al que bautizarían Neftalí Ricardo. En 1906,
don José se mudó a Temuco junto a su hijo y se casó otra vez. A los 14 años Neftalí
Reyes publicó sus primeros poemas en la revista Corre-Vuela, de Santiago. A los 15 y tras
distintos seudónimos, su producción se amplió y se extendió a revistas de otras
ciudades; un año después se decidió por Pablo Neruda. Entonces viajó de Temuco a la
capital chilena, estudió francés e hizo traducciones, multiplicó la publicación de
artículos y poemas en diarios y revistas, y en 1923 editó su primer libro,
Crepusculario.
El recorrido diplomático de Neruda también fue nutrido y ocupó buena parte de su vida.
Comenzó en 1927, cuando fue nombrado cónsul en Rangún, Birmania, y terminó en 1972
como embajador en Francia, durante el gobierno de Allende. En 1933, mientras estaba a
cargo del consulado chileno en Buenos Aires, conoció a Federico García Lorca y se
hicieron amigos. El vínculo se fortaleció gracias a que Neruda fue nombrado cónsul en
Barcelona en el 34 y en Madrid al año siguiente. Allí fundó y dirigió la mítica
revista Caballo Verde para la Poesía, y se relacionó con Miguel Hernández y Rafael
Alberti, entre otros. La alegría en España se apagó con el comienzo de la guerra civil,
el asesinato de Lorca y su destitución diplomática. Luego Neruda sería nombrado cónsul
para la emigración española, con sede en París, donde gestionó a favor de miles de
refugiados del régimen de Franco. Leer una cronología exhaustiva de la vida de Neruda
impresiona por varias razones. A la vastedad de su obra (Residencia en la tierra, Canto
general, Los versos del Capitán, Cien sonetos de amor, Memorial de la Isla Negra, La
espada encendida, Fin de mundo y una treintena de libros más), se suma la enorme cantidad
de traducciones en las más diversas lenguas, los premios recibidos, los homenajes varios,
las personalidades conocidas, las amistades con artistas e intelectuales históricos y los
continuos viajes por todo el mundo. Además fue senador entre 1945 y 1948, y candidato a
presidente por el Partido Comunista chileno en 1970, hasta que supo de la postulación de
Allende y renunció.
Sus críticos ven claro que la consolidación política de Neruda a favor del comunismo, y
su anunciada decisión de incluir en sus versos problemáticas políticas y sociales,
derivó en una caída de su calidad poética. Yo me propuse como un deber bastante
difícil ser un cronista de mi época, de mi país dijo en una entrevista de María
Esther Giglio en 1971. Y usé, para eso, un verso deliberadamente prosaico; esto
asoma en Canto general. Quise asumir la función del antiguo poeta de las canciones de
gesta; sentí que no se trataba solamente de hacer poesía. Quise en algún sentido ser el
poeta de las esquinas. (...) Pero no es tan grande la parte política; lo que ocurre es
que duele mucho a los que no están de acuerdo. Pasé a ser el maldito, una clase de
maldito que no gusta; gusta el que se emborracha, el que se droga en las
buhardillas.
De todas formas, ¿cómo digerir sus poemas y odas de alabanza a Stalin, aunque parezca
haber consenso sobre su ignorancia acerca de los crímenes de quien llamó el
cíclope del Kremlin? Sus poemas le sirvieron para ganarse la vida y también para
captar la atención de las damas, asunto importante en la vida del poeta. Su primera
esposa fue María Antonieta Hagenaar, holandesa, con quien tuvo una hija, Malva Marina
(fallecida a los 7 años, cuando sus padres ya estaban separados). Su segunda mujer fue la
argentina Delia Del Carril, 24 años mayor que él; se conocieron durante 1934 en Madrid.
Su última compañera, Matilde Urrutia, lo acompañó desde 1955 hasta el final, cuando
aquellos días de espanto de setiembre del 73. Los dos, el poeta y su última dama,
ahora duermen juntos el sueño final en Isla Negra, en los jardines de la última casa que
compartieron. El, antes de abandonar la vigilia, hizo un repaso a fondo y concluyó:
confieso que he vivido.
El delirio de los últimos momentos
Pasó del sueño a la muerte
Por Marcel Socías Montorra
Desde Santiago de Chile
El último respiro del
poeta fue del sueño a la muerte, lejos de su Isla Negra, en un país donde
la primavera se detenía por la llovizna y las balas del golpe militar. Pero aun cuando
las balas detuvieron la llegada de aquella primavera y terminaron con la vida de no pocos
chilenos, no conseguirían lo mismo con la obra de Pablo Neruda, testimonia la historia.
Así lo percibía su esposa durante los minutos finales de su vida, cuando el cáncer de
próstata y el dolor por la violencia desplegada por los militares estaban callando su
voz, a los 69 años. Era el día 23 de setiembre recordaría su viuda Matilde
Urrutia allí en la pieza de la clínica Santa María. Mis ojos están pendientes de
Pablo. De repente veo que se agita. Qué bueno, va a despertar. Me levanto. Un temblor
recorre su cuerpo, agitando su cara y su cabeza. Me acerco: había muerto. Pasó del
sueño del día anterior a la muerte.
Desde 1960 que los médicos le habían diagnosticado al poeta un cáncer a la próstata,
enfermedad que al poco tiempo se fue sumando a su flebitis y frecuentes ataques de gota.
Sin embargo, prefirió soslayar los malestares y no perder de vista su manera lúdica de
vivir, comprando antigüedades en todo el mundo, coleccionando caracolas, repartiendo
poesías y abriendo sus casas para recibir a cuanto amigo estuviera dispuesto a festejar.
Así fue avanzando silencioso y traicionero el cáncer que ya en 1972 cuando
regresó definitivamente a Chile tras recibir en 1971 el Premio Nobel de Literatura
lo mostraba cansado, cojeando y apoyado en un bastón. Peor fue el golpe militar que
derrocó al presidente Salvador Allende el ll de setiembre de 1973, el verso
gris que sumó los dolores del cuerpo a los del espíritu. Los están matando, los
están matando, repetía el poeta en su delirio de Isla Negra, cuando los
acontecimientos de setiembre estaban desatados. Se refería, claro, a los miles de
chilenos que iban siendo asesinados por la feroz represión ordenada por el general
Augusto Pinochet. Neruda no podía superar la angustia que le había originado la muerte
de Allende, a quien admiraba incondicionalmente.
Con el poeta casi inconsciente y agonizando, su esposa decidió viajar el 22 de setiembre
desde Isla Negra en el litoral central chileno a Santiago, confiando en que
los médicos de la capital pudieran salvarlo. Pablo estaba quebrado por dentro
comentó en sus memorias ... él, que tenía una fuerza sobrehumana, en ese
momento se quebró. Pese a los intentos médicos, a las 22.30 del domingo 23 de
setiembre de 1973 murió. Como estaba prohibido por los militares visitarlo, sólo lo
acompañaban Matilde, su hermana Laurita y la escritora Teresa Hamel. Ellas vistieron el
cadáver y no lo abandonaron incluso cuando el personal de la clínica lo trasladó a un
sórdido pasillo de acceso a la capilla del centro asistencial, ocupada en ese momento por
un féretro con mucha pompa y candelabros de metal. Luego vino el velorio en la casa que
Neruda había construido en Santiago La Chascona, en ese momento completamente
destrozada por las mismas manos que destrozaron gran parte del país durante los
allanamientos del golpe militar.
Y a pesar del miedo, la muerte y las amenazas, poco a poco comenzaron a llegar sus amigos,
embajadores, humildes y asustados obreros, compañeros del Partido Comunista y escritores,
todos en un rito silencioso y amargo donde destacaba la corona de flores que envió el rey
Gustavo Adolfo de Suecia: Al gran poeta Pablo Neruda, Premio Nobel. Más tarde
comenzó el cortejo fúnebre hacia el Cementerio General de Santiago, bajo la llovizna y
vigilado por militares con sus fusiles apuntando a los deudos. Aun así, poco a poco
fueron saliendo las voces que recitaban a gritos los poemas de Neruda y de vez en cuando
cantaban La Internacional, ante todo como un desafío. Aquella tarde no fue posible
cumplir con el poema testamento de Neruda, cuando solicitaba enterradme en Isla
Negra frente al mar que conozco. La represión militar sólo permitió sepultarlo en
un nicho prestado del Cementerio General. Recién 18 años más tarde una vez
recuperada la democracia en Chile sus restos y los de Matilde Urrutiafueron
trasladados por fin a Isla Negra en 1992. Sólo entonces el poeta pudo volver a respirar,
de la muerte al sueño...
Definiciones sobre el oficio de las palabras
Un poeta tiene deberes
Yo no aprendí en los libros ninguna receta para la composición de un poema,
y no dejaré impreso ni siquiera un consejo, modo o estilo para que los nuevos poetas
reciban de mí alguna gota de supuesta sabiduría.
u Algunos me creen un poeta surrealista, otros me creen realista, y otros no me
creen poeta. Todos tienen un poco de razón y otro poco de sinrazón. Me place el libro,
la densa materia del trabajo poético, el bosque de la literatura; me place todo, hasta
los lomos de los libros, pero no las etiquetas de las escuelas. Quiero libros sin escuelas
y sin clasificar, como la vida.
u Cada día detesto más las entrevistas. No sé cómo pude dar la primera, pero
después ya resultaron un vicio y un abuso. Un vicio por parte de uno, un abuso por parte
de los otros. Creo que las entrevistas literarias no conducen a nada, y no veo ni el
objeto ni la finalidad en molestarse y molestar a los poetas que están haciendo
constantemente una sola cosa: poesía. Lo principal en estos casos parece centrarse
siempre sobre algo que considero completamente inasible: el proceso literario, el proceso
del trabajo poético, lo que se llama el camino de la creación. Todas estas palabras para
definir la urgencia que tiene un verdadero escritor para escribir su prosa o su poesía.
Nunca entendí nada de este asunto, pero puedo decir que mi trabajo ha sido continuo desde
que tuve uso de pluma, uso de lápiz, uso de papel; no uso de razón, que todavía no la
alcanzo. Pero desde que tuve a mi alcance los implementos necesarios nunca he dejado de
hacer lo mismo. Y nunca me preguntaba por qué lo hacía, ni podría explicarlo
tampoco.
u Los enemigos de la poesía no están entre quienes la profesan o resguardan, sino
en la falta de concordancia del poeta. De ahí que ningún poeta tenga más enemigo
esencial que su propia incapacidad para entenderse con los más ignorados y explotados de
sus contemporáneos; y esto rige para todas las épocas y para todas las tierras.
u El poeta no es un pequeño dios. No está signado por un destino cabalístico
superior al de quienes ejercen otros menesteres y oficios. A menudo expresé que el mejor
poeta es el hombre que nos entrega el pan de cada día: el panadero más próximo, que no
se cree dios.
u Yo escogí el difícil camino de una responsabilidad compartida y, antes de
reiterar la adoración hacia el individuo como sol central del sistema, preferí entregar
con humildad mi servicio a un considerable ejército que a trechos puede equivocarse, pero
camina sin descanso y avanza cada día enfrentándose tanto a los anacrónicos
recalcitrantes como a los infatuados impacientes. Porque creo que mis deberes de poeta no
sólo me indicaban la fraternidad con la rosa y la simetría, con el exaltado amor y con
la nostalgia infinita, sino también con las ásperas tareas humanas que incorporé a mi
poesía.
u Tal vez los deberes del poeta fueron siempre los mismos en la historia. El honor
de la poesía fue salir a la calle, fue tomar partido en este y en el otro combate. No se
asustó el poeta cuando le dijeron insurgente. La poesía es una insurrección. No se
ofendió el poeta porque lo llamaron subversivo. La vida sobrepasa las estructuras y hay
nuevos códigos para el alma. De todas partes salta la semilla; todas las ideas son
exóticas; esperamos cada día cambios inmensos; vivimos con entusiasmo la mutación del
orden humano: la primavera es insurreccional.
u Yo he dado cuanto tenía. He lanzado mi poesía a la arena y a menudo me he
desangrado con ella, sufriendo las agonías y exaltando las glorias que me ha tocado
presenciar y vivir. Por una cosa o por otra fui incomprendido, y eso no está mal del
todo.
Reflexiones sobre Borges, Girondo, Perón
Sólo aptas para argentinos
He aquí
cuatro reflexiones de épocas de Pablo Neruda, tomadas de entrevistas, sobre temas y
personajes sobre todo importantes para los argentinos.
u Sobre Borges. Hay que pensar, cuando se habla de Borges, que es natural que a uno
no pueda satisfacerle jamás una actitud tan probadamente, tan empeñosa y cultivadamente
reaccionaria como la de él. También es natural que la excelencia intelectual de Borges
haga que su figura y su palabra sean siempre examinadas y vistas como si fueran tan
translúcidas que pudiéramos penetrar hasta el otro lado de su sentido o de su
transparencia. Muchos argentinos han recibido, con gran molestia y no poca ironía, sus
palabras despectivas sobre la resurrección vital y plena del movimiento peronista (en
1973). Hay algo en esto de su viejo narcisismo de escuela inglesa y por ese motivo no
debía preocuparnos. Claro, desconciertan si vienen de un hombre que, además de ser un
gran escritor, es también un erudito y un ilustre archivero, puesto que fue el gran
bibliotecario del país. Pero a pesar de sentirme y ser antípoda de sus ideas, yo
proclamo y pido que se conduzcan todos con el mayor respeto hacia un intelectual que es
verdaderamente un honor para nuestro idioma.
u Sobre Oliverio y la solemnidad. Quiero luchar en todos los terrenos contra la
solemnidad invasora que me amenaza a mí y a todo el mundo. Entre las cosas formidables
que tuvo mi amigo, el gran poeta Oliverio Girondo, recuerdo que le gustaba hacer
extravagancias. Una madrugada salimos en el carrito de un lechero y llegamos a una
estación de trenes. Nos dispusimos sin saber hacia dónde iba ese tren a
formar parte de la cola, en la que había naturalmente mucha gente. De pronto Oliverio,
que tomó un sitio en la cola un poco más adelante que yo, se sacó los pantalones y
cuidadosamente, como si los dejara para acostarse a dormir en la noche, se los puso al
brazo, planchaditos, y continuó leyendo imperturbable su periódico. Este es un acto
verdaderamente inmortal de Oliverio; creo que debería ser obligatorio a todos los
académicos de la historia, de la lengua, de todas partes del mundo.
u Sobre los argentinos en general. Mis recuerdos de Argentina son un poco tristes,
porque mis amigos han ido desapareciendo, y yo soy un hombre de amigos y Argentina era, y
seguramente seguirá siéndolo, un país de amigos. Yo pongo la amistad como una de las
dimensiones de mi propia vida. Argentina es para mí una época inolvidable. Siempre
tendré el recuerdo de Norah Lange, de Oliverio Girondo, de Raúl González Tuñón, de la
rubia Rojas Paz y su salón literario.
u Sobre Perón. La figura de Perón tomó las proporciones históricas que le dio el
pueblo argentino. En una época su gobierno de Perón fue profundamente anticomunista; yo
estoy en general a favor de todos los antifascistas y en contra de todo anticomunista.
Pero ha pasado mucha agua bajo el puente de Perón y bajo mi propio puente; son las aguas
de la historia las que están pasando. Y yo creo que el peronismo de entonces no es el de
1973. Ahora viene Perón, o las ideas peronistas, amarradas al gran movimiento de
liberación de los pueblos. Deseo para el movimiento justicialista y el momento actual de
la Argentina, el desarrollo más esplendoroso y mejor, es decir el que se acomode más al
pueblo argentino de acuerdo con su razón histórica y con el porvenir de la humanidad
que, naturalmente, es un porvenir progresista y antiimperialista.
El consumo fabricó un Neruda para cada gusto
Dime cuál prefieres
La industria cultural ha montado un verdadero emporio en torno a la obra y la
leyenda del poeta, que es una atracción turística de Chile.
Por Volodia Teitelboim *
Desde Santiago de Chile
Un cuarto de siglo
después del fallecimiento del poeta, multitud de automóviles se estacionan
cada día en Isla Negra como si fuera un templo de los milagros. La casa de Neruda está
convertida en una suerte de santuario. Oficialmente es un museo visitado por centenares de
miles de personas al año. Aunque en menor escala, el fenómeno se repite con sus otras
dos residencias, La Chascona, en Santiago y La Sebastiana, en Valparaíso. Mercurio, el
dios de los comerciantes, lo ha incorporado sin tapujos a sus registros contables. El
poeta pasó a formar parte de la guía turística y de la industria cultural, con todas
las ventajas y peligros del marketing. Neruda hoy vende más que cuando vivía. La
película El cartero lo confirma como personaje cinematográfico. Durante la Cumbre de los
Presidentes de América, en el banquete oficial de La Moneda, el menú impreso con letras
doradas anunció el plato de fondo: Oda al Caldillo de Congrio de Pablo
Neruda. Algunos ases de la posmodernidad fabrican con su imagen amuletos para
exorcizar el mal de amor. Cobran su precio: lo convierten en poeta políticamente
asexuado. Otros afirman sin vacilar que si Neruda viviera se incorporaría al modelo
reinante como un bardo neoliberal. Menudea el intento de parcelación. Para alguno sólo
es válido el poeta precursor de la revolución sexual. No faltan los que festejan al
juglar pájaro, al lírico ecológico. Los más vividores o consumistas celebran el
gourmet o al cosista incorregible. Cada cual elige su Neruda. Dime cuál
prefieres y te diré quién eres.
Pablo fue todo eso, y algo más. Mucho más. El que quiera averiguar cuánto más y de
qué cosa, acuda a su vida y a su obra. Porque su obra es desvergonzadamente
autobiográfica. En las páginas estampó sus señas de identidad, el quién soy. En su
autorretrato irónico se definió como poeta por maldición y tonto de
capirote. En realidad tuvo una inteligencia sin alardes y gozó con la poesía,
haciéndole el amor durante cincuenta y cinco años. No ocultó su vocación civil. Fue y
es poeta, de su pueblo, de nuestra América (sube a nacer conmigo, hermano),
de la humanidad violentada, como lo dijo la Academia Sueca cuando le otorgó el Premio
Nobel. Expresó sus sueños, dolores, visiones, anhelos, convicciones, esperanzas con una
abundancia a veces reiterativa. Varios le reprochan que pecara por exceso. Escribió
cerca de cuarenta mil versos afirma el crítico Hugo Montes y acertó en mil
quinientos. Cada lector puede hacer su propia cuantificación e indicar sus poemas
favoritos, elección siempre personal.
Queda claro que fue un poeta todoterreno y multiuso. Se enorgullecía de ser útil. Sus
obras sirven en efecto para animar nacimientos, fiestas nupciales y dar cierta profundidad
a los discursos funerarios. Proporcionan material para defender el bosque nativo, la
naturaleza saqueada y los cielos polucionados. Ofrece también versos elocuentes para
execrar al tirano y entonar los himnos de la calle. Corre el albur de ser mitificado y
también mistificado, de convertirse en una estatua instalada en la plaza del mercado. Con
todo este hombre tan cotidiano y común de rostro es ya una leyenda.
Controlaba el ego, pero no era la humilde violeta. Tenía sus pretensiones. Soñaba con
entrar al Tercer Milenio. Al parecer lo ha logrado. El corredor de fondo continua su
maratón invitando a alcanzar un mundo mejor, hecho a la medida humana. Seguirá
entregando poesía apta para seducir mujeres, disparándoles versos al corazón. No pocos
galanes del mundo reconocen que la palabra fascinante se las prestó un poeta romántico
ya clásico, que recurrió temprano al seudónimo de Pablo Neruda.
* Novelista y ensayista chileno, autor de Neruda, ex presidente del Partido Comunista
Chileno.
Un punto del mapa que él hizo famoso
En la isla de la poesía
Por Walter Krohne desde Isla Negra
Las olas del mar se
estrellan con violencia contra las rocas de figuras irregulares y extrañas de Isla Negra,
contrastando con el suave avance de la espuma del agua que se desliza hasta la tumba donde
descansan Pablo y Matilde, que siguen mirando imaginariamente hacia el horizonte o ven
caer la puesta de sol por las tardes. Este cotidiano pasar en un pequeño poblado costero
situado a unos 130 kilómetros al noroeste de Santiago es el que reclamó Neruda, como
poeta de Chile y del mundo, para que sus restos descansaran para siempre junto a Matilde.
Ella vio cómo los ojos del vate se cerraron para siempre el día 23 de setiembre de 1973,
quedando en su rostro una mirada triste porque sólo 12 días antes había muerto su amigo
Salvador Allende en un cruento golpe militar. El poeta, muerto hace 25 años, descansa
desde diciembre de 1992 en el que fuera siempre su reino del mar, tras pasar
casi veinte años en un estrecho nicho, como uno de muchos, en el Cementerio General de
Santiago, único lugar autorizado por los militares para el funeral.
Compañeros, enterradme en Isla Negra / frente al mar que conozco, a cada área
rugosa / de piedras y de olas que mis ojos perdidos / no volverán a ver, son las
últimas palabras del poeta que quedaron grabadas en lo que denominó
Disposiciones. Neruda buscó siempre pequeños paraísos para vivir en forma
plena. Desde su nacimiento en la localidad agrícola de Parral (a 350 kilómetros al sur
de la capital chilena), en el seno de una familia encabezada por un modesto trabajador
ferroviario, hasta su sepultura final en Isla Negra, donde las brisas marinas le dieron la
inspiración de su mundialmente famoso Canto General. Parra, Santiago,
Rangún, Java, Madrid, Ciudad de México, Valparaíso, Cuernavaca, París e Isla Negra,
fueron algunos lugares del mundo que habitó, buscando siempre la belleza de los lugares.
Si la poesía fue su único punto estable de referencia, puede garantizarse que el otro
fueron sus lugares. Para él, los versos y las casas eran brújulas de un viejo marino. En
buena parte es por eso que hasta aquí llegan docenas de peregrinos culturales para pasar
unas horas en el ambiente que Neruda hizo famoso. Vienen, a veces se resfrían, sacan
fotos, dialogan con los lugareños, consumen algo del mito, y se van, mejores que cuando
llegaron. Este año fue parte de ese ritual el cantante de U2, Bono, que contó luego en
Santiago que las lecturas de Neruda habían sido claves en su adolescencia en Irlanda.
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