ARTE DE CURAR |
El tipo que está en la barra, a un par de metros de mí, pide así: una copa de coñac, una de anís y otra copa vacía donde vierte ambas bebidas. Antes de cada sorbo se pasa la mezcla por debajo de la nariz. Tengo la impresión de que me miró varias veces. Me incomoda la insistencia. --Discúlpeme, ¿pero nos conocemos de algún lado? --le digo. --No creo --me contesta. --Se lo pregunto porque me pareció que me miraba fijo. --No. El que lo miraba fijo era mi ojo de vidrio. Ahora lo tengo bien de frente y no noto diferencia entre un ojo y otro. El tipo se señala el izquierdo. --Este --me dice--. Usted se preguntará qué me pasó, si tuve un accidente. Nada de eso. Perdí el ojo por mi propia voluntad. En realidad no lo perdí, lo tengo guardado. --¿Dónde lo tiene guardado? --En un Banco de Organos. Es una historia un poco larga, pero si tiene tiempo se la puedo contar. Yo desde niño amaba los dibujitos animados. Mi héroe siempre fue Walt Disney, el padre de Mickey, Pluto y el Pato Donald. También me apasionaban los mecanos. Mis padres y mis tíos siempre me regalaban mecanos. Tanto es así que todavía, en la vieja casa familiar donde vivo, hay tres habitaciones ocupadas por construcciones gigantescas, armadas con mecanos, que llegan hasta el techo. Pero de los de antes, con tuercas y tornillos, no los de plástico de ahora. Por la noche, cuando llego a casa, siempre le agrego algo. --¿No se está desviando un poco en cuanto al tema del ojo? --Ya le va a encontrar la relación. Tenga paciencia. Un día me enteré de que Walt Disney está vivo, por decirlo de alguna manera. Se hizo congelar en vida para esperar el momento en que se descubra el remedio que curará su enfermedad. Y ahí asocié tres cosas: los mecanos, Walt Disney y una rama fundamental del arte de curar. Nuestro cuerpo finalmente no es más que un mecano complejo, un Rasti de carne humana, con piezas muy bien ensambladas. Siempre se trata de partes conectadas, acopladas, encajadas, encastradas, ajustadas, empalmadas. Se interrumpe para pedir otra vuelta. Mezcla y sigue: --Muchos de los órganos están repetidos. Soy una persona muy cuidadosa y previsora y reflexioné que con el tiempo podía llegar a sufrir enfermedades o accidentes en los que perdiera alguno de esos órganos y después tendría que andar mendigando para que me cedieran una oreja o un ojo. Así que me hice extirpar todo lo reiterado. No sólo un ojo y una oreja, sino también una mano, un pie, un riñón y demás repeticiones. En el exterior tengo prótesis. No siempre del mismo lado. Alternadas, para no romper el equilibrio. También guardé en frío un pedazo de hígado porque es un órgano que se reproduce. Ahora puedo dormir tranquilo, no necesito pedirle nada a nadie; mis cositas están bien cuidadas en un Banco de Organos. Y con la ventaja adicional de que cuando llegue el momento del recambio no producirán rechazo porque son mías. --¿Dónde se interviene, si no es indiscreción? --Tuve la suerte de cruzarme con un cirujano extraordinario, un mago del bisturí. Mi mentor y de algún modo un alma gemela. Arma y desarma lo que sea en cuestión de segundos. Trabaja con música de Wagner. Después de la operación, con la "Cabalgata de las Walkirias" a todo trapo, lo que uno respira en el quirófano es el triunfo de la voluntad, la previsión y la precisión. --Un poco dentro de la línea del Dr. Frankenstein --digo haciéndome el gracioso. --No me hable de ese chapucero, ni se le ocurra mencionarme a Frankenstein. ¿Vio cómo estaba armada esa pobre criatura? Toda remendada, llena de cicatrices, de costurones. No había una sola pieza que coincidiera. Ese tipo era un animal. No estaba capacitado ni para calar una sandía. --Veo que tiene la oreja derecha más caída que la otra. ¿Es la suya o la artificial? --La imperfecta es la mía. La naturaleza siempre comete errores. El Dr. Herman Doppelganger, nunca. Es un artista. --Seré curioso, ¿qué es esa cosa que está tomando? --Medio de anís y medio de coñac: Sol y sombra.
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