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MAS DE UN CENTENAR DE PERSONAS DUERME EN LA ESTACION CADA NOCHE
En el Retiro de los olvidados

La estación Retiro recibe noche a noche más de un centenar de personas sin techo --a veces llegan a superar los 150-- que buscan abrigo y el único baño que queda abierto. El año pasado la Secretaría de Acción Social porteña sólo había contado 21. Algunos llevan meses durmiendo allí.

A partir de las cinco de la tarde y hasta las seis de la mañana, los sin techo buscan abrigo en Retiro.

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Por Alejandra Dandán

t.gif (67 bytes) Es homeless. Lleva la voz espesa, solemne. "Seis grados bajo cero de sensación térmica", dice su auricular. "Soy... el Lobo Estepario", se presenta. No pierde el temple por el frío pero sí la mirada. Es noche, está sentado en la terminal de ómnibus de Retiro, como desde hace cuatro meses. Espera el alba urbana a la altura del andén 30. Don Angel, seudónimo del Lobo, es uno de los 110 sin techo obligados a trasformar la terminal en un gran dormitorio. El hall de la estación privatizada se convirtió este año en albergue nocturno de los hombres de la calle. Un año atrás Andrés no estaba en la estación, tampoco Susana o el viejo Héctor. El sondeo de la Secretaría de Acción Social porteña contó entonces 21 personas durmiendo en Retiro. Este año se repitió aquel chequeo: los números fueron 167. La terminal presta techo desde las 5 de la tarde hasta las 6 de la mañana del otro día, hora en la que algunos uniformados anuncian --como gallos entre las sillas-- que es hora de levantarse.

"Es necesario que se comprenda esto: No es que queramos ser cirujas, te obligan a ser ci-ru-ja." Como el Lobo de Hermann Hesse, Angel se hunde en la estepa porteña y nocturna. "Soy Angel Roberto Sansul Amat, Amat significa amado", formaliza ahora la presentación. Tiene HIV, acaba de someterse a una operación y esa silla de Retiro sirve al postoperatorio. Llega recién del único baño de la estación. En la noche la mayor parte de los habitantes de Retiro son homeless. "Como no hay pasajeros, por ende no hay personal afectado a los baños", da cuenta de la ausencia el gerente general de la concesionaria, Angel Gómez. Por eso se cierran todos los baños, menos uno al fondo, desde donde camina el Lobo después de su cura.

La permanencia de los Sin Techo no molesta a los concesionarios. El directivo dice: "Por ahora no se hace nada. No hay denuncias de la gente". Los dejan. Pero no siempre: "¿Qué cómo te sacan? Es como si estuvieras durmiendo y te despiertan en lo mejor. Te piden pasajes: no entendés nada". Claudio Ríos hace dos meses llegó de Bahía Blanca. De día vende bijouterie, de noche cuida no ser echado de la estación. De conseguirlo enreda la correa del bolso entre las piernas, la silla y el brazo. "Te roban lo que tenés y lo que no tenés", aclara para explicar la postura exótica que se repite en cada hilera de sillas ocupadas por los hombres que, como Claudio, un día quedan, literalmente, varados.

Las quejas están dirigidas a la falta de atención o de espacio en los albergues dispuestos por el gobierno metropolitano. Carlos está reconcentrado. No duerme. Busca volver a Rosario. Llegó por un trabajo que después comprobó inexistente. Le falta dinero para el regreso. Pidió asilo. "Fui a la municipalidad y me dijeron que la semana que viene me van a pasar a buscar. Y de acá hasta ese día, ¿qué hago?" Alejandro del Corno está a cargo del Programa de los Sin Techo del gobierno porteño. Asegura que "acá hay un problema de fondo estructural que es la política de exclusión, una política de marginalidad que refuerza la exclusión". Para pilotear las demandas callejeras en estos meses el programa decidió priorizar a los de mayor riesgo y más vulnerabilidad: los que duerman en la calle.

Hace 14 años el Lobo Angel se separó. Tuvo mujer e hijo tucumanos. Optó por Buenos Aires, la misma ciudad en la que "el 10 de diciembre de 1988 me caí desde el edificio en el que colocaba una de esas antenas tipo satelitales". Por el accidente en la empresa que hoy niega recordar, el Lobo fue operado. Una transfusión originó la enfermedad. "Tengo sida pero soy un portador", dice. Los años que siguieron pegó algunas changas, vivió en albergues, pero cuando el virus era olfateado volvía a estacionarse sobre los sordos adoquines.

Brian tiene las piernas cruzadas. Trajecito de secretaria coqueta, medias de nylon y zapatos oscuros. Hay un bolso entre su falda y las manos. Corte carré. Tiene 15 días en la silla de la terminal. Está sola. Siempre estuvo sola como ahora en la estación. "Hago de cuenta --ironiza-- que estoy filmando una película." Otra secuencia de esa misma trama que un día la arrojó a la calle. Fue secretaría en escribanías, atendió una farmacia y estudió teatro. Quedó sola y sin trabajo. Algún resquicio de orgullo le impidió buscar cobijo de amigos, cada noche. También ella usa el baño de la estación, menos la ducha, que prefiere en casa de una amiga. Brian estuvo alojada en lo de su amiga. "Es tan buena..., pero no me da ¿entendés? No puedo molestarla."

A lo largo del día los destinos son varios: los más crónicos subsisten incluyéndose en los sistemas de asistencia organizados en torno a ONGs, Caritas o el gobierno porteño. Los de paso, changuean esperando la caída de la tarde.

"Lo que observamos es que la cantidad de gente que el año pasado vimos por las plazas y calles cercanas a la terminal o en la estación de trenes este año no estaba." Del Corno grafica el cambio indicando el abandono de las calles como hipótesis del incremento de homeless en la estación. Ellos mismos se fueron pasando el dato. La terminal está templada, aunque hay un solo baño y duermen bajo techo. Esta noche el Lobo Estepario tiene una mochila azul y medias de vestir al tono. Al tono del impermeable y de los jeans. Abre el cierre del bolso, saca el termo. Se queja porque ni siquiera agua caliente gratis puede conseguir un ciruja. Apoya la mochila en el piso: hay una hoja clasificada de diario, dos camisas azul rayadas y medicina muestras gratis.

Don Angel no habla a gusto de su historia. Prefiere imprecisiones, acaso para evitar quedar atrapado. "Hay dos Argentinas --filosofa--, la de quienes no saben qué cantidad de dinero tienen, y la nuestra, que no sabemos si te van a cobrar el aire respirado." Susana, en cambio, logró algunas ventajas: los choferes. La mujer logra "algún sandwichito, ¿viste? de las sobras. Son buenísimos los chicos". Pero a veces no hay sobras de comida o buena disposición en los micros. "Ayer no comí nada en todo el día. Unas medialunas conseguí."

La lucidez del Lobo Estepario lo vuelve extranjero en el mundo ciruja, y en el del otro lado también. Enchufa los auriculares en los oídos. 106.3 dice el tablero digital. Ahí, en la silla terminal, escucha a Jesús Quinteros en su audición preferida: "El Lobo Estepario".

 

Dónde paran los sin techo

El Programa de los Sin Techo del gobierno porteño, a cargo de Alejandro del Corno, empezó a recibir a nuevos homeless, producto de desalojos. Desde un año a esta parte ese grupo incluyó a 1841 personas, entre las que 932 son chicos. Los Sin Techo que en el '97 se incorporaron al Programa fueron 1487, mientras que este año desde enero a julio el número fue 665. De este último dato, el 35 por ciento son repitentes: están unos días bajo la primera etapa de las tres del Programa y después prefieren irse.

Los mayores nudos de cronicidad entre los Sin Techo están en las zonas de San Juan y 9 de Julio hasta Córdoba y 9 de Julio. Las plazas donde los homeless se acomodan son Hussein, Roberto Arlt, De los dos Congresos y Parque Centenario, entre otras. Allí se reforzaron los trabajos de búsqueda de los últimos meses. Del Corno asegura que en la calle y después de dos años de Programa los casos que persisten son los llamados crónicos. Gente con patología alcohólica grave y resistentes a acostumbrarse a tratamiento de reinserción social dado por el Gobierno. Este cuadro provocó un replanteo en las hipótesis de trabajo. Del Corno adelantó a Página/12 que existe la posibilidad de incluir un nuevo sistema de tipo dormitorio, para que quienes no puedan o no deseen sumarse a un trabajo más profundo cuenten con un lugar donde sabe que puede dormir, bañarse y comer.

 

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