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“Mi confusión mental me resulta útil para crear”

El realizador Terry Gilliam, que está en España presentando una retrospectiva de su obra en el Festival de San Sebastián, confiesa que no entiende cómo hay gente que “es feliz mientras trabaja”.

Gilliam está presentando una retrospectiva suya en San Sebastián.
Director de Brazil, Pescador de ilusiones, 12 monos, “odia” filmar.

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Por Alberto Ojam *
desde San Sebastián

t.gif (67 bytes) Con el pelo que usa largo hasta los hombros y las camisas multicolores que suele vestir en este 46º festival de San Sebastián, el cineasta Terry Gilliam (Brazil, Pescador de ilusiones, 12 monos) se convirtió rápidamente en una de las figuras más llamativas de la muestra. Gilliam parece resignado, por otra parte, a complacer a los fotógrafos que, recordando su pertenencia al legendario grupo humorístico británico Monty Python, le piden morisquetas, y entonces se hace el gracioso, desencajando el rostro en una mueca tras otra. “Me gusta tomarme las cosas en serio, pero sólo conmigo mismo. Podríamos decir que no me gusta compartir mi seriedad”, es uno de los latiguillos con que justifica sus monerías Gilliam, invitado a San Sebastián a presentar una retrospectiva de su obra fílmica, incluidos tres cortometrajes.
Puesto a contestar reportajes, Gilliam sabe, sin embargo, ponerse serio y reflexivo, aunque varias de sus frases destilan ironía en diferentes dosis. “Sé que muchos creativos van al psiquiatra a organizar su caos mental, pero en cambio a mí mi confusión mental me ayuda a crear, es mi fuente de inspiración”. Si de terapia se trata, Gilliam arguye que trabajar no es para él la mejor terapia, como sí es para otros. “Filmo pues necesito vivir de algo. Pero odio la labor de filmar en sí. Aún no puedo entender por qué a los compañeros de trabajo de mi juventud, en la cadena de montaje de Chevrolet en Detroit, parecía encantarles ese trabajo seriado. No sé como hay gente que es feliz mientras trabaja. Yo busco, ante todo, que mi cine sea educacional en el sentido de que haga pensar. Yo sé que a veces pensar es difícil y que los resultados son tristes. Sé también que alguna gente que paga para ir al cine no quiere que las películas la hagan pensar”.
Dibujante, guionista, actor, historietista y publicitario, influido por los dibujos animados, la mitología medieval, las historietas y las pinturas de Brueghel y El Bosco, Gilliam, un estadounidense de 57 años, evoca: “Crecí con los comics. Es un género apasionado y salvaje, que dice las cosas por poco precio, muy útil para aprender a narrar”. Pintar es un placer para Gilliam: “Me sirve para desaparecer detrás del lienzo. En realidad, toda mi vida traté de esfumarme, de retroceder en el tiempo. Por eso vivo en una casa del siglo XVII en Inglaterra, y tengo otra, en Italia, edificada en el siglo XIII”. Según Gilliam, las que él llama “personas decentes” odian su última y polémica obra, Fear and Loathing in Las Vegas –con Johnny Depp y Benicio del Toro–, pues propone un tipo de conducta que ahora no se considera correcta. “Algunos lo ven como un film antisocial –apunta–. Es lo que yo quería que pensaran.”
Devoto, aun con sus heterodoxias, de la cultura sesentista, el hombre que con los demás Monty Python creó Los caballeros de la mesa cuadrada, La vida de Brian y El sentido de la vida, asegura que la mayoría de los jóvenes cineastas estadounidenses no son rebeldes. “Todos quieren filmar como Spielberg. Todos tienden a copiar otras películas. Hacen films que hablan sobre otros films, en vez de ponerse a observar a su alrededor”, ataca. Al fin y al cabo, Gilliam plantea que su cine no es tan original como algunos lo elogian. “En ese sentido respeto mucho la opinión de mi mujer (la ex maquilladora Maggie Weston), cuando me dice que yo hago siempre la misma película, pero cada vez con un vestuario diferente”.

 


 

Lalo Schiffrin siempre está
El cine, la ópera de hoy

t.gif (862 bytes) El compositor argentino Lalo Schiffrin dirigió anoche en San Sebastián un concierto al frente de la Orquesta Sinfónica de Euskadi (País Vasco), para interpretar los temas centrales de bandas sonoras del cine hollywoodense, como ya lo había hecho el año pasado en Buenos Aires. El lugar elegido para el show fue el velódromo de Anoeta, en cuya pantalla gigante (400 metros cuadrados) unos 3500 españoles presenciaron previamente la última película del cineasta Carlos Saura, Tango. Schiffrin, partió de su formación clásica y fusionó diversos estilos para componer la banda sonora de esta película hispano-argentina, protagonizada por Miguel Angel Solá, Mía Maestro y Cecilia Narova. “El cine es la ópera del siglo XX”, aseguró el autor de las bandas sonoras como Cincinnati Kid, The Fox, Harry el sucio y Misión Imposible.
Schiffrin, que además de haber ganado cuatro premios Grammy ha sido nominado en seis ocasiones para el Oscar, explicó antes del concierto: “Como dijo Ingmar Bergman, el director de cine es como un ilusionista, un prestidigitador. Nadie muere en la escena, todo es pretender. Y la música contribuye a que el público se hipnotice. Si la música contribuye a que el espectador crea lo que ve en la pantalla entonces habrá cumplido su misión”. Schiffrin, que vive en Estados Unidos, fue elegido por Saura para poner música a las imágenes que el reconocido director de fotografía Vittorio Storaro creó para la ocasión de tema argentino. “Hay grandes compositores de tango que podrían haber participado en el film, pero me cayó la lotería. La relación con Saura fue, desde un punto de vista humano, muy cálida, y desde el punto de vista estético, con muy buena compenetración. Me siento muy orgulloso del resultado”. Tango, que sólo ha sido estrenada en la Argentina con muy despareja repercusión, fue la sexta incursión de Saura en el cine musical tras la trilogía Bodas de sangre, Carmen y El amor brujo, y después de Flamenco y Sevillanas.

 

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