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Por Alberto Ojam * desde San Sebastián Con el pelo que usa largo hasta los hombros y las camisas multicolores que suele vestir en este 46º festival de San Sebastián, el cineasta Terry Gilliam (Brazil, Pescador de ilusiones, 12 monos) se convirtió rápidamente en una de las figuras más llamativas de la muestra. Gilliam parece resignado, por otra parte, a complacer a los fotógrafos que, recordando su pertenencia al legendario grupo humorístico británico Monty Python, le piden morisquetas, y entonces se hace el gracioso, desencajando el rostro en una mueca tras otra. Me gusta tomarme las cosas en serio, pero sólo conmigo mismo. Podríamos decir que no me gusta compartir mi seriedad, es uno de los latiguillos con que justifica sus monerías Gilliam, invitado a San Sebastián a presentar una retrospectiva de su obra fílmica, incluidos tres cortometrajes. Puesto a contestar reportajes, Gilliam sabe, sin embargo, ponerse serio y reflexivo, aunque varias de sus frases destilan ironía en diferentes dosis. Sé que muchos creativos van al psiquiatra a organizar su caos mental, pero en cambio a mí mi confusión mental me ayuda a crear, es mi fuente de inspiración. Si de terapia se trata, Gilliam arguye que trabajar no es para él la mejor terapia, como sí es para otros. Filmo pues necesito vivir de algo. Pero odio la labor de filmar en sí. Aún no puedo entender por qué a los compañeros de trabajo de mi juventud, en la cadena de montaje de Chevrolet en Detroit, parecía encantarles ese trabajo seriado. No sé como hay gente que es feliz mientras trabaja. Yo busco, ante todo, que mi cine sea educacional en el sentido de que haga pensar. Yo sé que a veces pensar es difícil y que los resultados son tristes. Sé también que alguna gente que paga para ir al cine no quiere que las películas la hagan pensar. Dibujante, guionista, actor, historietista y publicitario, influido por los dibujos animados, la mitología medieval, las historietas y las pinturas de Brueghel y El Bosco, Gilliam, un estadounidense de 57 años, evoca: Crecí con los comics. Es un género apasionado y salvaje, que dice las cosas por poco precio, muy útil para aprender a narrar. Pintar es un placer para Gilliam: Me sirve para desaparecer detrás del lienzo. En realidad, toda mi vida traté de esfumarme, de retroceder en el tiempo. Por eso vivo en una casa del siglo XVII en Inglaterra, y tengo otra, en Italia, edificada en el siglo XIII. Según Gilliam, las que él llama personas decentes odian su última y polémica obra, Fear and Loathing in Las Vegas con Johnny Depp y Benicio del Toro, pues propone un tipo de conducta que ahora no se considera correcta. Algunos lo ven como un film antisocial apunta. Es lo que yo quería que pensaran. Devoto, aun con sus heterodoxias, de la cultura sesentista, el hombre que con los demás Monty Python creó Los caballeros de la mesa cuadrada, La vida de Brian y El sentido de la vida, asegura que la mayoría de los jóvenes cineastas estadounidenses no son rebeldes. Todos quieren filmar como Spielberg. Todos tienden a copiar otras películas. Hacen films que hablan sobre otros films, en vez de ponerse a observar a su alrededor, ataca. Al fin y al cabo, Gilliam plantea que su cine no es tan original como algunos lo elogian. En ese sentido respeto mucho la opinión de mi mujer (la ex maquilladora Maggie Weston), cuando me dice que yo hago siempre la misma película, pero cada vez con un vestuario diferente.
Lalo Schiffrin siempre está El
compositor argentino Lalo Schiffrin dirigió anoche en San Sebastián un concierto al
frente de la Orquesta Sinfónica de Euskadi (País Vasco), para interpretar los temas
centrales de bandas sonoras del cine hollywoodense, como ya lo había hecho el año pasado
en Buenos Aires. El lugar elegido para el show fue el velódromo de Anoeta, en cuya
pantalla gigante (400 metros cuadrados) unos 3500 españoles presenciaron previamente la
última película del cineasta Carlos Saura, Tango. Schiffrin, partió de su formación
clásica y fusionó diversos estilos para componer la banda sonora de esta película
hispano-argentina, protagonizada por Miguel Angel Solá, Mía Maestro y Cecilia Narova.
El cine es la ópera del siglo XX, aseguró el autor de las bandas sonoras
como Cincinnati Kid, The Fox, Harry el sucio y Misión Imposible.
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