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DEL MONICAGATE
Por Juan Gelman

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t.gif (862 bytes) Con crudeza digna --más bien, indigna-- del arrabal, el fiscal Kenneth Starr dedicó más de 50 páginas de su informe a describir cada una de las diez tenidas sexuales que el presidente Clinton y Monica Lewinsky compartieron entre el 15 de noviembre de 1995 y el 24 de marzo de 1997. Tuvo que preguntar mucho para llenar tanta hoja, tal vez empujado por una furia puritana que, curiosamente, se asemeja a un ejercicio de voyeur. ¿Hay un voyeur en cada puritano? ¿Un puritano en cada voyeur? Quién sabe. Quizás el juez Starr es apenas detallista.

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Resulta notable la discusión en torno al concepto de relaciones sexuales a la que el caso ha dado origen. No carece de sutilezas expositivas y hasta filosóficas, aportadas tanto por el fiscal como por el presidente. Tiene un algo del antiguo debate sobre --ya que estamos-- el sexo de los ángeles. Es probable que el canciller Guido Di Tella, experto en relaciones carnales con Washington, pueda iluminar los recovecos del asunto.

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Bill Clinton fue recibido en las Naciones Unidas con una cerrada ovación reparadora de los participantes --de pie-- en la reunión de la Asamblea General. En los 53 años de existencia del organismo mundial, sólo había ocurrido antes en dos ocasiones: cuando Nelson Mandela, recién liberado, entró en el recinto de sesiones, y cuando el embajador de Micronesia, último en la lista de oradores de una larguísima jornada, habló para decir que renunciaba a pronunciar su discurso porque se había hecho tarde. No dejan de ser diversas las razones de una ovación de los representantes del mundo entero.

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El informe Starr es obsceno por algo más que sus toques pornográficos: usa la crítica de costumbres como argumento jurídico y mezcla perversamente la privado con lo público. Es sobre todo obsceno por imbécil. Claro que Clinton ha mentido y que después de la exhibición del video con su deposición ante el Gran Jurado la cota de popularidad del presidente es todavía más alta. Los que planearon la maniobra no conocen a fondo la mentalidad del pueblo estadounidense.

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La degeneración --dice la Real Academia-- es una "alteración de los tejidos o elementos anatómicos, con cambios en la sustancia constituyente y pérdida de sus caracteres funcionales". Una definición aplicable a la presidencia de Estados Unidos: del Watergate al Monicagate se ha pasado del drama a la telenovela. La lucha por el poder en la nación más poderosa del planeta ha perdido la formalidad que conservaba en la época de Nixon y no ha ganado en diversión.

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La independencia del fiscal Starr goza de una relatividad que supera ampliamente la que Einstein supo imaginar, Este tejano de 52 años no sólo pertenece al ala más reaccionaria del Partido Republicano y a la Federalist Society, que agrupa a los abogados y jueces más conservadores del país. Hijo de un pastor de la Iglesia de Cristo, no bebe, no fuma y se cuenta que jamás dice una mala palabra. Tiene la boca más limpia que la mente.

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En esta disputa por la supremacía política en EE.UU. --algunos dicen que narcopolítica--, la opinión internacional y líderes extranjeros tan conspicuos como Mandela expresaron su apoyo al presidente humillado. Y no sólo: decenas de intelectuales, escritores y artistas de primer nivel lanzaron un llamamiento internacional a favor de Clinton. "La democracia (en EE.UU.) está doblemente amenazada", se alarman --entre otros-- Carlos Fuentes, Günter Grass, Gabriel García Márquez, Desmond Tutu, Paul Auster, Wim Wenders.

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Poca suerte tuvo Clinton desde el vamos. Cuando fue gobernador de Arkansas autorizó el uso de una pista de aterrizaje para los aviones de la contra nicaragüense. El encargado del campo era de la CIA , Bill le dio un empleo oficial para legitimarlo y hete aquí que el desagradecido destapó luego los amores de su encubridor con Gennifer Flowers. Pero es verdad, como dicen los firmantes del llamamiento, que el presidente "está sometido desde hace ocho meses al hostigamiento inquisitorial de un fiscal fanático".

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Clinton no vetó la ley que desmanteló aún más el sistema de seguridad social y acentuó la pobreza de millones de estadounidenses, ni la Helms--Burton que agravó las carencias de millones de cubanos. La política es la política. Pero es verdad, como dicen los intelectuales firmantes, que las barbaridades de Starr "han violado el tradicional equilibro de poderes" y que "la democracia también está amenazada por las intrusiones manifiestas en la vida privada". Esta afirmación hubiera lucido en un llamamiento de esos intelectuales en defensa del Sudán y Afganistán, bombardeados con misiles por decisión de un presidente que creyó desviar así la atención del Monicagate. Se hubiera podido agregar que los bombadeos no sólo constituyeron intrusiones en la vida privada de decenas de inocentes: además, éstos fueron privados de la vida. Pero es posible que los signatarios del llamamiento pro Clinton no tuvieran tiempo para ocuparse de esos muertos anónimos. Y que no lo tengan para redactar un texto de apoyo a los juicios que en Buenos Aires y Madrid se instruyen contra los genocidas chilenos y argentinos. Pareciera que el horizonte político de ciertos intelectuales, incluso muy progresistas, ha descendido bastante. Hoy se ubica de cintura para abajo.

 

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